—Milord capitán general —dijo una voz profunda y resonante desde la puerta—. Me temo que traigo importantes nuevas que no admiten demora, milord. —Abdel Omerna estaba en el umbral, luciendo orgulloso el tabardo blanco y dorado de un capitán de los Hijos de la Luz; su enérgico rostro estaba enmarcado por pinceladas plateadas en las sienes, y sus ojos eran profundos y pensativos. De la cabeza a los pies, era el compendio de la intrepidez y la autoridad. Y de la estupidez, aunque eso no resultaba evidente a primera vista.
Morgase se encerró en sí misma nada más ver a Omerna, una reacción tan leve que habría pasado inadvertida a la mayoría de las personas. Como todos, lo tenía por el jefe de espías de los Hijos, un hombre al que temer casi tanto como a Asunawa, puede que incluso más. Hasta el propio Omerna ignoraba que sólo era un señuelo para desviar la atención del verdadero jefe de espionaje, al que sólo Niall conocía como taclass="underline" Sebban Balwer, el acartonado monicaco que trabajaba como su secretario. Señuelo o no, sin embargo, de vez en cuando llegaba información útil a manos de Omerna. Y, muy de tarde en tarde, algo grave. A Niall no le cabía la menor duda respecto a lo que le traía ese hombre; nada salvo que Rand al’Thor estuviera a las puertas de la ciudad lo habría inducido a irrumpir de ese modo en la estancia. Quisiera la Luz que sólo se tratara de un rumor disparatado llevado por algún mercader de alfombras.
—Me temo que el juego se ha terminado por esta mañana —le dijo Niall a Morgase mientras se ponía de pie. Le dedicó una leve inclinación de cabeza cuando la mujer se levantó de la silla, y ella le correspondió del mismo modo.
—¿Hasta esta tarde, quizá? —Su tono seguía siendo casi dócil—. Es decir, si tenéis a bien cenar conmigo.
Niall, naturalmente, aceptó. Ignoraba qué se proponía con esa nueva táctica —no lo que supondría un zoquete, de eso estaba seguro— pero sería divertido descubrirlo. Estaba llena de sorpresas, esa mujer. Lástima que llevara la lacra de las brujas.
Omerna penetró en la sala hasta el gran mosaico dorado del sol llameante que presentaba el desgaste del roce de pies y rodillas a lo largo de siglos. Era una estancia sobria, aparte de ese adorno y de los estandartes capturados que colgaban a lo largo de las paredes, casi a la altura del techo, ajados por el paso del tiempo. Los ojos gachos de Omerna vieron pasar la falda de Morgase junto a él sin darse por enterado de su presencia.
—Todavía no he encontrado a Elayne ni a Gawyn, milord —dijo, una vez que la puerta se cerró tras ella.
—¿Son ésas las noticias importantes? —demandó, irritado, Niall. Balwer le había informado de la presencia de la hija de Morgase en Ebou Dar, todavía metida hasta el cuello en el fango de las brujas; ya se habían despachado órdenes a Jaichim Carridin con respecto a ella. Al parecer, Gawyn, el otro hijo de Morgase, también seguía enredado con las brujas, en Tar Valon, ciudad en la que Balwer tenía unos cuantos espías. Niall tomó un buen trago del fresco vino. Últimamente sentía en los huesos vejez, fragilidad y frío, aunque el calor engendrado por la Sombra lo hacía sudar a mares y le dejaba seca la boca. Omerna dio un respingo.
—Eh… no, milord. —Rebuscó en un bolsillo de su justillo blanco y sacó un pequeño cilindro de hueso, con tres rayas rojas dibujadas a lo largo—. Queríais que esto se os trajera tan pronto como llegara a… —Se interrumpió cuando Niall le arrebató bruscamente el pequeño tubo de la mano.
Eso era lo que había estado esperando, la razón de que una legión no estuviera ya de camino a Andor con Morgase a la cabeza, que no al mando. Si todo aquello no era una locura de Varadin, los desvaríos de un hombre desequilibrado por el espectáculo de Tarabon hundiéndose en la anarquía, Andor tendría que esperar. Andor, y puede que más.
—Tengo… la confirmación de que la Torre Blanca está dividida —continuó Omerna—. La ciudad está en poder del… Ajah Negro.
No era de extrañar que pareciera nervioso, ya que estaba diciendo herejías. No había Ajah Negro; todas las brujas eran Amigas Siniestras. Sin prestarle atención, Niall rompió con la uña del pulgar el sello de cera que cerraba el tubo. Había utilizado a Balwer para que iniciara esos rumores, y ahora volvían a él. Omerna creía todas las habladurías que llegaban a sus oídos, y le llegaba hasta la última de ellas.
—Y hay informes de que las brujas están conferenciando con el falso Dragón al’Thor, milord.
¡Pues claro que estaban conferenciando con él! Era su creación, su títere. Niall dejó de prestar oídos al parloteo del necio oficial y regresó a la mesa de juego mientras sacaba un pequeño papel enrollado del tubo. No dejaba que nadie supiera algo más sobre esos mensajes aparte de que existían, e incluso eso sólo lo conocían unos pocos. Las manos le temblaron al desenrollar el fino papel. No le había ocurrido tal cosa desde que siendo un muchacho había afrontado su primera batalla, hacía más de sesenta años. Ahora esas manos parecían ser poco más que huesos y tendones, pero todavía poseían fuerza suficiente para llevar a cabo lo que tenía que hacer.
La letra no era de Varadin, sino de Faisar, a quien había enviado a Tarabon con otro propósito. A Niall se le puso un nudo en el estómago a medida que leía; el mensaje estaba redactado en lenguaje normal, no en la clave utilizada por Varadin. Los informes de éste habían sido los de un hombre al borde de la locura, si es que no había traspasado ya ese límite, pero Faisar confirmaba lo peor de ello y más. Mucho más. Al’Thor era una alimaña rabiosa y destructiva a la que había que parar, pero ahora había aparecido una segunda bestia sanguinaria, puede que incluso más peligrosa que las brujas de Tar Valon con su falso Dragón domado. Pero, en nombre de la Luz, ¿cómo iba a combatir contra ambas?
—Al parecer, la reina Tenobia se ha… ausentado de Saldaea, milord. Y los… Juramentados del Dragón están incendiando y matando por todo Altara y Murandy. Me han dicho que se ha encontrado el Cuerno de Valere, en Kandor.
Todavía medio distraído, Niall alzó la vista y encontró a Omerna a su lado, lamiéndose los labios y enjugándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sin duda trataba de echar un vistazo al mensaje. En fin, todo el mundo lo sabría a no tardar.
—Por lo visto una de vuestras hipótesis más descabelladas no lo era tanto, después de todo —dijo Niall, y fue en ese momento cuando sintió el cuchillo hundiéndose bajo sus costillas.
La impresión lo dejó paralizado el tiempo suficiente para que Omerna sacara el arma y volviera a hincarla. Otro capitán general había muerto así antes que él, asesinado, pero jamás pensó que él pudiera perecer a manos de Omerna. Quiso enzarzase en una lucha cuerpo a cuerpo con su asesino, pero no tenía fuerza alguna en los brazos. Se quedó colgado del oficial, que sostenía su peso, los ojos de ambos trabados. Omerna tenía el rostro congestionado; parecía estar al borde de las lágrimas.
—Había que hacerlo. Era preciso. Permitisteis que las brujas se instalaran allí, en Salidar, tranquilamente, sin trabas, y… —Como si de pronto cayera en la cuenta de que rodeaba con los brazos al hombre que había acuchillado, apartó a Niall de un empujón.
La fuerza también había abandonado las piernas del capitán general, que cayó pesadamente contra la mesa de juego y la volcó. Las piezas negras y blancas se desperdigaron por el pulido suelo de madera; la jarra plateada se tambaleó y derramó parte del vino. El frío que Niall había sentido en los huesos se estaba extendiendo al resto de su cuerpo.
No supo con seguridad si el tiempo transcurrió con lentitud para él o si las cosas ocurrieron realmente tan deprisa. De repente el taconeo de unas botas cruzó el suelo de la estancia, y Niall alzó débilmente la cabeza para ver a Omerna con la boca y los ojos muy abiertos a la par que retrocedía ante Elmon Valda. Con su justillo blanco y su tabardo blanco y dorado, éste era, como Omerna, la personificación de un capitán de los Hijos; aunque no tan alto ni tan palpablemente autoritario como Omerna, el atezado semblante del oficial denotaba más dureza que nunca. Empuñaba una espada cuya hoja lucía la marca de la garza que tanto valoraba.