En un instante, todos se dieron cuenta de lo mismo: todo el operativo estaba orientado a evitar que nadie entrara en el hotel sin ser visto, pero no para evitar que alguien saliera del mismo modo; en especial, alguien que tuviera pleno conocimiento de los cordones concéntricos de seguridad que utilizaba el Servicio Secreto. Alguien como el propio presidente. Además, parecía que lo hubiera hecho con premeditación y alevosía. Un inventario de la ropa que el mayordomo del presidente había puesto en la maleta cuando salieron de Washington reveló lo que faltaba: un juego de ropa interior, unos calcetines de deporte, zapatillas deportivas, un jersey negro y unos vaqueros. Era la ropa que al presidente le gustaba ponerse para estar relajado cuando acababa su jornada oficial. Su cartera también faltaba. Nadie parecía saber cuánto dinero llevaba exactamente, pero su secretaria personal confirmó que le había entregado mil euros antes de marcharse de la Casa Blanca para iniciar su gira europea. Llevar cierta cantidad de dinero en efectivo era un hábito que se remontaba a los tiempos en que el presidente trabajaba en una granja, cuando lo pagaba casi todo en efectivo.
En cuanto a su utilización de los conductos de ventilación para evitar la vigilancia del Servicio Secreto, el personal de mantenimiento del hotel demostró cómo los paneles de acceso al sistema principal de tuberías se podían abrir desde dentro, y que estos mismos paneles se cerraban automáticamente una vez hubiera salido quienquiera que estuviera dentro y el panel se volviera a cerrar. Además, en los conductos principales había unos estribos en los que apoyar los pies que iban de la azotea hasta el sótano, y los conductos secundarios eran lo bastante anchos como para que un hombre pudiera colarse por ellos.
A pesar de lo escéptico que Hap Daniels se había mostrado al principio sobre la posibilidad de que el presidente hubiera actuado en solitario y hubiera utilizado el sistema de ventilación como medio de escapada del hotel, el factor decisivo llegó cuando se encontraron restos de varias cerillas de madera que se habían quemado recientemente al fondo del hueco que daba a la zona de almacén. El amigo del presidente, Evan Byrd, era fumador de pipa y tenía pequeñas colecciones de cajitas decorativas de cerillas de madera junto a ceniceros colocadas en varios rincones de su casa. Daniels había visto al presidente recoger varias de aquellas cajitas al marcharse de la residencia de Byrd la noche anterior, y guardárselas en los bolsillos. El presidente no fumaba y, por lo que sabía Daniels, no lo había hecho nunca, así que el motivo por el cual se guardó las cerillas era un misterio para todos. Ahora lo comprendía. Le habían servido para iluminarse todo el camino por el sistema de refrigeración del hotel sin tener que encender las luces del interior del mismo, con lo cual se hubiera arriesgado a desencadenar algún tipo de alarma.
– ¿Hap? -La voz de Jake Lowe provenía de la habitación contigua.
– Estoy aquí.
Al cabo de un momento Lowe y el asesor de seguridad nacional, Marshall, entraron en el baño de la suite presidencial, donde Daniels y otros dos agentes del Servicio Secreto examinaban un panel abierto de acceso en el falso techo del cuarto.
– Por ahí es por donde se ha escapado. -Hap miraba la zona de la canalización, por la que se oía a un agente del Servicio Secreto moviéndose por el circuito.
– ¿Hay algo? -llamó Daniels.
– Sí. -La cabeza del agente asomó de pronto por la obertura del rectángulo-. Por un lado, los de mantenimiento tenían razón. Suba aquí y cierre el panel deslizándolo detrás de usted. Un simple giro de la tuerca lo vuelve a dejar cerrado. Nadie sabría nunca que alguien lo ha utilizado.
– ¿Cómo ha conseguido abrirlo desde aquí abajo? Hace falta una llave especial.
– Si quieres, puedes. Tome esto. -El agente le pasó un trozo de metal retorcido-. Es una cuchara, torcida para que funcione como una llave. Es cutre, pero funciona. Lo he comprobado.
Lowe miró la cuchara y luego miró a Marshall.
– Claro, el servicio de habitaciones. Un bocadillo, una cerveza y el helado. Para tomarte el helado necesitas una cuchara. Ya sabía lo que iba a hacer. -De pronto se volvió hacia Daniels-. Vamos a hablar.
37
12.00 h
Al cabo de sesenta segundos Lowe, Marshall y Daniels entraban en la sala de seguridad que habían usado previamente.
– Creo que ahora ya podemos presuponer que el presidente ha actuado en solitario -Lowe miró a Daniels-. ¿Está de acuerdo?
– Sí, señor, estoy de acuerdo. La pregunta es, ¿por qué?
Lowe y Marshall intercambiaron una mirada fugaz y luego Lowe cruzó la habitación:
– Obviamente, ninguno de nosotros tiene la respuesta -dijo-, pero mi sensación es que han pasado demasiadas cosas demasiado rápido para él, hasta el punto que ha sido empujado al puro agotamiento psicológico. No soy ningún experto, pero este viaje, la manera en que estaba saliendo, en especial en Francia y Alemania, tan poco tiempo después de una campaña larga y agotadora, seguida prácticamente de la investidura, la puesta a punto del gabinete y lo que está ocurriendo en Oriente Próximo… Todo junto ha sido excesivo, por muy fuerte que sea él, porque lo habría sido para cualquiera. Lo sé porque hemos mantenido conversaciones privadas sobre el tema. Incluso un día me preguntó si creía que estaba realmente capacitado para el puesto. Y a eso, añádanle el tema del que nunca habla pero que sé que todavía lo acecha: la muerte de su esposa… imagínenselo ganando las elecciones y luego pasando sus primeras navidades en treinta y tres años sin ella, solo en la Casa Blanca, para rematarlo. Encima, todos sabemos lo mucho que quería a Mike y Caroline Parsons y a su hijo.
»Tal vez si fuera el tipo de persona que se queja o se pone irritable, o incluso que bebe de vez en cuando, sería distinto, pero no lo es. Si lo juntan, verán que tenemos a un hombre que se lo ha guardado todo dentro y está emocionalmente exhausto. De pronto las circunstancias lo superan y hace una locura, algo que le evita ahogarse.
»La historia que Dick Green está contando a la prensa ahí abajo -que el Servicio Secreto se lo ha llevado a medianoche a un lugar secreto a causa de una amenaza terrorista creíble de la que no podemos hablar- es la que mantendremos incluso cuando lo encontremos. Así tendrá tiempo de someterse a una revisión médica completa y luego, suponiendo que se encuentre bien, descansar y recuperarse antes de acudir a la reunión de la OTAN en Varsovia.
Lowe volvió a cruzar la estancia. Antes se estaba dirigiendo a los dos; ahora miraba directamente a Hap Daniels.
– Sabemos lo que llevaba cuando se marchó y los lugares en los que el camión se ha detenido después de pasar por el hotel. Está solo, tal vez incluso esté desorientado. No es probable que pueda pasear demasiado cual turista sin que nadie lo reconozca. Con su gente, la CIA, el servicio de inteligencia español y la policía madrileña trabajando juntos, supongo que no va a seguir desaparecido mucho tiempo más.
Daniels no dijo nada. Se limitó a desear con todas sus fuerzas que Lowe tuviera razón.
– El jefe de personal está buscando un lugar al que llevarlo una vez lo hayamos capturado. Nos toca a nosotros, Jim, yo mismo, el jefe de personal, el secretario de prensa Greene aquí en Madrid y el vicepresidente y secretario de estado en Washington, lidiar con los otros gobiernos y con la prensa hasta que podamos volver a presentarlo en público. Les toca a ustedes localizarle y llevarlo rápida y discretamente al lugar acordado. Ustedes llevaron un par de veces al presidente Bush a Irak en secreto; la primera vez nadie advirtió su ausencia hasta que estuvo de vuelta en su rancho de Texas. -Lowe hizo una pausa y luego apretó los ojos-. Hap, ahora necesitamos, debemos, tener la misma eficiencia. La situación es mucho más delicada.