Выбрать главу

– Esto debió de ser hace unos seis años.

Marten se quedó asombrado:

– ¿Cómo lo sabe?

– El tiempo cuadra. Red McClatchy.

– ¿Cómo? -Marten reaccionó ante aquel nombre.

– Comandante de la legendaria Brigada 5-2. La mitad de la población californiana sabía qué era, y quién era él. Coincidí con él una vez cuando era senador. El alcalde me invitó a su funeral.

– Yo era su compañero cuando lo mataron.

– Y los detectives lo culpan a usted.

– De esto y de todo lo demás. La 5-2 fue desmantelada justo después.

– Así que, a estas alturas, ninguno de ellos sabe ni su nombre, ni dónde vive, ni lo que hace.

– Siguen buscándome por Internet. Tienen su propia página web de policías por todo el mundo. Al menos una vez al mes cuelgan una pregunta, pidiendo si alguien me ha visto, fingiendo que soy un viejo amigo y que quieren volver a verme. Nadie conoce realmente sus intenciones, excepto ellos y yo. Para mí ya es lo bastante grave, pero no quiero que vayan a buscar a mi hermana.

– Me ha dicho que está en Suiza.

– Se llama Rebecca. Trabaja como institutriz de los niños de una familia rica, en una población cercana a Ginebra. -Marten esbozó una sonrisa-. Un día le contaré su historia. Es algo especial.

El presidente lo miró un buen rato.

– Venga conmigo a Auschwitz. Le mantendré fuera del foco de las cámaras, se lo prometo. Luego podrá irse a casa.

– Yo… -Marten estaba dubitativo.

– Primo, ha estado usted en todo este asunto paso a paso. Lo ha visto todo como yo. Si empiezo a equivocarme o a dudar sobre lo que estoy diciendo, podré mirarlo a usted y recordaré la verdad.

– No le comprendo.

– Voy a decir algunas cosas que diplomáticamente sería mejor no decir, a pesar de que sé que la reacción en todo el mundo puede, y probablemente será, desagradable. Pero las diré de todos modos porque creo que hemos llegado a un punto de la historia en el que la gente elegida para servir ha de decir la verdad a la gente que los ha elegido, les guste o no. Ninguno de nosotros, en ninguna parte, podemos permitirnos seguir con la política a la que estamos habituados. -El presidente hizo una pausa-. No soy un hombre solo, Nicholas. Venga conmigo, por favor. Quiero… necesito su presencia. Su apoyo moral.

– ¿Tan importante es?

– Sí, lo es.

Marten sonrió:

– Y luego me escribirá la nota diciendo que no pude ir a trabajar porque estaba salvando al mundo.

– Se la podrá enmarcar.

– Y luego me podré marchar a casa.

– Y luego todos nos podremos marchar a casa.

168

Hotel Victoria Warsaw. Varsovia, Polonia, 6.20 h

– Hola, Victor. ¿Has dormido bien? ¿Has desayunado? Victor apagó la tele, luego cogió el móvil y se puso a caminar por la habitación en calzoncillos:

– Sí, Richard, a las cinco y media; no he dormido en absoluto. Anoche no me llamaste como me habías prometido. No sabía lo que había ocurrido. Temía que algo hubiera salido mal.

– Lo siento, Victor, te pido disculpas. Hemos tenido un poco de lío, por eso he retrasado la llamada. Ha habido un cambio en nuestra agenda.

– ¿Qué cambio? ¿Qué sucede?

La paranoia que había estado carcomiendo a Victor durante horas se le disparó. De pronto tenían reservas, lo sabía. En el último minuto tenían dudas sobre su capacidad y habían decidido llevar a otra persona. Richard iba a despedirle sin vacilar. Lo mandaría de vuelta a casa. Y luego, ¿qué? No tenía dinero; ellos se lo habían pagado todo. Ni siquiera tenía un billete de avión para regresar a Estados Unidos.

– Victor, ¿sigues ahí?

– Sí, Richard, aquí estoy. ¿Qué es esto, ese -hizo una pausa, aterrado de decirlo- cambio de agenda? ¿Quieres que me marche de Varsovia, ¿no?

– Sí.

– ¿Por qué? Puedo hacerlo. Sabes que puedo hacerlo. Hice lo del hombre en Washington. Y luego me cargué a los jinetes, ¿no? ¿Quién más puede disparar como yo? ¿Quién más, Richard? ¡Dímelo! No, yo te lo voy a decir: nadie. ¡Nadie es tan bueno como yo!

– Victor, Victor, cálmate. Tengo toda la fe del mundo en ti. Sí, quiero que te vayas de Varsovia, pero es por el cambio de planes del que te hablaba. No tienes que preocuparte, todo está en orden. Cuando llegues, todo estará listo para ti como siempre.

Victor soltó un suspiro. Luego, de pronto se puso más tieso, orgulloso. Se sentía mejor:

– ¿Dónde tengo que ir?

– Es un pequeño trayecto en tren, de menos de tres horas.

– ¿En primera clase?

– Por supuesto. El tren número 13412 a Cracovia. Sales a las 8.05 de la mañana y llegarás a las 10.54. Ve directo a la zona de taxis y busca el coche número 7121. El taxista dispone de las instrucciones y te llevará el resto del trayecto, de unos cuarenta minutos.

– ¿Cuarenta minutos hasta dónde?

– Auschwitz.

169

Auschwitz, Polonia, 11:40 h

Rodeado de efectivos de seguridad y seguido todo el rato por una docena de equipos de cámaras, el alto, sombrío y elegante presidente de Polonia, Román Janicki, encabezaba la comitiva de veintiséis mandatarios de países miembros de la OTAN, que avanzaba por los lúgubres pasillos de lo que había sido campo de concentración nazi durante la segunda guerra mundial.

Fuera, bajo un cielo gris, habían cruzado las infames puertas de entrada de Auschwitz bajo su cartel de hierro forjado con el lema Arbeit Macht Frei, «El trabajo os hará libres». Más tarde, Janicki los había llevado por las vías oxidadas y llenas de hierbajos a las que los trenes llegaban para depositar los entre un millón y medio y cuatro millones de judíos que fueron exterminados aquí y en campos cercanos, los más conocidos, Auschwitz II y Birkenau. Al cabo de unos momentos anduvieron en silencio por las silenciosas cámaras de gas y el crematorio, con sus hornos y sus carros de hierro para transportar los cadáveres. Y por los restos de los barracones de madera que albergaban a los prisioneros custodiados por los horribles guardias nazis, la temida Schutzstaffel, las SS.

Con el peluquín puesto, sin las gafas de camuflaje, vestido con traje azul marino y acompañado de Hap Daniels; totalmente reconocible como el presidente de Estados Unidos, John Henry Harris caminaba codo a codo con la canciller alemana Anna Bohlen y con el presidente francés Jacques Geroux, con la mente en el discurso que pronunciaría desde la plataforma construida a toda prisa frente a los restos de las hileras de barracones de prisioneros.

22.50 h

Un taxi avanzó más allá de una zona vallada en la que había un mar de camiones equipados con antenas parabólicas y se dirigió hasta la puerta de acceso a la prensa. La puerta del taxi se abrió, de él salió un hombre de mediana edad con traje y corbata y el taxi se marchó.

De inmediato, el hombre se dirigió a una puerta fuertemente custodiada, donde una decena de comandos del ejército polaco, armados hasta los dientes, aguardaban junto a los miembros de los servicios secretos polaco y estadounidense.

– Victor Young, Associated Press. Mi nombre está en la lista -dijo Victor tranquilamente, mientras mostraba una tarjeta de identificación de la AP y su pasaporte de Estados Unidos.

Un agente especial del USSS examinó ambos documentos y se los entregó a una mujer uniformada que estaba dentro de una cabina de cristal antibalas. Ella los tomó, comprobó el nombre en una lista que tenía, luego apretó un botón y le hizo una foto.