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– Me llamo Nicholas Marten, señor Fadden. Era un buen amigo de Dan Ford. Era también amigo íntimo de Caroline Parsons y su marido. Me gustaría hablar con usted en persona, si es posible.

– ¿Cuándo? -le respondió Fadden.

Ningún «por qué», sólo un brusco «cuándo».

– Lo antes posible. Hoy, ahora, esta mañana. Esta tarde asistiré al funeral de Caroline. Después del mismo también me iría bien. Le invito a una copa, o a cenar, si le apetece.

Ahora vino lo esperado:

– ¿Porqué?

– Estoy intentando averiguar en qué trabajo del Congreso estaba metido Mike Parsons en el momento de su muerte.

– Búsquelo. Es información pública.

– En parte es pública, en parte no. Necesito ayuda para obtener cierta información.

– Pues contrate a un profesor de Bachillerato.

– Señor Fadden, aquí podría haber una noticia importante para usted. No estoy seguro. Se lo explicaré cuando estemos a solas. Se lo ruego.

Hubo un largo silencio y Marten temió que Fadden quisiera quitárselo de encima. Luego la voz áspera le soltó:

– Me ha dicho que era amigo de Dan Ford.

– Sí.

– ¿Un buen amigo?

– Su mejor amigo. Estaba en su apartamento en París cuando le mataron.

Se hizo un nuevo silencio y luego Fadden dijo, sencillamente:

– Está bien.

15

Air Force One, sobrevolando el sur de Alemania, 14.15 h

La entrevista televisada con la corresponsal jefe de la CNN en Europa, Gabriella Roche, llevaba mucho tiempo planificada y el presidente Harris pasó con ella los primeros treinta minutos de su vuelo de Berlín a Roma. El vuelo había sufrido un retraso de treinta y siete minutos debido a lo que los controladores aéreos berlineses llamaban tráfico excesivo en el aeropuerto de Tegel de Berlín, pero Jake Lowe le había dicho discretamente al presidente Harris que en realidad se trataba de un capricho de la canciller alemana, Anna Bohlen, que tenía ganas de «romperte las pelotas un poco más. Hacerte saber cuáles son sus verdaderos sentimientos».

– Ya los conozco, sus malditos sentimientos, Jake, pero la necesitamos -dijo Harris-. Así que, no veo qué más podemos hacer, aparte de ignorarlo.

– Señor presidente -respondió Lowe rápidamente-. ¿Y si la necesitamos ahora mismo?

– ¿Qué quieres decir, con «ahora mismo»?

Lowe empezó a contestar pero entonces, su siempre consciente de los horarios jefe de personal, Tom Curran, los interrumpió, diciéndole que era la hora de la entrevista con Gabriella Roche, de la CNN.

Media hora más tarde había acabado la entrevista. Harris bromeó un poco con Roche y con su equipo de cámaras y luego les dio las gracias y entró directamente en su suite ejecutiva, donde le esperaba Jake Lowe. Con él, en mangas de camisa, estaba el enorme doctor James Marshall, de casi dos metros de altura, asesor de seguridad nacional, que había volado de Washington a Berlín y se había incorporado a la comitiva cuando abordaban el avión.

Harris cerró la puerta y luego se quitó la chaqueta y miró a Lowe:

– ¿Qué quieres decir con «si necesitamos a la canciller Bohlen ahora mismo»? -le dijo, como si su breve conversación acabara de tener lugar y no hubiera habido una entrevista televisada por en medio.

– Dejaré que te lo cuente el doctor Marshall.

Marshall se sentó delante del presidente.

– Estamos en uno de los momentos más preocupantes de nuestra historia, tal vez más preocupante que el punto álgido de la guerra fría. Cada vez me preocupa más nuestra capacidad de reaccionar rápidamente y con decisión ante una emergencia grave.

– No estoy seguro de comprenderte -dijo Harris.

– Supongamos que ocurre algo durante las próximas horas y que tenemos que tomar medidas inmediatas y significativas en alguna parte del mundo: necesitaríamos los votos franceses y alemanes apoyándonos en la ONU; actualmente, y usted lo sabe por experiencia propia, es muy improbable que los obtuviéramos.

»Juguemos a las posibilidades, señor presidente. Por un instante, olvídese de la actual política que reina en Oriente Próximo. Olvídese de Irak, de Israel, de Palestina, del Líbano, incluso de Irán. Ésta es una posibilidad más sencilla y profunda: supongamos que Al-Qaeda u otro grupo ferviente de yihadistas, y los hay a cientos, atacara Arabia Saudí esta medianoche. Con la fuerza fanática suficiente, al amanecer se podrían haber cargado a la familia real saudí al completo. El gobierno se hundiría y el movimiento fundamentalista explotaría por toda la región. Los moderados caerían y, o bien serían aniquilados o bien se unirían a ese fanatismo religioso, que se extendería como un reguero de pólvora. En pocas horas, Arabia caería, luego Kuwait, luego Irak e Irán, luego Siria y probablemente Jordania. En menos de treinta y seis horas Al-Qaeda lo controlaría todo y se acabaría el suministro de petróleo a Occidente, así de fácil. Y ¿entonces qué?

– ¿Qué quiere decir, «y entonces qué»? -El presidente miraba directamente a su asesor-. ¿Es esto un juego de posibilidades, o dispones de información de Inteligencia y estamos hablando de algo real? No me vengas con chorradas, Jim. Si es real, quiero saberlo. Y ahora mismo.

Marshall miró a Jake Lowe y luego otra vez al presidente.

– Lo que es, señor presidente, es una perspectiva auténtica que proviene de varias fuentes colectivas y debe ser tenida muy seriamente en consideración. Si sucediera, nos resultaría casi imposible reaccionar con rapidez o lo bastante globalmente como para detenerlo. Una respuesta nuclear inmediata podría ser nuestra única salida, una respuesta que no tendríamos tiempo de debatir en el Consejo de Seguridad. Necesitaríamos a todos sus miembros en la misma sintonía y en danza en cuestión de horas. Eso significa que tenemos que saber de antemano que todas las naciones miembros nos respaldan al cien por cien. Y como bien sabemos, puede que Alemania no esté en el Consejo de Seguridad, pero por su influencia, podría muy bien estarlo.

– Lo que Jim quiere decir, señor presidente -añadió Lowe tranquilamente- es que debemos contar con una disposición que garantice el apoyo instantáneo, continuado e incuestionable de la ONU a Estados Unidos. Y, como he dicho antes, tal y como están ahora las cosas, no lo tenemos.

El presidente Harris miró a uno y otro hombre. Ambos eran miembros de su círculo privado desde hacía muchos años, buenos amigos y asesores de confianza, hombres a los que conocía desde hacía mucho tiempo, y ahora le estaban intentando hacer comprender la importancia y relevancia de sus recientes reuniones con los líderes de Francia y Alemania. Además, no sólo necesitarían a alemanes y franceses, sino también a rusos y chinos. Todos sabían que si tenían a Francia y a Alemania detrás, en especial si el asunto tenía que ver con Oriente Próximo, los rusos también los apoyarían, así como los chinos.

– Compañeros -dijo, en el estilo próximo que utilizaba con los amigos-, la escena que me pintáis puede que sea precisa, y que Dios nos asista si lo es. Pero tengo serias dudas de que los franceses y los alemanes no hayan considerado ya alguna versión de la misma y no hayan planificado algún tipo de reacción. De la misma manera, os puedo garantizar que renunciar a su postura sobre una situación así, sin una seria inteligencia detrás, y darnos un cheque en blanco de la noche a la mañana para que hagamos lo que queramos no es su estilo en absoluto.