Tras un par de minutos dedicados a resumir el estado de los recursos de última hora, y a exponer lo que estaba programado para los dos días siguientes, Robbie le presentó a la doctora Hinze. Ella se sentó, cogió el teléfono y saludó. Robbie se quedó muy cerca de ella, a sus espaldas, con una libreta y un bolígrafo. Durante más de una hora, la doctora le hizo preguntas sobre la rutina diaria de Donté, sus hábitos, sueños, pensamientos, deseos e ideas acerca de la muerte, y Donté la sorprendió al decir que mientras él estaba en el corredor de la muerte habían ejecutado a doscientos trece hombres. Robbie confirmó la exactitud del dato. Sin embargo, ya no hubo más sorpresas, ni más concreciones. Ella indagó exhaustivamente en las razones por las que estaba preso, y por las que iban a ejecutarlo. Donté no lo sabía, ni entendía que le estuvieron haciendo todo aquello. Sí, estaba seguro de que estaban a punto de ejecutarlo. Solo había que ver a los otros doscientos trece.
La doctora Hinze tuvo bastante con una hora. Devolvió el teléfono a Robbie, que se sentó y empezó a exponer los detalles para el jueves. Le dijo a Donté que su madre estaba decidida a presenciar la ejecución. Fue un disgusto para el joven, que se echó a llorar, y finalmente dejó el teléfono para limpiarse la cara. Luego ya no quiso cogerlo y, al dejar de llorar, cruzó los brazos en el pecho y fijó la vista en el suelo. Por fin se levantó y fue hacia la puerta que tenía detrás.
El resto del equipo esperaba fuera, dentro de la camioneta, ante la mirada indiferente de un celador. Cuando Robbie y la doctora Hinze regresaron al vehículo, Aaron saludó al celador con la mano y se alejó al volante. Pararon en una pizzería que había en el límite de la ciudad, donde comieron deprisa. Justo cuando se habían instalado en la camioneta y salían de Livingston, sonó el teléfono. Era Fred Pryor. Había llamado Joey Gamble, y quería que fueran a tomar algo al salir del trabajo.
Capítulo 11
En una semana normal, el reverendo Schroeder se pasaba casi toda la tarde del martes encerrado en su despacho, con los teléfonos desconectados, buscando el tema de su siguiente sermón. Analizaba las últimas noticias, pensaba en las necesidades de sus feligreses, rezaba mucho y, si no se le ocurría nada, acudía a su archivo y leía sermones antiguos. Finalmente, cuando saltaba la chispa, redactaba un bosquejo, y a continuación empezaba el texto definitivo. En ese momento ya no estaba bajo presión, y podía practicar y ensayar hasta el domingo. Así y todo, había pocas cosas tan ingratas como despertarse el miércoles por la mañana sin tener la menor idea de lo que diría el domingo.
Sin embargo, teniendo a Travis Boyette en la cabeza, no podía concentrarse en nada más. El martes, después de comer, echó una larga siesta de la que se despertó con la cabeza turbia, casi atontado. Dana se había ido del despacho para ocuparse de los niños. Keith hizo algunas cosillas por la iglesia, sin poder dedicarse a nada productivo. Finalmente se fue. Se le ocurrió ir en coche al hospital, a ver cómo estaba Boyette, con la esperanza de que el tumor hubiera remitido y él se lo hubiera repensado, aunque era improbable.
Mientras Dana preparaba la cena, y los niños estaban ocupados con los deberes, Keith se fue al garaje para estar solo. Su último proyecto era ordenarlo, pintarlo y mantenerlo siempre en perfecto estado. Normalmente disfrutaba con las tareas rutinarias de limpieza, pero incluso eso logró estropearlo Boyette. Al cabo de media hora desistió, se llevó su portátil al dormitorio y cerró con llave. La web de Drumm era como un imán, un suculento novelón del que aún le quedaba mucho por leer.
EL ESCÁNDALO KOFFEE-GRALE
La acusación contra Donté Drumm estaba encabezada por Paul Koffee, fiscal de distrito de Slone y el condado de Chester. La jueza presidenta de la sala en el juicio de Donté era Vivian Grale. Ambos cargos eran electos. En el momento del juicio, Koffee llevaba trece años en el suyo, y Grale, cinco como juez. Koffee y su esposa, Sara, tenían (y siguen teniendo) tres hijos. Grale y su marido, Frank, tenían (y siguen teniendo) dos.
Actualmente los Koffee están divorciados, al igual que los Grale.
La única petición de cierta importancia que concedió la jueza Grale a la defensa fue la de que el juicio se celebrase en otro sitio. Teniendo en cuenta su impacto informativo, en Slone era imposible hacer un juicio justo. Los abogados de Donté querían trasladarlo muy lejos, y propusieron Amarillo o Lubbock, ambos a unos ochocientos kilómetros de Slone. La jueza Grale acordó la petición -según todos los expertos, en el fondo no tuvo más remedio, ya que celebrar el juicio en Slone habría provocado necesariamente errores revocables-, y decidió que Donté fuera juzgado en París, Texas. El juzgado de París dista exactamente setenta y nueve kilómetros del de Slone. Después de la condena, los abogados de Donté alegaron con vehemencia durante la apelación que celebrar el juicio en París era lo mismo que hacerlo en Slone; tanto es así, que durante el proceso de selección del jurado más de la mitad de los candidatos reconocieron haber oído algo sobre el caso.
Aparte del cambio de ubicación, la jueza Grale se mostró muy poco receptiva a la defensa. Su resolución más decisiva fue aceptar la confesión forzosa de Donté. Sin eso, la acusación no habría tenido base ni prueba alguna. Lo fiaba todo en la confesión.
Pero también hubo otras resoluciones casi igual de perjudiciales. La policía y la acusación recurrieron a una de sus tácticas favoritas al presentar a un chivato de la cárcel, un tal Ricky Stone. Estaba preso por tráfico de drogas, y había aceptado cooperar con el detective Kerber y la policía de Slone. Durante cuatro días lo pusieron en la misma celda que a Donté Drumm, y luego lo sacaron de ella. Donté no volvió a verlo hasta el día del juicio. Stone declaró que Donté hablaba abiertamente de la violación y el asesinato de Nicole, y que decía haberse vuelto loco después de su ruptura. Se veían en secreto desde hacía varios meses, y estaban enamorados, pero ella tenía miedo de que su padre rico dejara de darle dinero al enterarse de que salía con un negro. Stone declaró que el fiscal no le había prometido nada a cambio de su testimonio. Dos meses más tarde de que Donté fuera condenado, Stone se declaró culpable de un delito menor y salió de la cárcel.
Stone tenía muchos antecedentes penales, y una credibilidad nula. Era el típico preso chivato que se inventa una declaración a cambio de una sentencia más leve. La jueza Grale le permitió que testificara.
Más tarde, Stone se retractó y dijo que el detective Kerber y Paul Koffee lo habían presionado para que mintiera.
La jueza Grale también aceptó testimonios que en muchas jurisdicciones llevaban muchos años desacreditados. Durante la búsqueda de Nicole, la policía usó sabuesos para que encontraran pistas con su olfato. Primero les dejaron husmear el coche de Nicole y algunos de los objetos que contenía, y después los dejaron sueltos. El rastro no llevaba a ninguna parte, al menos hasta la detención de Donté, momento en que la policía dejó que los sabuesos olfateasen la camioneta Ford verde de la familia Drumm. Según el encargado de los perros, se pusieron nerviosos y agitados, y dieron claras muestras de reconocer el rastro de Nicole dentro de la camioneta. Este testimonio tan poco fiable se reprodujo por primera vez en una vista preliminar. Incrédulos, los abogados de Donté exigieron saber cómo debían interrogar a un sabueso. El letrado Robbie Flak se indignó tanto que a uno de los perros, un sabueso de nombre Yogi, lo trató de «estúpido hijo de perra». La jueza Grale lo acusó de desacato y le impuso una multa de cien dólares. Lo curioso es que, a pesar de todo, en el juicio se permitiera declarar al principal cuidador de los perros, quien sostuvo ante el jurado que después de treinta años de experiencia con sabuesos tenía la «seguridad absoluta» de que Yogi había reconocido el rastro de Nicole en la camioneta verde. Durante el turno de repreguntas, su testimonio fue completamente desmontado por Robbie Flak, que en un momento dado exigió que se trajese el perro a la sala, se le prestara juramento y se le pusiera en el banquillo de los testigos.