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– Podría pensarse que fueron los caballeros de San Juan contra los turcos -dijo, en voz alta y apasionada-. Pero en realidad era Occidente contra Oriente. El cristianismo contra el islam. Las bases que mueven a los diablos terroristas de hoy fueron establecidas aquí mismo, en Malta, hace quinientos años.

Por supuesto que estaba exagerando, pero con la primera visión de Marten de las fortificaciones del puerto desde la ventana de su hotel, experimentó una conciencia inmediata, incluso estremecedora, de aquel pasado. A pesar de su extrema simplicidad, lo que el taxista le había dicho podía muy bien ser cierto: la profunda desconfianza entre Oriente y Occidente se había establecido, desde luego, varios siglos antes en este diminuto archipiélago.

Con jet lag pero lleno de energía, Marten se dio una ducha rápida y se afeitó, luego se puso un jersey fino de cuello alto, unos pantalones limpios y una chaqueta sport de tweed, elegidos de entre la ropa que había metido en la maleta apresuradamente al marcharse de Manchester para estar al lado de Caroline.

Al cabo de quince minutos, con un plano de La Valetta facilitado por el recepcionista del hotel en el bolsillo, bajaba por Triq ir-Repubblika, o calle de la República, la principal vía comercial de la ciudad, en busca de Triq San-Gwann, o calle de San Juan, y luego del número 200, donde según Peter Fadden se encontraba el domicilio del doctor Merriman Foxx.

Lo que haría una vez allí lo había estado ensayando en Londres durante su espera en el vestíbulo de pasajeros de Air Malta. Encontró un cubículo con conexión a Internet, enchufó su portátil y luego entró en la página web del Archivo del Congreso de Estados Unidos. Allí buscó el subcomité sobre Inteligencia y Contraterrorismo del que había formado parte Mike Parsons, clicó en la lista de miembros y encontró el nombre de su presidenta: la representante Jane Dee Baker, una demócrata de Maine que, según sus posteriores pesquisas en Internet, actualmente formaba parte de un pequeño contingente de congresistas que viajaban por Irak en busca de datos.

Si Merriman Foxx había testificado durante tres días, como dijo Peter Fadden, estaría más que familiarizado con el nombre de la congresista Baker. El plan de Marten era llamar a su residencia, presentarse como Nicholas Marten, colaborador especial de la representante Baker, y decirle que había tres o cuatro pequeñas ambigüedades en la transcripción de su declaración que la congresista Baker deseaba aclarar. Puesto que se encontraba en Europa y de todos modos tenía que viajar a Malta, la congresista estaría muy agradecida si el doctor Foxx le concediera unos momentos para poder completar el texto para el Congressional Record.

Era una tentativa descarada que Marten sabía arriesgada. Tenía muchos números para que le respondieran «No, lo siento, pero mi testimonio ya ha concluido», o de que Foxx comprobara primero con la oficina de Baker en Washington si era cierto que entre su personal había un tal Nicholas Marten, y si le habían encargado una misión así. Pero, como antiguo investigador, Marten tenía la corazonada de que la reacción del científico sería cordial. Cordial, léase precavida, como si estuviera todavía bajo el escrutinio del comité. O cordial, léase amistosa, en el caso de que hubiera algún tipo de colaboración entre él mismo y el comité y no deseara estropearla. En cualquier caso, lo bastante cordial como para al menos prestarse a reunirse con él cara a cara. Y cuando se encontraran, Marten empezaría a tantearlo «cordialmente» sobre lo que sabía de la doctora Stephenson y sobre la enfermedad y muerte de Caroline Parsons.

Marten anduvo por la calle de la República en busca de la plaza de San Juan, donde las calles República y San Juan se cruzaban. Pasó frente a una pequeña juguetería y una bodega, y luego bajo una llamativa banderola que cruzaba la calle República. Unos cuantos pasos más allá se encontró en la plaza de San Juan y enfrente de la maciza iglesia de los Guerreros, la segunda catedral de San Juan, del siglo XVII. Había oído hablar de su magnífica nave noble y de los preciosos diseños de su interior, pero desde el exterior parecía más una fortaleza que una iglesia y le recordó que Malta, y en especial La Valetta, había sido urbanizada principalmente como una ciudadela.

La calle de San Juan no era tanto una calle como una cuesta de empinadas escaleras. Ningún vehículo, sólo peatones. Pasaba un poco de las cinco de la tarde y el sol dibujaba sombras alargadas en las escaleras a medida que las remontaba. Su motivo para venir aquí era sencillo: encontrar el número 200 y, con suerte, hacerse alguna idea de cómo vivía Merriman Foxx -verlo a él ya sería todo un premio- antes de volver a su hotel y llamarle.

Ciento cincuenta y dos escalones más tarde, ya había llegado. El número 200 era similar al resto de edificios de la calle: una construcción de cuatro plantas con un balcón en cada una de ellas. Unos balcones que, estaba seguro, proporcionaban una buena vista de la calle.

Marten subió veinte escalones más, luego se volvió a estudiar el edificio. Sin acercarse a la puerta principal y espiar en el interior resultaba difícil determinar si las cuatro plantas eran parte de una sola residencia o estaban separadas en apartamentos. Una única residencia podía indicar que Foxx era un hombre bastante rico -tal vez se trataría de la inversión de parte de sus millones desviados-. Un apartamento de una sola planta sería menos definitorio. Lo único que era seguro era que cualquiera que viviera aquí tenía que estar muy en forma: la empinada cuesta de escalones de piedra lo demostraba. Eso le hizo empezar a preguntarse si, como antiguo oficial militar, Merriman Foxx podía haber elegido el domicilio en esta isla no sólo por su rica historia militar, sino porque, a medida que se fuera haciendo mayor, le obligaba a conservar la buena forma física. Era una disciplina personal que no debía subestimar cuando se encontraran cara a cara y empezara a interrogar a Foxx sobre la doctora Stephenson y Caroline Parsons.

24

Por otro lado, tal vez se estuviera aventurando al dar por supuesto que Foxx era tanto «el doctor» como «el hombre del pelo blanco». ¿Y si no lo era? ¿Y si era tan sólo un antiguo comandante de pelo cano del ejército que había dirigido un programa de armas biológicas secreto en Sudáfrica y luego se había retirado, una vez desmantelado todo el asunto? Alguien que jamás había oído hablar de Caroline Parsons ni de Lorraine Stephenson, que hubiera dicho la verdad ante el comité del Congreso y ahora hubiera regresado a casa, a llevar su vida de siempre en Malta, feliz de haber dejado todo aquello atrás…

Y entonces, ¿qué?

¿Volver a Inglaterra? ¿Volver y ponerse a trabajar en los toques finales de los planos paisajísticos para la propiedad rural de Banfield, al noroeste de Manchester? ¿Prepararlo todo para la nivelación, para los responsables de los sistemas de riego, para los invernaderos, para los equipos de plantación? ¿Volver y olvidar lo que le había ocurrido a Caroline, a su marido y a su hijo? ¿O la decapitación de la ya muerta Lorraine Stephenson?

No, no olvidaría nada de esto porque no sería el caso. Merriman Foxx tenía que ser el doctor y el hombre del pelo blanco. Había estado en Washington entre el 6 y el 29 de marzo, el período en el que Mike Parsons y su hijo murieron en el accidente aéreo y en el que su esposa cayó enferma. Había sido el principal testigo del subcomité del cual Mike Parsons había formado parte. Y conocía de primera mano la manera de disfrazar y encubrir el uso secreto de patógenos mortíferos secretos.

Era casi seguro que Foxx era el hombre que buscaba, pero hasta si era lo bastante afortunado para lograr reunirse cara a cara con él, ¿por qué iba Foxx a contarle nada de los asuntos en los que estaba involucrado? Si Marten insistía y las cosas se ponían feas, Foxx podía muy bien encontrar una manera de matarle. Por el contrario, si lo que Foxx tenía entre manos era lo bastante trascendental y de alguna manera lo acorralaba, podía ser motivo suficiente para que Foxx se quitara la vida. Una tableta de cianuro debajo de la lengua o, teniendo en cuenta su historial profesional, algo más ingenioso, preparado con mucha antelación para actuar en circunstancias como ésta.