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9.34 h

Hap miró los autocares. La gente ya estaba subiendo a ellos.

¿Cuánto debía de faltar para que los monjes bajaran y el Servicio Secreto español entrara y empezara su rastreo? Quería mantener al presidente dentro y oculto pero eso había dejado de ser una opción. Tenía que sacarlos del edificio y bajo los árboles o se arriesgaba a un tiroteo con los monjes o a ser capturados por los del Servicio Secreto, o a ambas cosas.

Una vez tomada la decisión, se volvió para volver a recogerlos cuando se oyó un ruido atronador y un helicóptero del CNP le pasó por encima, a escasos metros de los árboles. Medio segundo más y echó marcha atrás y volvió hacia él. Hap corrió a cubierta bajo un árbol grande y vio cómo el helicóptero se acercaba y reducía velocidad. De pronto se detuvo y se quedó parado encima del aparcamiento. Pudo ver al piloto mirando hacia abajo y hablando primero con su primer oficial y luego animadamente por sus auriculares. A los pocos segundos, la máquina subió a unos sesenta metros de altitud y se quedó allí, inmóvil en el aire.

Hap lo miró y más allá de la nave. ¿Dónde demonios estaba Woody? ¿Es que no había recibido el mensaje? ¿O lo había recibido y había alertado al CNP y por eso el helicóptero de la policía estaba ahí encima? Detrás de él empezó a ver la hilera de autocares negros que empezaban a marcharse.

– Mierda -masculló-. ¡Mierda! -No había nada que pudiera hacer sin quedar a la vista del helicóptero del CNP y, al hacerlo, delatar el paradero del presidente. Por otro lado, no podía esperar a que los monjes o el Servicio Secreto español llegaran al pasillo en el que se escondían el presidente y los demás.

Miró el reloj. Eran casi las 9.35. ¿Dónde coño estaba Woody? ¿Pensaba venir o no?

164

El cronómetro que Beck había puesto en marcha en la sala de control marcó cinco minutos exactos.

Luego 4.59.

El gas ya había llenado las estancias inferiores de la iglesia y estaba subiendo rápidamente. Era, como en el laboratorio de Foxx, gas natural compuesto básicamente de metano pero, tal y como lo había diseñado Foxx, no tenía el componente químico orgánico mercaptan que se le añadía para darle olor. Como resultado, nadie de los que siguieran dentro de la iglesia sería capaz de detectar la presencia de gases letales.

4.58 h

Un helicóptero del CNP se elevó del campo de golf del complejo, con la inspectora Belinda Díaz haciendo de guardia armada en el asiento del copiloto. En los asientos de la cabina iban seis miembros del destacamento del Servicio Secreto asignado a Bill Strait. A los pocos segundos, otro helicóptero del CNP despegó con otra docena de agentes del Servicio Secreto a bordo. A unos treinta metros, el helicóptero de Díaz viró a la izquierda y voló rumbo a la iglesia. El segundo le siguió.

– Habla la inspectora Díaz -dijo por los altavoces. Estaba conectada a la frecuencia de radio de todas las unidades de policía española y al séquito de seguridad del Servicio Secreto español-. Se cree que nuestros objetivos están en la puerta trasera de la iglesia de Santa María. Las unidades del CNP siete a la doce, respondan. El Servicio Secreto en la escena, responda a voluntad y con cautela.

Con el rifle oculto debajo de la camisa, Hap salió de cubierta del árbol y se acercó lentamente a la iglesia, mirando una vez al helicóptero del CNP y luego haciendo un alto para recoger el rastrillo que José había utilizado para recoger las hojas del parterre y ponerlo detrás del coche de golf eléctrico.

– ¡Usted, el jardinero! -rugió una voz por el altavoz del helicóptero-. ¡Policía! ¡No se mueva!

La audacia de Hap provenía precisamente de la consciencia de llevar todavía, como José, Marten y el presidente, el uniforme de jardinero del complejo. Pero a estas alturas era posible, si no probable, que ya se hubiera detectado que los uniformes o el carro eléctrico faltaban de los edificios de servicio. Si éste era el caso, el CNP y muy probablemente Bill Strait y sus cientos de operativos del Servicio Secreto y de la CIA estarían ya informados y peinando frenéticamente el vasto terreno del complejo en busca del carro o de los falsos operarios. Si estaba en lo cierto, se lo estaba poniendo fácil expresamente. Y también estaba ganando tiempo, con la esperanza de que Woody llegara en cualquier momento en el helicóptero de ataque y lo hiciera descender en el aparcamiento, y de que la propia acción lograra confundir a todo el mundo y les proporcionara los segundos necesarios para abordarlo.

Hap miró hacia arriba, levantó los brazos y luego señaló a la puerta de la iglesia donde aguardaban el presidente y los otros. Con la misma decisión, bajó los brazos y se encaminó tranquilamente hacia la misma, y mientras lo hacía vio media docena de monovolúrnenes de la policía que subían la montaña a toda velocidad hacia la iglesia.

En la sala de control, el cronómetro de Beck continuaba su cuenta atrás:

4.08

4.07.

Hap entró en la iglesia rápidamente esperando que el presidente, Marten, José y Demi, fuera cual fuese su estado psicológico, estuvieran listos para salir de inmediato. Pero no lo estaban. José estaba en el suelo, semiinconsciente, con la camisa abierta, y Marten estaba encima de él, haciéndole un masaje cardíaco. Había sangre por todos lados. El presidente abrazaba a una Demi medio histérica y todavía llorosa a cierta distancia, para darle a Marten espacio para maniobrar.

– ¿Qué cojones…? -espetó Hap.

– José ha recibido un disparo. Nadie se ha dado cuenta hasta que se ha desmayado. En algún punto del pecho -dijo el presidente rápidamente.

– Presidente, no tenemos tiempo. La policía española está aquí. Sus agentes del Servicio Secreto están a la vuelta de la esquina. Si Woody viene, estará aquí en cualquier momento. ¡Tenemos que salir ahora!

– No los podemos dejar.

– ¡Tenemos que hacerlo!

– Marten -dijo el presidente bruscamente-. ¿Podemos poner a José de pie?

– Creo que sí.

El presidente miró a Hap y luego a Demi.

– Encárguese de Demi. ¡Demi, vaya con Hap!

De inmediato se agachó junto a Marten y entre los dos auparon a José y luego miró a Hap:

– ¡Vamos! ¡Salga ahora!

Dentro de la iglesia, el cronómetro de la sala de control continuaba su cuenta atrás:

3.12

3.11.

La puerta trasera de la iglesia se abrió de un empujón. Hap salió el primero y a toda velocidad, con su insignia dorada del Servicio Secreto pegada al cuello de la camisa, la mano derecha en el rifle automático debajo de la camisa y el brazo izquierdo rodeando a Demi, medio arrastrándola, medio meciéndola.

El presidente y Marten iban detrás, con José entre ellos, que tenía su brazo bueno sobre el hombro de Marten y al presidente al otro lado sosteniéndolo por la cintura.

– ¡Quietos donde están! ¡Ahora! -les ordenó una voz incorpórea en español por el altavoz-. Stop immediately! -dijo la misma voz en inglés.

Los monovolúmenes de la policía española estaban aparcados directamente delante de ellos, bloqueando el paso de los furgones de la iglesia, del coche eléctrico y de la misma carretera de salida. Veinte policías uniformados y fuertemente armados estaban delante de ellos. El helicóptero del CNP se había apartado ahora a unos ciento cincuenta metros y permanecía allí. Inmediatamente se le unió el helicóptero de la inspectora Díaz. El segundo helicóptero del CNP subió y se colocó en posición.