Ésa era una posibilidad. La otra era que su investigación inicial hubiera sido silenciada por alguien del bufete con el poder suficiente para estar preocupado por lo que pudiera encontrar. Si ése fuera el caso, y teniendo en cuenta lo que había ocurrido con la doctora Stephenson, él y Katy se presentaran a protestar, era muy probable que tarde o temprano cayera sobre ellos la misma suerte que había afectado a la familia Parsons. Eso lo volvía todo resbaladizo y ahora mismo no sabía qué decisión tomar.
– El amor de Dios fluye entre nosotros. Como fluye por Caroline, por su esposo, Michael, y por su hijo, Charlie. -La voz del reverendo Beck se filtraba por todo el templo-. En palabras del poeta Lawrence Binyon:
Ellos no envejecerán, como nosotros, que nos haremos viejos,
la edad no los fatigará, ni los años los condenarán;
al caer el sol y cada mañana, los recordaremos.
» Oremos.
Mientras la plegaria del reverendo Beck resonaba por toda la iglesia, Marten advirtió a alguien que se deslizaba en el banco, a su lado. Se volvió y vio a una joven muy atractiva con el pelo corto y oscuro, vestida respetuosamente con un traje negro. Llevaba una cámara digital grande colgada del brazo y un pase de prensa internacional colgado del cuello en el que constaba su foto, su nombre y su filiación profesional, Agence France-Presse. Marten la reconoció como la mujer que acompañaba al reverendo Beck cuando visitó a Caroline en el hospital. Se preguntó qué hacía aquí, por qué había venido al servicio. Y por qué se le había sentado al lado.
Cuando la plegaria de Beck terminó, empezó a sonar una música de órgano y la misa llegó a su fin. Marten vio a Beck bajar del pulpito y acercarse a la hermana de Caroline y a su marido, en la primera fila. A su alrededor, la gente empezó a moverse y a levantarse. En aquel momento, la joven se dirigió a éclass="underline"
– ¿Es usted Nicholas Marten? -le dijo, con acento francés.
– Sí. ¿Por qué? -le preguntó, cauteloso.
– Me llamo Demi Picard. No quisiera importunarle, especialmente bajo estas circunstancias, pero ¿puedo pedirle que me dedique unos minutos de su tiempo? Es sobre la señora Parsons.
Marten se quedó asombrado.
– ¿Qué pasa?
– Tal vez podríamos hablar en un lugar donde haya menos gente. -Miró hacia las grandes puertas abiertas que tenían detrás, por donde la gente estaba abandonando el templo.
Marten la miró atentamente. La mujer estaba tensa y ansiosa. Sus ojos, grandes y de un tono pardo oscuro, no dejaban de mirarle. Había algo de intriga… tal vez supiera algo de Caroline que él no sabía, o al menos algo que lo pudiera ayudar.
– Está bien -dijo-. Vamos.
20
Marten se dejó guiar por en medio de la muchedumbre mientras pasaban de la oscuridad de la iglesia a la fuerte luz de la tarde. Fuera había un fuerte cordón de seguridad policial mientras una larga hilera de coches se acercaba a recoger a los dolientes VIP. Detrás de ellos y a un lado había un grupo de unidades móviles de medios de comunicación. Más cerca, cámaras de televisión grababan la actividad, mientras corresponsales de a pie comentaban el evento. «Recortes para las noticias del mediodía y de la noche», pensó Marten. Y luego, nada más, el último interés del público por la vida de Caroline Parsons.
Demi lo guió lejos de la iglesia, hasta una zona de estacionamiento de la misma iglesia cerca de Nebraska Avenue. Mientras caminaban, advirtió a dos figuras de pie en actitud vigilante que le resultaban familiares: los detectives de policía Herbert y Monroe, la pareja que le había interrogado sobre el «asesinato» de Lorraine Stephenson. Se preguntaba si ya habrían descubierto la existencia del científico sudafricano del pelo blanco, Merriman Foxx, y si habían esperado, como él, verlo aparecer en el funeral de Caroline.
– ¡Hey, Marten! -lo llamó una voz desde atrás. Se volvió y vio a Peter Fadden que se le acercaba rápidamente. Al cabo de un momento los alcanzó-. Lo siento, tengo un poco de prisa. -Miró a Demi y luego le entregó a Marten un sobre tamaño carta-. Mi número de móvil está dentro, junto a otro material que puede interesarle. Llámeme cuando llegue al hotel. -Y así, se volvió y se alejó, desapareciendo entre la gente que todavía ocupaba la explanada de delante de la iglesia.
Marten se guardó el sobre en el bolsillo y miró a Demi.
– Quería hablar de Caroline Parsons. ¿Qué quiere saber?
– Creo que usted estuvo con ella los últimos días y minutos antes de morir.
– Como mucha otra gente. Incluida usted… que vino con el reverendo Beck.
– Cierto -dijo, asintiendo con la cabeza-, pero casi todo el tiempo usted estuvo a solas con ella.
– ¿Y usted cómo lo sabe? ¿Cómo ha sabido mi nombre?
– Soy escritora y periodista gráfica y estoy haciendo un reportaje sobre los clérigos que atienden a los políticos conocidos. El reverendo Beck es uno de ellos, por eso le acompañaba cuando vino de visita al hospital, y por eso he asistido hoy al funeral. El reverendo Beck es el pastor de la iglesia a la cual pertenecía la familia Parsons, y sabía que usted había estado velando a la señora Parsons. Sentía curiosidad por usted y preguntó a una de las enfermeras. Así fue cómo me enteré de quién era usted y que era un amigo íntimo de ella.
Marten hizo una mueca para defenderse de la luz del sol.
– ¿Qué es exactamente lo que quiere?
Demi se le acercó un paso más. Estaba nerviosa y a la expectativa, incluso más de lo que lo estaba cuando se le acercó en la iglesia:
– Ella sabía que se estaba muriendo.
– Sí. -Marten no tenía ni idea de adonde quería llegar con sus preguntas, ni de por qué lo había buscado a él.
– Usted y ella debieron de hablar.
– Un poco.
– Y bajo esas circunstancias, puede que ella le dijera cosas que no le habría dicho a nadie más.
– Puede ser.
De pronto Marten se puso en guardia. ¿Quién era, y qué trataba de averiguar? ¿Lo que Caroline sabía o sospechaba de la doctora Stephenson y lo que le habían hecho? ¿O lo que sospechaba que les habían hecho a su esposo y su hijo?
Tal vez venía de parte del hombre del pelo blanco, Merriman Foxx, si es que era realmente la persona a la que Caroline se refirió.
– Pero, exactamente, ¿qué es lo que usted quiere saber? -le dijo, llanamente.
– ¿Le habló ella…? -Demi Picard vaciló.
Justo en aquel momento, Marten vio un Ford gris oscuro que doblaba la esquina del fondo del aparcamiento y avanzaba hacia ellos. Volvió a mirar a Demi:
– ¿Me habló de qué?
– De las… -vaciló-. De las brujas.
– ¿Brujas?
– Sí.
Ahora el Ford estaba más cerca y aminoraba la velocidad. Marten blasfemó mentalmente. Conocía el coche y a las dos personas que había dentro, y por la manera en que reducía supo que no tenía intención de pasar de largo. Rápidamente miró a Demi: