—Tienes curiosidad, pequeña —dijo finalmente Mesaana—. Eso puede ser positivo si se encarrila debidamente. Mal orientado… —La amenaza quedó cernida en el aire como una brillante daga.
—Lo encauzaré como vos ordenéis, Insigne Señora —musitó Alviarin con voz ronca. Tenía la boca seca como un estropajo—. Sólo como vos ordenéis.
Empero, se ocuparía de que ninguna hermana Negra estuviera entre las que acompañarían a Toveine. Mesaana se adelantó, alzándose imponente ante ella, de manera que Alviarin se vio forzada a doblar el cuello hacia atrás para poder mirar aquel rostro de luz y sombras; de repente se preguntó si la Elegida sabría lo que estaba pensando.
—Si vas a servirme, pequeña, entonces tendrás que obedecerme sólo a mí. No a Semirhage ni a Demandred. Ni a Graendal ni a ningún otro. Sólo a mí, y al Gran Señor, por supuesto. Pero a mí por encima de todos, excepto él.
—Vivo para serviros, Insigne Señora. —Las palabras sonaron como un graznido, pero Alviarin se las arregló para poner énfasis en el sufijo añadido a la fórmula original.
Durante unos segundos interminables los ojos plateados la contemplaron sin parpadear.
—Bien —dijo al cabo Mesaana—. Entonces, te enseñaré. Pero recuerda que una alumna no es una maestra. Yo elijo quién aprende qué, y yo decido cuándo pueden hacer uso de ello. Si descubro que has divulgado o has utilizado aunque sólo sea la más pequeña partícula sin mi consentimiento, te suprimiré.
Alviarin consiguió llevar un poco de saliva a la boca. No había cólera en el repique de aquella voz, sólo certidumbre.
—Vivo para serviros, Insigne Señora. Vivo para obedeceros. —Acababa de descubrir algo sobre los Elegidos que casi no podía creer. El conocimiento era poder.
—Tienes cierta fuerza, pequeña. No mucha, pero suficiente.
Apareció un tejido como si saliera de la nada.
—Esto —dijo Mesaana—, es un acceso.
Pedron Niall gruñó cuando Morgase colocó una ficha blanca en el tablero con ademán de triunfo. Unos jugadores de menos calidad todavía habrían puesto otras dos docenas más de fichas cada uno, pero Pedron veía el curso inevitable de la partida ahora, y ella también. Al principio, la mujer de cabello dorado que estaba sentada al otro lado de la pequeña mesa había jugado para perder, llevando la partida a un nivel lo bastante reñido para que a él le interesara, pero no había tardado mucho en darse cuenta de que hacer tal cosa conducía al olvido. Por no mencionar que él era lo bastante inteligente para advertir el subterfugio y no tolerarlo. Ahora empleaba toda su destreza y se las había ingeniado para ganar casi la mitad de las partidas. Nadie le había ganado tan a menudo a Niall desde hacía muchos años.
—El juego es vuestro —le dijo, y la reina de Andor asintió. Es decir, la que volvería a ser reina; de eso se ocuparía él. Lucía un vestido de seda verde, con un cuello alto de encaje que le rozaba la barbilla, y su porte, de los pies a la cabeza, era el de una reina a pesar de la película de sudor que brillaba en sus suaves mejillas. No parecía ser tan mayor como para tener una hija de la edad de Elayne, sin embargo, cuanto menos un hijo con los años de Gawyn.
—No os disteis cuenta de que advertí la trampa que me estabais tendiendo desde la posición de vuestra ficha trigésima primera, lord Niall, y tomasteis mi amago con la ficha cuadragésima tercera como mi verdadero ataque. —Sus azules ojos trillaban de excitación; a Morgase le gustaba ganar. Jugaba para ganar.
Todo ello, las partidas y la amabilidad, no eran más que un embeleco para apaciguarlo. Morgase sabía que era una prisionera a todos los efectos en la Fortaleza de la Luz, si bien es cierto que una prisionera regalada con lujos y trato exquisito. Y extraoficial. Niall había permitido que se divulgaran rumores de su presencia allí, pero no hizo ninguna manifestación públicamente. La oposición de Andor a los Hijos de la Luz era histórica, muy arraigada. No anunciaría nada hasta que las legiones entraran en el país, con ella como figura decorativa. Ni que decir tiene que Morgase también sabía eso. Y seguramente también sabía que él se daba cuenta de sus intentos de ablandarlo. El tratado que había firmado otorgaba a los Hijos unos derechos en Andor que jamás habían tenido en ningún otro país salvo allí, en Amadicia, y Niall esperaba que la reina estuviese planeando ya cómo aflojar la presa de los Hijos sobre su nación e incluso cómo librarla de ella por completo tan pronto como fuera posible. Sólo había firmado porque la había acorralado; empero, incluso acorralada, siguió luchando con tanta habilidad como demostraba en el tablero de juego. Para ser una mujer tan hermosa, tenía una voluntad férrea. No. Nada de matices. Era una mujer de voluntad férrea, punto. Se dejaba llevar por el puro placer del juego, pero él no podía considerar tal cosa una falta cuando le proporcionaba tantos ratos agradables.
De haber tenido veinte años menos, quizás habría participado más en el verdadero juego de la mujer. Eran muchos los años de viudedad que arrastraba tras de sí, y el capitán general de los Hijos de la Luz no tenía tiempo para cumplidos y cortesías con mujeres; ni para otra cosa excepto ser el capitán general. De haber sido veinte años más joven —bueno, veinticinco— y si ella no hubiese sido entrenada por las brujas de Tar Valon… En presencia de la mujer resultaba fácil olvidarse de eso último. La Torre Blanca era una cloaca de iniquidad, al servicio de la Sombra, y ella estaba marcada profundamente por esa mácula. Rhadam Asunawa, el Inquisidor Supremo, la habría juzgado y colgado a renglón seguido por los meses pasados en la Torre Blanca si él se lo hubiese permitido. Niall suspiró con pesar.
La sonrisa victoriosa de Morgase no se había borrado, pero aquellos grandes ojos lo observaban, estudiándolo, con una inteligencia que la mujer no podía ocultar. Niall llenó las copas de ambos con vino de una jarra de plata, metida en un recipiente lleno de agua que un rato antes había sido hielo.
—Milord Niall…
Una actuación perfecta: su vacilación, la esbelta mano tendida a medias hacia él y el respeto demostrado al anteponer el título. Hubo un tiempo en que lo llamaba simplemente Niall, y en un tono más despectivo del que habría utilizado con un mozo de cuadra borracho. Habría sido perfecta si él no le tuviera cogida ya la medida.
—Milord Niall, a buen seguro podríais mandar llamar a Galad a Amador para que pudiera verlo. Sólo un día.
—Lamento —respondió quedamente— que los deberes de Galad lo retengan en el norte. Deberíais sentiros orgullosa; es uno de los mejores oficiales jóvenes de los Hijos. —El hijastro de Morgase era una baza para utilizar contra ella según las necesidades, y ahora les servía mejor manteniéndolo apartado. El joven era realmente un buen oficial, quizás el mejor que había entrado en los Hijos durante el mandato de Niall, y no había razón para crear conflictos con su juramento si se enteraba de que su madrastra se encontraba allí y como «invitada» sólo por mantener las formas.
Únicamente un leve fruncimiento de labios, que desapareció al punto, traicionó su decepción. No era ésta la primera vez que había hecho tal solicitud ni sería la última. Morgase Trakand no se rendía por el mero hecho de haber sido vencida de manera evidente.
—Como digáis, milord Niall —respondió con tal mansedumbre que el hombre por poco se atraganta con el vino. La sumisión era una táctica nueva, y no debía de resultarle fácil ponerla en práctica—. Sólo era la petición de una madre que…