– Victor Young -dijo Strait-. ¿Es el hombre que vio usted en Washington?
Marten se acercó y se arrodilló justo cuando media docena de agentes especiales entraban por la puerta. Marten lo miró unos instantes, luego se levantó y miró a Strait.
– Sí -dijo-. Sí, es él.
Strait asintió con la cabeza y luego se ajustó los auriculares.
– Hap, soy Bill -dijo en el micro-. Lo tenemos. Creo que la función puede continuar sin peligro.
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Marten le dio la Sig Sauer a Bill Strait, luego cruzó el grupo de agentes y salió al exterior. El sol empezaba a asomar por entre las nubes aquí y allá, tiñendo el paisaje y los edificios de una luz blanca extraordinariamente suave. Parecía terrible usar la palabra «bonito» para describir un lugar como aquél, pero por unos momentos se lo pareció, y Marten tuvo la sensación de que, a pesar de lo que acababa de ocurrir, con aquella reunión de tanta gente tan distinta en ese mismo lugar, tal vez se estuviera iniciando un proceso de curación.
A lo lejos oyó la voz del presidente polaco sonando por el sistema de megafonía mientras empezaba su discurso de bienvenida, para presentar luego al presidente Harris.
De pronto se abrió paso a través de un grupo de agentes secretos polacos y estadounidenses y se dirigió hacia su sitio en el estrado, frente al podio. El presidente había querido que se sentara allí, cerca, en un lugar en el que pudiera verle. Había elegido su espacio. Cruzando cerca del estanque, de pronto fue consciente de los kilómetros de alambrada todavía en su sitio que, a pesar de la belleza del día, parecían hoy tan espeluznantes como lo habrían sido setenta años atrás. Tal vez se equivocara. Tal vez la curación no hubiera empezado en absoluto.
– Presidente Janicki, señora canciller, monsieur le président -la voz amplificada del presidente Harris retumbaba por todo el recinto-, representantes de los socios de la OTAN, honorables invitados, miembros del Congreso de Estados Unidos en Washington y telespectadores de todo el mundo. Estoy hoy aquí como uno de ustedes, en calidad de ciudadano de este planeta, y como tal siento que es mi deber, como ciudadano y como presidente de Estados Unidos de América, compartir con todos ustedes algunos hechos que han salido a la luz en estos últimos días y horas.
»Como ustedes saben, esta reunión de dirigentes de los países miembros de la OTAN tenía que celebrarse en Varsovia. Debido a una importante amenaza a la seguridad, se sugirió que la cumbre se pospusiera completamente. Después de discutirlo con los países miembros, hemos decidido reunimos tal y como estaba previsto. El cambio de ubicación ha sido una propuesta mía y, después de discutirlo, los otros miembros han accedido. La elección de Auschwitz no ha sido gratuita. Aquí es donde millones de personas fueron llevadas contra su voluntad y ejecutadas de manera sumaria por una de las organizaciones más atroces y genocidas de la historia moderna.
Marten dobló una esquina para pasar por en medio de dos edificaciones de piedra antigua. Más adelante veía al presidente en el podio, mientras los dirigentes de la OTAN se mantenían en la plataforma detrás de él, con las banderas de los veintiséis países ondeando al viento. Los equipos de tiradores seguían claramente a la vista en las azoteas. Los comandos polacos con chalecos antibalas y armas automáticas vigilaban todavía el perímetro de la zona, mientras que dentro de la misma cientos de agentes del Servicio Secreto vestidos de paisano circulaban y vigilaban al público.
– Durante la semana pasada -proseguía el presidente, con la voz clara y nítida a través de los altavoces- la existencia de otra organización terrorista, tan atroz y genocida como la que estuvo a las órdenes de Adolf Hitler, ha sido descubierta y su cúpula desmantelada.
Marten llegó donde estaba el público y se colocó de pie debajo de un árbol cerca de la primera fila. Al hacerlo vio que el presidente hacía una pausa, miraba hacia él y le hacía un gesto casi imperceptible con la cabeza. Marten se lo devolvió.
– Este grupo, al que de momento hemos denominado sencillamente La Conspiración, no representa ni a una única nación, ni a una única religión, ni a una única raza, excepto la suya propia. Son una sociedad de criminales muy privilegiados infiltrados en instituciones políticas, militares y económicas de todo el mundo y, si las alegaciones resultan ser ciertas, así ha sido durante siglos. Puede que parezca imposible, producto de la fantasía de alguien, incluso absurdo, pero les aseguro que no lo es. En estos días pasados he sido testigo de primera mano de su terror. He visto los resultados de sus experimentos humanos. He visto cadáveres y miembros separados de sus cuerpos ocultos en laboratorios secretos de antiguas galerías de minas en España. Los he visto manipular las creencias religiosas más profundas de la gente para servir a sus ideas en forma de crueles rituales en los que se quemaba vivos a seres humanos, como brujas en la estaca, en una ceremonia elaborada que es el punto álgido de lo que ellos llaman su «reunión anual».
»La semana pasada se hizo creer que me habían sacado de un hotel en Madrid para llevarme a una ubicación secreta para velar por mi seguridad porque había recibido una amenaza terrorista muy creíble. Esto es en parte cierto; se trataba de una amenaza terrorista, pero lo cierto es que procedía de miembros de mi propio círculo íntimo. Gente en los más altos niveles del poder en el gobierno de Estados Unidos, gente en la que he confiado y a la que he considerado mis mejores amigos y asesores durante años. Esta gente me exigió que infringiera las leyes de mi país y el juramento del puesto de presidente. Me negué a hacerlo. No me llevaron a un lugar secreto, sino que huí de ellos. Y huí, no sólo porque suponían una amenaza para mi vida, sino porque ellos y su cohorte en Europa y en otros lugares del mundo se estaban preparando para desatar un enorme genocidio en los estados de Oriente Próximo, un genocidio de alcance nunca visto en la historia de la humanidad.
»Ayer pedí y recibí las dimisiones de los siguientes cargos: el vicepresidente de Estados Unidos, Hamilton Rogers; el secretario de Defensa, Terrence Langdon; el secretario de Estado, David Chaplin; el jefe del Estado mayor, Chester Keaton, y en último lugar, el jefe de personal de la presidencia, Tom Curran. He sido informado de que durante la última hora todos ellos han sido puestos bajo custodia federal en la embajada de Estados Unidos en Londres. Han sido acusados de sospecha de pertenecer a una organización terrorista y de alta traición contra el pueblo y el gobierno de Estados Unidos.
»Simultáneamente, debo informarles que arrestos similares se están produciendo en Alemania y Francia. Es muy pronto en nuestras investigaciones y de momento sólo podemos anticipar la detención de personas prominentes en otros países.
»Para todos nosotros, este asunto ha supuesto una tormenta de asombro, horror y repulsión. Para mí mismo y para la canciller alemana y el presidente francés es también una herida personal y muy profunda por lo que supone de traición por parte de amigos en los que confiábamos desde hacía mucho tiempo.
»Pero las malas noticias no son buenas viajeras. Este tipo de verdades son dolorosas y feas, pero si estuvieran ocultas sería mucho peor. Durante los próximos días y semanas sabremos más, y ustedes serán debidamente informados. Mientras tanto, sólo nos queda dar las gracias a la Providencia por haber sido lo bastante afortunados de encontrar a la bestia y poder matarla antes de que empezara su carnicería.
»Sólo tenemos que mirar a nuestro alrededor, aquí en Auschwitz, para recordar el precio terrible y desgarrador del fanatismo. Les debemos a aquellos que aquí murieron, a nosotros mismos, a nuestros hijos y a los suyos, convertir este cáncer en una enfermedad del pasado. Es algo que juntos podemos hacer.