—¡Traición! —bramó Valda, y traspasó el tórax de Omerna con el arma, de parte a parte.
Niall se habría echado a reír de haber podido; le costaba trabajo respirar y oía el gorgoteo de la sangre en su garganta. Nunca le había gustado Valda —de hecho, lo despreciaba— pero alguien tenía que enterarse de las nuevas. Volvió los ojos y localizó la tira de papel de Tanchico caída en el suelo, a unos centímetros de su mano; allí podría pasar inadvertida, pero no si la encontraban aferrada entre sus dedos muertos. Ese mensaje tenía que conocerse. Con qué lentitud parecía arrastrase su mano por el entarimado, rozando el papel, empujándolo mientras se esforzaba por cogerlo. La vista se le estaba nublando. Trató de enfocar los ojos. Tenía que… La niebla era cada vez más densa. Una parte de él intentó desechar esa idea; no había niebla. Sí, la niebla se iba espesando, y allí había un enemigo, invisible, oculto, tan peligroso o más que al’Thor. El mensaje. ¿Qué… mensaje? Era el momento de montar y desenvainar la espada, el momento de lanzar un último ataque. ¡Por la Luz, vencer o morir, allá iba! Trató de gruñir.
Valda limpió su espada en el tabardo de Omerna y entonces reparó en que el viejo lobo todavía respiraba, aunque era un sonido rasposo y borboteante. Con una mueca, se inclinó para ponerle fin… Y una mano enguantada, de dedos largos, le asió el brazo.
—¿Os gustaría ser el siguiente capitán general, hijo mío? —El descarnado semblante de Asunawa era el de un mártir, pero sus oscuros ojos ardían con un fanatismo que amilanaba incluso a los que ignoraban quién era—. Podríais serlo, después de que atestiguara que matasteis al asesino de Pedron Niall. Pero no si tengo que decir que también le rebanasteis el cuello a él.
Enseñando los dientes en un remedo de sonrisa, Valda se incorporó. Asunawa tenía pasión por la verdad; a su modo, claro. Era capaz de enredarla, disfrazarla y manipularla, pero, que Valda supiera, jamás había mentido. Un vistazo a los vidriosos ojos de Niall y al charco de sangre que se iba extendiendo bajo él, satisfizo al oficial. El viejo se estaba muriendo.
—¿Sólo podría, Asunawa?
El fuego en la mirada del Inquisidor Supremo cobró intensidad mientras el hombre se apartaba y retiraba la nívea capa de la sangre de Niall. Ni siquiera un capitán general podía hablarle con esa familiaridad.
—Eso he dicho, hijo mío. Os habéis mostrado curiosamente reacio a acceder a que la bruja Morgase sea entregada a la Mano de la Luz. A no ser que garanticéis…
—Morgase sigue siendo necesaria. —Interrumpirle le resultó muy placentero a Valda. No le gustaban los interrogadores, la Mano de la Luz, como se hacían llamar. ¿A quién podían gustarle unos hombres que jamás se enfrentaban a un enemigo que no estuviese desarmado y encadenado? Se mantenían desligados de los Hijos, como una organización aparte. La capa de Asunawa lucía exclusivamente el cayado de pastor escarlata que era el distintivo de los interrogadores, no el sol llameante, emblema de los Hijos, que él mismo llevaba en su tabardo. Lo que es más, parecían pensar que su trabajo con hierros candentes y potros era la única labor digna de los Hijos—. Morgase nos va a entregar Andor, de modo que no la tendréis hasta que el país esté en nuestras manos. Y no podemos tomar Andor hasta que la chusma del Profeta haya sido aplastada. —El Profeta antes que nada, con sus prédicas anunciando la llegada del Dragón Renacido y sus hordas incendiando los pueblos que tardaban en aclamar a al’Thor. El pecho de Niall apenas se movía ya—. A menos que queráis trocar Amadicia por Andor, en vez de tener las dos. Me propongo ver colgado a al’Thor y la Torre Blanca reducida a polvo, Asunawa, y no secundé vuestro plan sólo para presenciar cómo lo echáis a la letrina en pleno proceso.
Asunawa no se achicó; no era cobarde. Y menos allí, con cientos de interrogadores en la Fortaleza y la mayoría de los Hijos andando con pies de plomo para no dar un paso en falso con ellos. Hizo caso omiso de la espada que Valda empuñaba, y aquel rostro de mártir compuso un gesto triste. Las gotas de sudor parecían lágrimas de pesar.
—En tal caso, puesto que el capitán Canvele cree que la ley debe obedecerse, me temo…
—No. Yo me temo que Canvele coincide conmigo, Asunawa. —Lo hacía desde el amanecer, cuando vio que Valda había llevado media legión a la Fortaleza. Canvele no era tonto—. La cuestión no es si yo seré nombrado capitán general cuando el sol se ponga hoy, sino quién guiará la Mano de la Luz en su búsqueda de la verdad.
No, Asunawa no era cobarde; e incluso era menos tonto que Canvele. No se encogió ni preguntó a Valda cómo pensaba conseguirlo.
—Entiendo —musitó al cabo de un momento, y luego, suavemente, añadió—: ¿Acaso os proponéis saltaros enteramente la ley, hijo mío?
Valda estuvo a punto de echarse a reír.
—Podéis vigilar a Morgase, pero no se la someterá a interrogatorio. La tendréis cuando ya no me haga falta a mí. —Lo que podría tardar bastante tiempo; encontrar sucesora para el Trono del León, alguien que comprendiera cuál era la relación que debía tener con los Hijos, como era el caso del rey Ailron, no se conseguiría de la noche a la mañana.
Tal vez Asunawa lo entendió o tal vez no. Abrió la boca para decir algo, pero entonces sonó una exclamación ahogada en la puerta. El enteco secretario de Niall estaba allí, con la boca fruncida, los ojillos entrecerrados tratando de asimilar todo de un vistazo, salvo los cuerpos tendidos en el suelo.
—Un día triste, maese Balwer —manifestó Asunawa, su voz apenada pero inflexible—. El traidor Omerna ha asesinado a nuestro capitán general Pedron Niall, que la Luz acoja su alma. —Ni una sola palabra que no fuera verdad hasta el momento; el pecho de Niall había dejado de moverse, y matarlo era traición—. El capitán Valda llegó demasiado tarde para salvarlo, pero a tiempo de castigar con rigor el delito de Omerna.
Balwer dio otro respingo y empezó a estrujarse las manos. Ese tipo con cara de pájaro lo sacaba de quicio a Valda.
—Ya que estáis aquí, Balwer, podríais hacer algo útil. —Al capitán no le gustaba la gente que no servía para nada, y el escriba era la encarnación de la inutilidad—. Informad a todos los capitanes que están en la Fortaleza que el capitán general ha sido asesinado, y que convoco una reunión del Consejo de los Ungidos. —Lo primero que haría una vez que lo hubieran nombrado capitán general sería echar a patadas de la Fortaleza a ese tiralevitas enclenque; lo lanzaría tan lejos y tan fuerte que rebotaría dos veces, y luego elegiría un secretario que no estuviera retorciéndose como una lagartija todo el tiempo—. Tanto si Omerna actuó por orden de las brujas o del Profeta, me propongo vengar a Pedron Niall.
—Como ordenéis, milord. —La voz de Balwer era apenas un hilo, entrecortada—. Se hará como decís.
Por lo visto encontró arrestos para mirar finalmente el cuerpo de Niall; mientras hacía una nerviosa reverencia, pareció no tener ojos para nada más.
—Así pues, parece que seréis nuestro próximo capitán general, después de todo —dijo Asunawa cuando Balwer se hubo marchado.
—Sí, eso parece —replicó secamente Valda. Una pequeña tira de papel yacía junto a la mano extendida de Niall, del tipo que se utilizaba para enviar mensajes con palomas. Valda se agachó y la recogió; resopló con disgusto. El papel había estado sobre un charco de vino; lo que quiera que hubiese escrito en él se había convertido en un borrón de tinta ilegible.
—Y la Mano tendrá a Morgase cuando ya no la necesitéis. —En el tono de Asunawa no había el más leve atisbo de pregunta.