– ¿Brujas? -la apremió-. ¿De qué demonios me habla?
Entonces el Ford los alcanzó, se puso a un lado y se detuvo, y sus puertas se abrieron. El detective Herbert salió de detrás del volante y Monroe del asiento del copiloto.
Demi miró a los policías.
– Tengo que irme, lo siento -dijo, bruscamente, y luego dio media vuelta y se marchó rápidamente hacia la iglesia.
Marten respiró y luego miró a los detectives y se esforzó por sonreír:
– ¿En qué puedo ayudarles?
– En esto. -Monroe le puso unas esposas, primero por una muñeca y luego por la otra.
– ¿Porqué?
Marten estaba indignado.
Herbert empezó a empujarlo hacia el coche: -Le hemos dejado asistir al funeral de la señora Parsons. Es el único favor que obtendrá de nosotros.
– ¿Qué demonios significa esto?
– Significa que nos vamos a dar un paseo.
– ¿Un paseo adonde?
– Ya lo verá.
21
Vuelo 0224 British Airways, de Dulles, Washington, a Heathrow, Londres. 18.50 h
Marten contempló cómo el suelo y el paisaje industrial de Washington se desvanecían bajo el cielo del crepúsculo a medida que el avión se encaramaba y se dirigía a sobrevolar el Atlántico. Ya sin las esposas, fue embutido en el asiento de ventanilla de una hilera de tres butacas de clase turista del avión, codo con codo con sus dos compañeros, una pareja de recién casados cogidos de las manos y enamoradísimos que no habían dejado de mirarse a los ojos desde que se abrocharon los cinturones. Y que a él le pareció que pesaban alrededor de ciento treinta kilos cada uno.
Había una lista de espera de al menos veinte personas, pero los intrépidos detectives Herbert y Monroe se las arreglaron para encontrarle una plaza. Todo su modus operandi había sido rápido y eficaz: pasaron por su hotel, le dejaron recoger sus efectos personales y luego le llevaron al aeropuerto Dulles International sin apenas mediar una docena de palabras entre ellos. Las pocas que usaron con él fueron simples y claras. No había ninguna necesidad de interpretarlas:
– Lárguese de Washington y no vuelva.
Aguardaron con él frente a la puerta de embarque de British Airways hasta que llegó el momento y luego lo metieron personalmente en el avión para asegurarse de que no decidía dar marcha atrás y volver a aventurarse en su impecable ciudad justo en el último instante. El procedimiento no era raro: la policía lo usaba a menudo para deshacerse de la gente a la que no podían acusar de ningún crimen pero a la que no querían tener merodeando. El proceso resultaba más fácil si esa persona era de otra ciudad, estado o, como en este caso, país.
A Marten no le hizo ninguna ilusión que le echaran; no con sus emociones todavía a flor de piel y con todas las preguntas todavía por responder. Por otro lado, el «paseo» que los detectives le prometieron podía haber sido sencillamente de vuelta a comisaría, especialmente si habían encontrado a alguien que lo hubiera visto discutir con la doctora Stephenson justo delante de su casa.
A estas alturas era muy posible que ya hubieran encontrado su cabeza y que quisieran hablar con él del asunto, tal vez incluso que quisieran llevarlo a la morgue a verla y fijarse en su reacción. Pero no lo hicieron. En cambio, se limitaron a expulsarlo del país. Del motivo preciso no estaba seguro, pero sospechaba que se habían enterado de algo de su relación con Caroline Parsons, al menos de su estancia en el hospital, y de la carta que ella le había dejado dándole acceso a los asuntos personales de su familia. Lo que no tenía manera de saber era si estaban preocupados de que pudiera convertirse en un elemento incómodo en la investigación de la muerte de Stephenson, o de si se habían enterado por alguien del bufete de abogados de Caroline de lo de la carta y lo querían mantener lo más alejado posible. Ni tampoco había manera de saber si este mismo alguien estaba relacionado con la muerte de Caroline, o con las muertes de su esposo y de su hijo, o con la decapitación de la ya muerta Lorraine Stephenson. Por supuesto, nada de eso significaba que no pudiera sencillamente dar media vuelta una vez en Londres y volver de inmediato a retomar sus pesquisas.
Con o sin la policía, podía muy bien haberlo hecho si no llega a ser porque, una vez despegado el avión, se acordó del sobre que Peter Fadden le había dado frente a la iglesia y apartó con un codo a la enorme y edulcorada pareja que tenía al lado para sacárselo del bolsillo y abrirlo.
Lo que encontró dentro era lo que el periodista le había prometido: su tarjeta del Washington Post con su número de móvil y su dirección electrónica; el día en el que el doctor Merriman Foxx había llegado a Washington, el lunes 6 de marzo; y una información de gran interés relativa al historial de Foxx y las operaciones secretas que había dirigido como brigadier de la notable Décima Brigada Médica de Sudáfrica. Operaciones que habían incluido viajes internacionales encubiertos para comprar agentes patógenos u organismos causantes de enfermedades y el material para dispersarlos; planificación de epidemias que se podían extender sin ser detectadas por comunidades de negros, para devastarlas; venenos especiales que podían provocar fallos cardíacos, cáncer y esterilidad; y el desarrollo de una especie de cadena de ántrax silencioso y capaz de burlar las complicadas pruebas usadas para detectar la enfermedad. Uno de sus principales objetivos era desarrollar métodos para eliminar a los oponentes del apartheid sin dejar huella.
Además, Fadden había añadido otra cosa: la fecha en la que el médico se marchó de la ciudad, el miércoles 29 de marzo, y su paradero actual, o al menos donde se creía que se había ido después de las reuniones secretas del subcomité en Washington. Era su domicilio:
200 Triq San Gwann
La Valetta, Malta
Tel. 243555
Eso último fue lo que le hizo a Marten cambiar de planes. De momento, al menos, no volvería a Washington. Ni tampoco volvería a su trabajo urgente en su empresa de paisajismo de Manchester. Lo que haría sería tomar el primer vuelo que saliera para Malta.
Jueves 6 de abril
22
España. Tren nocturno Costa vasca número 00204.
San Sebastián a Madrid, 5.03 h
– Victor?
– Sí, Richard.
– ¿Te he despertado?
– No, esperaba tu llamada.
– ¿Dónde estás?
– Hemos salido de la estación de Medina del Campo hace una media hora. La llegada a Madrid está prevista a las 7.35. A la estación de Chamartín.
– Cuando llegues a Chamartín quiero que cojas el metro hasta la estación de Atocha, y desde allí un taxi al hotel Westin Palace en la plaza de las Cortes. Hay una habitación reservada para ti.
– De acuerdo, Richard.
– Una cosa más. Cuando llegues a la estación de Atocha, quiero que la cruces andando con cuidado y mires a tu alrededor. Atocha es donde unas cuantas bombas terroristas colocadas en trenes de cercanías mataron a ciento noventa y una personas e hirieron a cerca de ochocientas. Imagina lo que debió de ser cuando estallaron las bombas y lo que les debió de ocurrir a toda esa gente. Y también a ti si hubieras estado allí. ¿Lo harás, Victor?
– Sí, Richard.
– ¿Tienes alguna pregunta?
– No.
– ¿Necesitas algo?
– No.
– Descansa un poco. Te llamaré más tarde.