– En algunos lugares se hace así. Sobre todo en provincias, un candidato puede alquilar una taberna por un día y ofrecer comida y bebida a todo el que entre. Pero este almuerzo es solo para sus partidarios. Solo tenemos que escribir a su patrocinador e informarle de que deseas apoyar a Melbury. Pero si lo haces te estarás declarando abiertamente tory, y eso impedirá que seas amigo de Dogmill y, muy probablemente, que puedas tratar con él en términos amistosos. Debes meditarlo seriamente, Weaver. Si de verdad crees que puedes lograr tu objetivo acercándote a Melbury, hazlo… pero ¿de verdad piensas arriesgarte a acabar en la horca por compartir un poco de pan con mantequilla con el marido de Miriam?
– Ya te he explicado mis razones. ¿Vas a decirme que no son válidas?
– Por supuesto. Mírate, Weaver. Llevas años cortejando a esa mujer, has pasado meses bebiendo como un loco por ella, y no te ha dado una sola palabra de aliento.
– Lo ha hecho -le dije sintiendo que me enfurecía.
– Palabras, solo palabras. Ahora no está a tu alcance. Es la mujer de otro. Aunque lo cierto es que nunca lo ha estado. Nunca hubiera abandonado una vida de comodidades y tranquilidad para casarse con un cazador de ladrones, y tú lo sabes. Siempre lo has sabido. Por eso mismo, el hecho de que esté casada no es un obstáculo para que la quieras. Al contrario, exacerba tu amor.
Elias era mi mejor amigo, así que preferí no pegarle. Hasta me tragué las amargas palabras que me vinieron a la cabeza -que él, con sus furcias y sus sirvientas, no era quién para hablar de amores-, pero, aunque estaba furioso, sabía que decía aquello porque quería ayudarme. Y se daba cuenta del peligro. Vi que las manos le temblaban.
– Mi interés por Melbury no tiene nada que ver con su esposa -repetí-. Solo quiero utilizarlo para mis propósitos.
Él negó con la cabeza.
– No lo dudo, pero arriesgas muchísimo y las probabilidades no son muchas. Tienes que hacerte amigo de Melbury; luego él tiene que ganar las elecciones y tiene que acceder a utilizar su recién adquirido poder para rescatarte. A lo mejor le parece que es demasiado pedir para un hombre que en otro tiempo cortejó a su esposa.
– En realidad, trabar amistad con Melbury solo es una parte del plan.
– ¿Y no vas a contarme el resto? -preguntó como una esposa celosa.
Respiré hondo.
– Sabemos que Dogmill es un hombre violento. Mi plan no es solo acercarme a Melbury, también quiero convertir a Dogmill en mi enemigo. Si me odia, si me desprecia, es posible que actúe movido por sus sentimientos, y entonces tal vez podré descubrir algo sobre sus manejos. Entre lo uno y lo otro, espero que algo saldrá.
– Estás loco. -Los ojos de Elias se abrieron desmesuradamente-. Hace solo un momento me hablabas del riesgo de disgustarle. ¿Y ahora me dices que quieres hacer lo posible para conseguir justamente eso?
– Porque -dije- si viene a por mí, estará desprevenido, y ahí es cuando yo tendré la oportunidad de descubrir sus secretos. Si planea alguna intriga contra mí, veré cómo actúa.
Elias me observó un momento.
– Puede que tengas razón, pero también podrías estar buscándote la ruina.
– Veremos quién pone más carne en el asador, si yo o Dogmill. Bueno, el primer paso es acercarme a Melbury.
– No me convence tu plan, pero debo reconocer que tiene lógica. Muy bien, lo intentaremos a tu manera. Voy a tener que trabajar duro, porque ya he hecho circular el rumor de que el señor Evans es whig, y también me he asegurado de que aparezcan unas líneas en los periódicos. Pero se puede arreglar, no sería la primera vez que los periódicos publican una noticia equivocada.
– ¿Has dado a conocer algún otro detalle sobre el señor Evans?
– Oh, un par de cosillas. Para que puedas sacarle provecho a tu disfraz, la gente tiene que saber quién eres, así que me he ocupado de ello. Muy mal cirujano sería si no fuera capaz de difundir un rumor por la ciudad. El héroe de mi pequeña novela, Alexander Claren, también está muy dotado para el chismorreo. Un rumor aquí, otro allá, ya sabes. Esta misma tarde he escrito una escena en la que atiende a la esposa de un abogado que resulta que es la hermana de la misma mujer a la que…
– Elias -dije-, cuando no haya peligro de que me ahorquen, escucharé encantado las disparatadas aventuras del señor Claren. Pero mientras tanto, no me cuentes más.
– Si algún día me juzgan por asesinato y me condenan a la horca, espero no ser tan desagradable. Muy bien, Weaver. He hecho saber que has llegado recientemente y has estado instalándote, pero que ya estás listo para darte a conocer en sociedad. Eres un hombre soltero con un enorme éxito en las Indias Occidentales y con una renta de mil libras anuales, puede que más.
– Has hecho un buen trabajo. Mi casera ya ha sabido decirme cuál es mi renta.
– Los rumores solo son uno de mis talentos, señor, además de escribir agudos relatos. Pero no debo hablaros de ellos.
– Soltero y con mil libras anuales de renta. Tendré que utilizar mis dotes de púgil para mantener apartadas a las damas.
– Podría ser divertido, pero recuerda que tu propósito es volver a ser Benjamin Weaver. ¿No querrás arruinar tu reputación antes de haberlo conseguido? Bien, si quieres hacer bien tu papel, debes conocer un poco tu pasado. Ahí tienes algunos datos que deberías estudiar.
Me entregó un sobre, en el que encontré tres hojas de papel escritas con la caligrafía pulcra e increíblemente compacta de Elias. En el encabezamiento había escrito «La historia del señor Matthew Evans».
– Te recomiendo que lo leas. Puedes hacer los cambios que quieras, por supuesto, pero te conviene aprenderte bien los detalles de tu supuesta vida. Si estás decidido a convertirte en enemigo de Dogmill, puedes cambiar las partes donde pone «whig» por «tory», pero lo demás servirá. Es mucho menos entretenido que las aventuras de Alexander Claren, pero servirá. Apréndetelo bien.
– Lo haré. -Examiné la primera página, que empezaba «Tras cinco años de matrimonio infecundo, la señora Evans pidió al Señor que le concediera un hijo; sus plegarias fueron contestadas una fría noche de diciembre, cuando dio a luz dos gemelos, Matthew y James, aunque James murió de unas fiebres antes de su primer cumpleaños». Quizá había allí más información de la que necesitaba, pero vi que había muchos detalles sobre la relación del señor Evans con el negocio del tabaco. A pesar de su carácter excesivamente literario, aquel documento no tenía precio.
– Te lo agradezco.
– No es necesario. -Se aclaró la garganta-. También debes saber que he procurado que la noticia de tu presencia en las islas llegue a ciertos periodistas, así que no te extrañes si ves que se habla de ti en los periódicos. Esto bastará para que tengas un sonado debut en Hampstead.
– ¿Hampstead?
– La asamblea de Hampstead se celebrará dentro de cuatro días. -Se metió la mano en el bolsillo y sacó una entrada, que dejó con un golpe sobre la mesa-. Si quieres mostrarte ante la alta sociedad, ese es el lugar. Esta semana no hay acontecimiento más agradable o animado en todo Londres.
– El acontecimiento de la semana. ¿Cómo podría negarme?
– Ríete si quieres, pero debes ir si quieres que el señor Evans conozca a la gente que necesita para actuar.
– Seguro que alguno de los asistentes ha visto a Benjamin Weaver en un momento u otro.
– Es posible. Yo solo digo que, si no hubiera sabido que eras tú, no te hubiera reconocido… al menos al principio. Supongo que hubiera pensado que me resultabas familiar, pero nada más. Recuerda, nadie te busca, así que no te verán. Solo verán lo que esperan ver.
– ¿Tú estarás?
– En circunstancias normales no me lo hubiera perdido, pero mi presencia podría hacer que alguien te reconociera, y no nos conviene. En realidad, esta es mi entrada.