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A la orden de Dashiva, el Asha’man canoso se acercó cojeando hasta el lecho de Rand, al otro lado del ocupado por Cadsuane, y empezó a pasar las manos a lo largo del cuerpo inmóvil de Rand, un palmo por encima de la sábana. El joven Narishma seguía de pie junto a la puerta, ceñudo, toqueteando la empuñadura de su espada y con sus enormes ojos negros intentando vigilar a la vez a las tres Aes Sedai y a Amys. No parecía asustado; sólo era un hombre seguro de sí mismo que esperaba a que aquellas mujeres se mostraran como sus enemigas. A diferencia de las Aes Sedai, Amys no hizo caso de los Asha’man, excepto de Flinn. Sus ojos no se apartaron del hombre y su terso rostro permaneció inexpresivo. Sin embargo, su dedo pulgar acariciaba el mango del cuchillo que llevaba al cinturón de manera harto significativa.

—¿Qué haces? —demandó Samitsu mientras se levantaba de la silla como movida por un resorte. Por mucho que la inquietaran los Asha’man, la preocupación por su inconsciente paciente se impuso—. Tú, Flinn o como quiera que te llames.

Dio un paso hacia la cama y Narishma se desplazó para cerrarle el paso. La mujer, ceñuda, intentó rodearlo, y él la asió por el brazo.

—Otro chico sin modales —murmuró Cadsuane. De las tres hermanas, sólo ella no mostraba ni el menor atisbo de alarma por los Asha’man. En cambio, los estudió por encima de los dedos unidos por las puntas.

Narishma enrojeció con su comentario y apartó la mano, pero cuando Samitsu intentó pasarlo por un lado otra vez, volvió a interponerse en su camino. La mujer se conformó con mirar por encima de su hombro.

—Tú, Flinn, ¿qué haces? ¡No dejaré que lo mates con tu ignorancia! ¿Me has oído?

Min brincaba prácticamente sobre uno y otro pie. No creía que un Asha’man matara a Rand; no a propósito, pero… Confiaba en ellos, pero… Luz, ni siquiera Amys parecía convencida, y miraba alternativamente a Flinn y a Rand, fruncido el ceño.

Flinn retiró la sábana hasta dejar al descubierto el torso de Rand y la herida. El tajo no parecía ni peor ni mejor de lo que Min recordaba: un corte abierto, inflamado, sin sangrar, que se extendía sobre la cicatriz redonda. Rand parecía dormir.

—No puede empeorarlo más de lo que está ya —comentó Min, pero nadie le hizo el menor caso.

Dashiva dejó escapar un sonido gutural, y Flinn lo miró.

—¿Has visto algo, Asha’man?

—No poseo el Talento de la Curación —repuso Dashiva, con mala cara—. Tú eres el que siguió mi sugerencia y aprendió.

—¿Qué sugerencia? —demandó la hermana Amarilla—. Insisto en que te…

—Cállate, Samitsu —dijo Cadsuane. Parecía la única persona tranquila en la habitación aparte de Amys y, a juzgar por el modo en que la Sabia acariciaba la empuñadura del cuchillo, Min no lo tenía tan claro con ella—. Creo que lo último que querría es hacer daño al chico.

—Pero, Cadsuane —empezó Niande en tono urgente—, ese hombre es…

—He dicho que silencio —espetó la canosa Aes Sedai con firmeza.

—Os aseguro que Flinn sabe lo que hace —intervino Dashiva, que se las arregló para hablar en un tono untuoso y duro a la vez—. De hecho ya hace cosas que vosotras, las Aes Sedai, jamás imaginaríais.

Samitsu aspiró por la nariz, desdeñosamente. Cadsuane se limitó a asentir y se recostó en la silla.

Flinn siguió con el dedo el corte hinchado del costado de Rand y a través de la vieja cicatriz. Ésta parecía más tierna.

—Son semejantes, pero distintas, como si hubiese dos tipos de infecciones. Sólo que no es infección, es… oscuridad. No se me ocurre un término mejor.

Flinn se encogió de hombros y echó una ojeada de soslayo a la hermana Amarilla mientras ésta, a su vez, lo observaba con el entrecejo fruncido, pero ahora la expresión de su mirada era pensativa.

—Adelante, Flinn —masculló Dashiva—. Si muriese… —Arrugó la nariz como si hubiese captado un mal olor; parecía incapaz de apartar los ojos de Rand. Movió los labios, aparentemente hablando para sí mismo, y en cierto momento emitió un sonido, mitad sollozo, mitad risa amarga, sin que su semblante cambiara un ápice.

Con una profunda inhalación, Flinn echó un vistazo en derredor, a las Aes Sedai, a Amys. Cuando sus ojos encontraron a Min, dio un respingo y su rostro curtido enrojeció. Se apresuró a cubrir de nuevo el pecho de Rand con la sábana, dejando al aire únicamente la antigua herida y la nueva.

—Espero que a nadie le importe si hablo —comentó mientras empezaba a mover las manos callosas sobre el costado de Rand—. Hablar parece ayudarme un poco. —Estrechó los ojos y centró la vista en las heridas al tiempo que sus dedos se retorcían lentamente. Casi como si estuviese tejiendo hilos, comprendió Min. Cuando habló, su tono sonó ausente, sólo consciente a medias de sus palabras—. Podría decirse que fue la Curación la que me indujo a ir a la Torre Negra. Era un soldado hasta que recibí un lanzazo en el muslo, y a partir de entonces me resultaba muy difícil sostenerme bien en una silla de montar, y tampoco podía caminar mucho tiempo. Ésa era la decimoquinta herida que sufría en casi cuarenta años de servicio en la Guardia Real. Quince que fueran de consideración, se entiende; no cuentan si después uno puede cabalgar o caminar. Vi morir a un montón de amigos en esos cuarenta años. De modo que fui allí, y el M’Hael me enseñó la Curación. Y otras cosas. Una especie de Curación rudimentaria; en cierta ocasión me curó una Aes Sedai. Bueno, de eso hará unos treinta años. En cualquier caso, esto duele comparado con aquello, aunque funciona igual de bien. Entonces, un día, Dashiva, aquí presente… perdón, el Asha’man Dashiva comentó que le parecía curioso que todo fuese igual, que tanto daba si un hombre se había roto una pierna como si tenía un resfriado, y empezamos a hablar y… En fin, él no tiene facultades en eso, pero en mi caso, por lo visto, se podría decir que poseo el don. El Talento. Así que empecé a pensar, ¿y si…? Bueno, se acabó. Es todo lo que puedo hacer.

Dashiva gruñó mientras Flinn se dejaba caer en cuclillas pesadamente y se enjugaba la frente. Gotitas de sudor cubrían todo su rostro; era la primera vez que Min veía transpirar a un Asha’man. El corte en el costado de Rand no había desaparecido, pero sí parecía algo más pequeño, menos enrojecido e hinchado. Rand seguía inconsciente, pero la palidez de su cara había disminuido. Samitsu pasó junto a Narishma tan deprisa que el joven no tuvo tiempo de impedírselo.

—¿Qué le has hecho? —demandó a la par que posaba los dedos en la frente de Rand. Fuera lo que fuese lo que descubrió con el Poder, lo cierto es que sus cejas se enarcaron de manera llamativa y su tono pasó de ser imperioso a incrédulo—. ¿Qué has hecho?

—No mucho. —Flinn se encogió de hombros en actitud pesarosa—. En realidad no pude tocar el mal, ninguno de los dos. Hice algo así como aislarlos de él, al menos durante un tiempo. No durará mucho, pero ahora combaten entre sí. Quizás acaben el uno con el otro, mientras él se cura del todo. —Suspiró y sacudió la cabeza—. Por otro lado, no puedo afirmar que no lo maten a él. Pero creo que ahora tiene más posibilidades que antes.

—Sí —asintió Dashiva con aire engreído—, ahora tiene una oportunidad.

Cualquiera habría pensado que la Curación la había llevado a cabo él. Para gran sorpresa de Flinn, Samitsu rodeó el lecho y lo ayudó a incorporarse.

—Tienes que contarme cómo lo hiciste —manifestó; su tono regio contrastó llamativamente con el modo en que sus dedos enderezaron el cuello de la chaqueta del hombre y alisaron las solapas—. ¡Si hubiese un modo de que pudieras enseñarme! Pero al menos me describirás el proceso. ¡Debes hacerlo! Te daré todo el oro que poseo, te daré un hijo, cualquier cosa que desees, pero me explicarás lo que has hecho lo más detalladamente posible.