25
La Valetta, Malta, 20.35 h
Nicholas Marten salió del hotel y se puso a bajar por Trigta York. La suave niebla que provenía del Mediterráneo resultaba fría y vigorizante para alguien que todavía estaba bajo los efectos del jet lag como él. Llevaba una chaqueta oscura de sport y pantalones grises, una camisa azul y una corbata color burdeos. En la mano izquierda llevaba una cartera comprada a toda prisa que había abollado un poco con la intención de que pareciera usada. Dentro llevaba varias carpetas, una libreta y una pequeña grabadora a pilas que también había comprado de manera apresurada.
Su destino quedaba a diez minutos a pie escasos desde el hotel e hizo el recorrido a buen paso, siguiendo la calle hasta más allá de los jardines Baracca hasta donde doblaba hacia Triq id-Duka.
– El doctor estará encantado de recibirle, señor Marten -le había dicho el ama de llaves de Merriman Foxx cuando llamó pidiendo ver al doctor de parte de la congresista Baker-. Por desgracia, dispone de poco tiempo, pero ha dicho que, si no le importa, puede pasar por el restaurante en el que está cenando. Le dedicará unos instantes para darle cualquier información que la congresista precise.
La hora eran las nueve en punto. El lugar, el Café Trípoli de Triq id-Dejqa, en el extremo opuesto del Memorial a los caídos de guerra de la RAF, un monumento a la aviación británica que defendió la isla de las fuerzas invasoras alemanas e italianas durante la segunda guerra mundial. Al pasar por su lado, Marten sintió otra vez el peso de la historia bélica, y con ella la importancia estratégica de esta isla fortaleza. Tan sólo esta sensación, la visión de las antiguas guarniciones de piedra, y el recuerdo de las innumerables invasiones que Malta había sufrido a lo largo de los siglos le dio una idea muy real de que la guerra nunca termina, de que siempre hay alguna que está esperando estallar.
Eso le hizo pensar en la Décima Brigada Médica del doctor Merriman Foxx y sus esfuerzos por desarrollar armas biológicas de manera encubierta, y le hizo darse cuenta de que Foxx conocía esta máxima demasiado bien. Y si así era y se la tomaba en serio, ¿significaba esto que los proyectos en los que había estado trabajando antes de que el programa terminara no habían sido desmantelados en absoluto y seguían vivos y en activo? En este caso, ¿era esto con lo que Mike Parsons se había tropezado en las sesiones del comité? ¿Esto y el hecho que algunos de los miembros del comité lo sabían y exigían que no saliera a la luz pública? Si todo eso era cierto, entonces la siguiente pregunta tenía que ser ¿por qué? ¿Qué era lo que estaban protegiendo como para haber tenido que matar a Parsons por ello?
El grito agudo de un gato de callejón devolvió a Marten al lugar en el que se encontraba. Esperó a que el tráfico pasara y luego cruzó un ancho boulevard y giró por Trig id-Dejqa en busca del Café Trípoli. Tenía que agradecer la franqueza de Foxx al acceder a recibirlo, pero al mismo tiempo sabía que tenía que desconfiar de él. Una reunión en público era siempre algo salvable y no se parecía en nada a una sala de vistas. Con otras personas a la escucha, el interlocutor puede escuchar lo que se le pregunta y luego contestar directa o indirectamente, o ni siquiera contestar, conservando las formas y eligiendo las respuestas. El problema de Marten era ahora el enfoque de su interrogatorio, porque las preguntas que hiciera tendrían poco que ver con las sesiones del comité y en cambio se centrarían en Caroline y en la doctora Stephenson. Sería difícil y delicado, y el resultado dependería tanto del propio Merriman Foxx, de su carácter y predisposición, como de la manera en que Marten planteara sus preguntas.
20.45 h
El Café Trípoli estaba en una callejuela de escaleras adoquinadas y tenía la puerta iluminada por una lámpara grande de bronce. Marten se detuvo en la parte superior de las escaleras, observando cómo la puerta del café se abría y tres personas salían y subían en dirección a él. Detrás tenía un portal oscuro y se metió un poco hacia dentro a esperar. Al cabo de un momento, los tres individuos pasaron de largo y doblaron la esquina sin ni siquiera haberlo visto. Eso era lo que quería y el motivo por el cual había llegado pronto. El portal era un buen lugar desde el cual observar a Foxx cuando pasara de camino al restaurante. Marten lo quería ver antes, aunque fuera sólo un momento. Ver sus facciones y su pelo blanco, saber de antemano el aspecto que tenía. Sería una pequeña ventaja, nada más.
20.55 h
Durante un buen rato estuvo todo en silencio y Marten se preguntó si el propio Foxx no habría llegado pronto y estaba ya dentro. Empezaba a plantearse abandonar su plan y entrar sencillamente en el restaurante cuando un taxi se detuvo al principio del callejón, se abrieron sus puertas y primero un hombre y después una mujer bajaron de él. Marten se volvió a meter en el portal mientras el taxi se alejaba y la pareja empezaba a bajar las escaleras de piedra en dirección al café. La mujer pasó primero. Era bastante joven, de pelo oscuro, y muy atractiva. El hombre la seguía. De estatura mediana, complexión mediana, los hombros echados hacia atrás, llevaba un jersey de punto gris de tipo pescador y unos pantalones oscuros. Tenía una expresión grave en la cara, con muchas arrugas. El pelo, su mata de pelo, era blanco como la nieve y resultaba teatral y característico. Merriman Foxx era casi exactamente como lo había descrito Peter Fadden: «Se parece a Einstein».
Marten esperó a que entraran, luego abrió su maletín, sacó la grabadora y se la metió en el bolsillo de la chaqueta. Esperó otro momento y luego salió de la penumbra y anduvo hacia la entrada del Café Trípoli.
– ¡Buenas noches, señor!
Apenas hubo entrado en el restaurante, Marten fue recibido por un maître alegre y calvo que iba vestido con pantalones negros y una camisa blanca almidonada. Detrás de él había un salón lleno de humo, tipo pub, en el que sonaba una música de piano.
– Tengo una cita con el doctor Foxx. Me llamo Marten.
– Sí, señor, por supuesto. Sígame, por favor.
El maître lo condujo por unas escaleras hasta el comedor que había en el piso de abajo. Un grupo de gente llenaba la barra cerca del pie de las escaleras. Más allá había una zona de comedor con unas dos docenas de mesas. Todas ellas estaban ocupadas y Marten buscó al doctor Foxx y su compañera con la mirada, pero no los vio.
– Por aquí, señor.
El maître lo llevó hacia una zona cerrada cerca del fondo que estaba separada del resto del local por un biombo de madera y cristal opaco. El maître rodeó el biombo y lo escoltó hacia un salón privado.
– El señor Marten -lo anunció.
26
Había cuatro personas sentadas a la mesa. A Foxx y su amiga los esperaba, pero los otros dos eran una sorpresa. Los había visto en Washington hacía poco más de un día, eran el reverendo del Congreso, Rufus Beck, y la periodista gráfica francesa Demi Picard.
– Buenas noches, señor Marten. -Merriman Foxx se levantó para estrecharle la mano-. Permítame que le presente a mis otros invitados. Cristina Vallone -dijo, indicándole la joven que había llegado con él-, el reverendo Rufus Beck y -añadió, con una cálida sonrisa- mademoiselle Picard.
– ¿Cómo están? -Marten se cruzó la mirada con Demi por un instante fugaz, pero ésta no le reveló nada. Volvió a mirar a Foxx-. Es muy amable por su parte acceder a reunirse conmigo, habiéndole avisado con tan poca antelación.