– Todos estos monitores, esas cámaras, los movimientos automáticos y cortes que parecen pre programados. Apuesto a que al otro lado de esta puerta hay algún tipo de dispositivo electrónico de copia, un ordenador, tal vez otra cosa. Están grabándolo todo: los nombres de los asistentes, los lugares y fechas de nacimiento, los primeros planos de sus caras, sus muestras de ADN y toda la función. Lo ponen todo en una copia máster o en un disco duro, o en ambos. Sea lo que sea, equivale a una versión contemporánea de su «diario rigurosamente custodiado». Es lo que los protege de ellos mismos.
»Estas dos salas de seguridad están construidas una junto a la otra a modo de bunker. Esto, como todo lo demás, es obra de Foxx, de su grupo de expertos. Ignífugo, probablemente también a prueba de bombas, construido de modo que nadie pueda entrar sin su conocimiento o supervisión. Toda la parte electrónica está impecablemente diseñada para que quede una grabación permanente de todos los movimientos sin que nadie lo toque nunca y al mismo tiempo asegurarse de que nadie se acerca a los controles principales para alterarlos. Dijo usted que no tenía pruebas contra ellos, presidente, pero si no me equivoco, al otro lado de esta puerta hay un tesoro en información.
Las voces de los monjes se volvieron a elevar, retumbando por los altavoces de la sala de vídeo. Los tres volvieron a entrar a mirar. A los pocos segundos Beck hizo una nueva proclama. El cántico subió de volumen. De pronto, un segundo círculo de fuego se levantó de en medio de la niebla para rodear a las mujeres como si fueran serpientes enfurecidas. Este círculo era como el primero, más exterior, que seguía ardiendo, sólo que estaba más cerca. Un espectáculo encandilador que resultaba como un lento striptease, sólo que esto no era ningún striptease, sino un asesinato salvajemente coreografiado y destinado a infligir el máximo dolor a sus víctimas.
Ahora un tercer anillo se encendió de pronto, circular, y se acercaba todavía más. Cristina gritó cuando la llama empezó a tocar la base de su trono. Miró frenéticamente a Demi, en busca de ayuda. Pero no había ayuda. Para ninguna de ellas.
Marten miró a José, junto a la puerta, y luego miró a Hap.
– Rompa las bisagras. Si no puede abrirla, pruebe el sensor de arriba. -Se sacó la especie de BlackBerry de Foxx del bolsillo de la camisa y se la lanzó-. Era de Foxx. He intentado usarla antes pero no he podido. Usted debe de haber sido instruido en estas cosas, tal vez sepa cómo. -Inmediatamente miró al presidente-: Nos vamos. Cuarenta segundos y corte la corriente.
– Suerte, primo -dijo el presidente.
Durante una décima de segundo sus miradas se cruzaron y ambos supieron que podía ser por última vez.
– Lo mismo digo.
– Marten, dos cosas -intervino Hap-. Le doy sesenta segundos más.
– ¿Por qué?
– Para llegar a las dos mujeres tendrá que pasar por el fuego. Pase por la habitación en que pone WC, mójese bien el pelo y la ropa. Eso le llevará un minuto extra. Y otra cosa: apuesto un millón de dólares a que esos monjes van armados, con armas ocultas bajo sus sotanas. Si uno de ellos hace un solo movimiento hacia usted, dispárele a la cara. Así asustará a todos los demás.
– Eso espero. -Marten miró a José, luego otra vez a Hap-. Ábranos.
158
Un minuto, 38 segundos
La puerta hizo un clic detrás de ellos. Marten se sacó la Sig Sauer del cinturón y salieron al pasillo.
Un minuto, 32 segundos
Llegaron al almacén y luego se metieron dentro.
Un minuto, 28 segundos
Marten cogió dos linternas de una estantería cerca de la mesa de trabajo y le dio una a José; luego cogió un par de tenazas de los colgadores de la tabla de detrás.
Un minuto, 24 segundos
Marten cerró la puerta del almacén y avanzaron por el pasillo hacia los lavabos.
Un minuto, 20 segundos
José vigiló la puerta mientras Marten se quitaba el uniforme de mantenimiento. Primero la camisa, luego los pantalones, y los metía los dos en el lavamanos. Cuando los tuvo bien empapados se los volvió a poner y se agachó en la pila para mojarse bien el pelo.
En exactamente sesenta segundos salieron del lavabo.
19 segundos
Ahora estaban en las escaleras y empezaban a subir. Primero Marten, con las tenazas y la linterna en el cinturón, la Sig Sauer en la mano, la mente en el escenario, el altar de detrás y la puerta que debían cruzar para acceder a ambos. Pensaba también en las luces de emergencia que se encenderían cuando se cortara la electricidad. En dónde estarían situadas y en cuánta luz harían.
Marten había cogido las tenazas para liberar a las mujeres, pero ahora pensaba en qué material habrían utilizado para atarlas. Si las tenazas no funcionaban, su única alternativa sería disparar a las cadenas; algo siempre complicado porque habría que hacerlo con suma rapidez y precisión, por no hablar de la oscuridad. En el caso de Demi era todavía más peligroso porque estaba atada no solamente por los tobillos y las muñecas, sino también por el cuello, y un disparo fallido allí podía resultar fatal.
14 segundos
Llegaron a la parte superior de las escaleras y vieron el pasillo lateral que Hap les había descrito. Marten hizo girar rápidamente a José por el mismo.
10 segundos
El pasillo terminaba. La puerta estaba ahí mismo. Marten temió de pronto que estuviera cerrada. Giró el pomo. Oyó un levísimo clic al liberarse el mecanismo. Se apoyó en ella con sumo cuidado. La puerta cedió y se abrió un milímetro. La volvió a cerrar.
6 segundos
Miró a José. El muchacho sonrió y asintió con la cabeza.
– Gracias, José, gracias.
José volvió a sonreír y le tocó cariñosamente el hombro con el puño. Marten sonrió y le devolvió el gesto. Ese chico era fantástico. Era capaz de cualquier cosa y lo había demostrado.
2 segundos
¡Uno!
El pasillo se quedó a oscuras.
159
9.16 h
Marten y José cruzaron la puerta a oscuras. A siete metros frente a ellos podía ver el escenario cubierto de niebla y, en el centro del mismo, los círculos de llamas que rodeaban a Demi, a la derecha, y a Cristina a la izquierda. Gracias a Dios, ninguna de las dos había sido todavía alcanzada por las llamas.
Por lo que Marten podía ver, había todavía otro círculo que debía encenderse, y éste estaba inmediatamente a los pies de cada una de las dos mujeres. Una vez se encendieran esas espitas y empezaran a escupir llamas, las mujeres empezarían a arder y sus gritos se dejarían oír. Estaba claro que el cabaret infernal de la Conspiración había sido programado para crear el máximo drama emocionante antes de que el asesinato en sí fuera consumado. Con todo lo atroz que resultaba, era aquel ritmo deliberadamente medido lo que había mantenido a las mujeres con vida hasta entonces.
– ¡Adelante! -susurró Marten, y avanzaron a oscuras a la derecha del altar.
Desde allí veían justo a los miembros de la congregación, todos asociaban la confusión al corte repentino de electricidad. Eran un montón de figuras indefinidas iluminadas sólo por la luz que entraba por tres ventanas de cristal ahumado muy arriba y por la luz tenue de media docena de luces de emergencia que iluminaban las salidas que llevaban a las puertas principales. Todo lo demás estaba a oscuras.