Lo que sorprendió a Marten, lo que de verdad le sobresaltó y le empujó a esperar a oscuras frente a la residencia de la doctora Stephenson, había ocurrido diez minutos antes de las cuatro de la tarde, cuando el teléfono sonó en la habitación de su hotel.
– Soy la doctora Stephenson -dijo, con voz inexpresiva y despojada de cualquier emoción.
– Gracias por devolverme la llamada -respondió Marten sin alterarse-. Era un buen amigo de Caroline Parsons. Usted y yo nos vimos un momento en su habitación del hospital.
– ¿En qué puedo ayudarle? -le apremió, esta vez con cierta impaciencia en el tono.
– Me gustaría hablar con usted sobre las circunstancias que han rodeado la muerte de Caroline y sobre la causa de su muerte.
– Lo siento, hay impedimentos que afectan a la privacidad del paciente. No es algo que yo pueda comentar.
– Lo entiendo, doctora, pero me ha sido otorgado el acceso legal a toda su documentación, incluyendo su historial médico.
– Lo lamento, señor Marten -le dijo, cortante-. No puedo hacer nada para ayudarle. Le ruego que no vuelva a llamarme. -Colgó bruscamente el teléfono.
Marten recordaba haberse quedado quieto, con el auricular todavía en la mano. Sin más, le habían cortado y cerrado el paso. Eso significaba que si quería tener acceso al historial médico de Caroline debería emprender todo un proceso legal y entonces, al cabo de meses y tal vez de miles de dólares invertidos en gastos legales, podría obtenerlo o no. Y aun si lo hacía -en especial si Caroline tenía razón y había habido juego sucio-, ¿qué garantías tenía de que el historial que le daban no había sido falsificado?
Por su propia experiencia sabía que los investigadores que aceptan un no como respuesta y se marchan a casa, raramente obtienen solución alguna. En cambio, los detectives que permanecen en el juego y presionan son los que obtienen las respuestas que buscan. Por eso sabía qué era lo siguiente que debía hacer: enfrentarse a la doctora Stephenson de inmediato y preguntarle a bocajarro si creía que Caroline había sido asesinada.
Ese tipo de aproximación proporciona alguna respuesta concreta con más frecuencia de lo esperado. A veces se obtiene por la manera de responder a la pregunta, por la vacilación o la extraña manera de formular una frase, o por la mirada y el lenguaje corporal del interrogado. A veces por las tres cosas a la vez. Es raro que alguien involucrado en un crimen no se delate de alguna manera u otra. Demostrarlo, obviamente, es otra cosa. Pero ése no era ahora mismo su objetivo, sino simplemente obtener alguna pista de que Caroline tenía razón, de que le habían administrado deliberadamente algún tipo de toxina que la había matado. Y si era así, ver si la doctora Stephenson estaba involucrada personalmente.
5
Lorraine Stephenson le había llamado a las cuatro menos diez. Hacia las 16.20 él ya había recorrido las varias manzanas que separaban su hotel del Hospital Universitario George Washington. A las 16.25 se encontraba en el despacho del personal médico del hospital hablando con la mujer que había detrás del mostrador. De nuevo, la experiencia como detective de homicidios le resultaba muy útil. Los médicos que trabajan en un hospital con regularidad están registrados en el cuadro médico de la institución, y su historial personal queda archivado en el despacho del personal. Como había visitado a Caroline en el Hospital Universitario, Marten supuso que la doctora Stephenson ejercía con regularidad allí y que, consecuentemente, su historial profesional estaría archivado en la oficina de personal médico. Bajo esta suposición, sencillamente le dijo a la mujer del mostrador que le habían recomendado a la doctora Stephenson como médico familiar y que le gustaría obtener un poco de información profesional sobre ella: dónde había cursado sus estudios de medicina, dónde había hecho la residencia, cosas así. Como respuesta, la mujer abrió la carpeta de Stephenson en la pantalla de su ordenador. Mientras lo hacía, Marten miró a su alrededor y vio una caja grande de pañuelos de papel sobre un archivador que había pocos metros detrás de ella. Fingió un estornudo y dijo que había pillado un resfriado con aquel tiempo tan lluvioso, y entonces le pidió si le podía dar un pañuelo. La mujer tardó diez segundos en levantarse y andar de espaldas a él para coger la caja de pañuelos. Marten tardó siete segundos en dar la vuelta al mostrador, mirar la pantalla del ordenador, avanzar el texto de la pantalla y hacerse con los datos que necesitaba. Al cabo de tres minutos abandonó la oficina con unos cuantos pañuelos y los datos siguientes: la doctora Lorraine Stephenson estaba divorciada, se había graduado en la facultad de Medicina de la Universidad John Hopkins, había hecho su residencia en el hospital Mount Sinai de Nueva York, tenía su consulta profesional en el Georgetown Medical Building y vivía en el número 227 de la calle Dumbarton, en el distrito urbano de Georgetown.
20.27 h
Marten volvió a ver luces por el retrovisor. Un coche se acercó y luego pasó de largo. ¿Dónde estaba la doctora? ¿Habría salido a cenar o a algún tipo de reunión profesional? De pronto recordó el tono y la manera de hablar de Stephenson, y oyó sus palabras cuando ponía fin a la conversación: «Lo lamento, señor Marten -le dijo, cortante-. No puedo hacer nada por ayudarle. Le ruego que no vuelva a llamarme».
Tal vez era peor de lo que había pensado. Tal vez lo que había percibido como una serena actitud distante era en realidad miedo. ¿Y si Caroline había sido realmente asesinada y Stephenson estaba involucrada, o incluso lo había hecho ella misma? Y entonces él la había llamado diciéndole que disponía de un documento legal que le daba acceso al historial médico de la fallecida y que quería hablarle de la enfermedad y de la causa de su muerte. Si Stephenson estaba efectivamente involucrada, ¿le habría devuelto la llamada y lo habría desanimado sencillamente para ganar tiempo y desaparecer? ¿Y si en este preciso instante estaba huyendo de la ciudad?
20.29 h
Otro vehículo bajó la calle detrás de él. Empezó a aminorar la velocidad al acercarse a la casa de Stephenson y Marten se dio cuenta de que se trataba del mismo Ford que había pasado unos minutos antes. Esta vez fue mucho más despacio, como si quien fuera que estuviera en el coche tratara de ver el interior de la casa, de determinar si se había alguna luz encendida, una indicación de que la doctora había vuelto a casa.
Tan pronto como terminó su inspección, el Ford aceleró bruscamente y se marchó. Al hacerlo, Marten pudo ver al conductor. Un escalofrío se le formó en el cuello y le bajó por la columna. Era el mismo hombre que conducía el coche que la noche anterior le adelantó muy lentamente cerca del monumento a Washington.
«¿Qué demonios es esto? -pensó Marten-. ¿Una coincidencia? Tal vez. Pero si no es así, ¿qué es? ¿Y qué quiere de la doctora Stephenson?»
20.32 h
Marten vio un coche que giraba al final de la manzana y que se metía por la calle en dirección a él. Al acercarse se dio cuenta de que era un taxi. Como el vehículo anterior, aflojó la marcha al acercarse a la casa de Stephenson, pero luego se detuvo. Al cabo de un momento se abrió la puerta de atrás y apareció la doctora. Cerró la puerta, el taxi se alejó y ella anduvo hacia a casa. Al mismo tiempo Marten salió de su coche de alquiler.