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—La señora Corly —empezó con el tono gélido de una reina que dicta sentencia— nos ha explicado a Nynaeve y a mí el significado de esas flores rojas de la cesta, que, veo, al menos has tenido la decencia de esconder.

Se puso más colorado que Nynaeve un momento antes. A unos pasos de distancia, Reanne Corly y las otras dos se ataban los sombreros y se arreglaban los vestidos de la forma que hacen las mujeres cada vez que se levantan, se sientan o dan tres pasos. Empero, a despecho de tener puesta la atención en sus ropas, todavía les sobró algo para lanzar ojeadas en su dirección y, por una vez, no fueron desaprobadoras ni escandalizadas. ¡Él no sabía que las malditas flores tuviesen algún significado! Ni diez puestas de sol habrían superado la rojez de su cara.

—¡Vaya! —Elayne hablaba en voz baja, para que sólo él la oyera, pero destilaba repugnancia y desprecio. Tiró de su capa para que no se rozara con él—. ¡De modo que es cierto! Jamás habría esperado algo así de ti! ¡Ni siquiera de ti! Y seguro que Nynaeve tampoco. ¡Cualquier promesa que te hice queda «derogada»! No mantendré una promesa hecha a un hombre capaz de «imponer» por la fuerza sus atenciones a una mujer, a cualquier mujer, pero «especialmente» a una reina que le ha ofrecido…

—¿Que «yo» le «impuse» mis atenciones? —gritó. O, más bien, intentó gritar, porque la voz le salió como el ruido del aire en un fuelle roto.

Agarró a Elayne por los hombros y la apartó un poco de los carruajes. Estibadores sin camisa y con sucios chalecos verdes de cuero pasaban de largo a buen paso, cargados con sacos al hombro o haciendo rodar barriles a lo largo del muelle, algunos empujando carretillas cargadas con cajones y todos dando un amplio rodeo a los vehículos. Quizá la reina de Altara no tuviera mucho poder, pero su sello en la puerta de un carruaje aseguraba que los plebeyos no se acercaran a él. Nalesean y Beslan charlaban mientras conducían a los Brazos Rojos hacia la escalerilla, con Vanin en la retaguardia y mirando sombríamente las aguas picadas del río; afirmaba tener el estómago delicado cuando se trataba de embarcaciones. Las Mujeres Sabias que viajaban en los otros dos vehículos se habían reunido en torno a Reanne, observando, pero no se encontraban lo bastante cerca para oírlos. En cualquier caso, habló en un tenso susurro.

—¡Escúchame bien! Esa mujer no acepta un «no» por respuesta. Digo no y ella se ríe de mí. ¡Me ha medio matado de hambre, me ha acosado, me ha perseguido y abatido como a un ciervo! Tiene más manos que seis mujeres juntas. Amenazó con ordenar a las criadas que me desnudaran si no la dejaba que… —De repente cayó en la cuenta de lo que decía. Y a quién se lo decía. Cerró la boca antes de que se le metiera una mosca y examinó fijamente uno de los cuervos de metal oscuro incrustados en el asta de la ashandarei para no tener que mirar los ojos de la joven—. Lo que quiero decir es que no lo entiendes —masculló—. Que has pillado todo al revés. —Se arriesgó a echarle una ojeada por debajo del ala del sombrero.

Un tenue rubor pintó las mejillas de Elayne, pero su rostro se tornó solemne como un busto de mármol.

—Al parecer… he comprendido mal —dijo seriamente—. Eso está… muy mal por parte de Tylin. —A Mat le pareció que las comisuras de sus labios se curvaban un instante—. ¿Te has planteado la posibilidad de practicar sonrisas diferentes ante un espejo, Mat?

—¿Qué? —Parpadeó, sorprendido.

—Sé de buena fuente que eso es lo que hacen las jóvenes que atraen las miradas de los reyes. —Algo quebró la seriedad de su tono y, en esta ocasión, sus labios se curvaron, definitivamente—. También podrías intentar pestañear con más estilo.

Dicho esto se mordió el labio inferior y se dio media vuelta. Bajo la capa, que ondeaba a su espalda mientras se dirigía hacia el embarcadero a buen paso, sus hombros se sacudían. Antes de haberse alejado lo suficiente para que no pudiera oírla, Mat oyó su risita contenida y algo así como «probar su propia medicina». Reanne y las Mujeres Sabias se apresuraron a ir en pos de ella como una bandada de gallinas, en lugar de lo contrario. Los contados barqueros, que trabajaban ya en sus embarcaciones con el torso desnudo, dejaron de enrollar cabos o lo que quiera que estuvieran haciendo e inclinaron las cabezas respetuosamente cuando el grupo pasó ante ellos.

Mat se quitó el sombrero con rabia y faltó poco para que lo tirara al suelo y lo pisoteara. ¡Mujeres! Debería haber sabido que no podía esperar compasión. Cómo le gustaría estrangular a la maldita heredera del trono. Y también a Nynaeve, por principio general. Salvo que, naturalmente, no podía. Había hecho unas promesas. Y los dados seguían utilizando su cráneo como un cubilete. Y una de las Renegadas podía encontrarse por allí cerca, en alguna parte. Volvió a ponerse el sombrero y echó a andar embarcadero adelante, sobrepasó a las Mujeres Sabias sin miramientos y alcanzó a Elayne. La joven todavía intentaba contener la risa, pero cada vez que sus ojos se desviaban fugazmente hacia él, el rubor de las mejillas volvía, al igual que las risitas.

Mat mantuvo la vista fija al frente. ¡Malditas mujeres! ¡Malditas promesas! Se quitó el sombrero sólo el tiempo suficiente para sacarse por la cabeza el cordón de cuero que llevaba al cuello y, de mala gana, lo tendió en su dirección. La cabeza de zorro plateada colgaba de su puño.

—Nynaeve o tú habréis de decidir cuál de las dos se pone esto. Pero lo quiero de vuelta cuando nos marchemos de Ebou Dar. ¿Entendido? En el momento en que partamos…

De pronto se dio cuenta de que caminaba solo. Se volvió y encontró a Elayne plantada dos pasos más atrás, mirándolo estupefacta, con las Mujeres Sabias detrás.

—¿Qué pasa ahora? —demandó—. Oh. Sí, sé lo de Moghedien. —Un tipo delgaducho, con piedras rojas en sus pendientes de latón, que estaba inclinado sobre una amarra, giró sobre sí mismo con tal brusquedad al oír aquel nombre que perdió el equilibrio y cayó al agua en medio de un grito y un sonoro chapuzón. A Mat le importaba un bledo quién podía oírlo—. ¡Intentar ocultarme lo de ella, y lo de mis dos hombres muertos, después de vuestras promesas! Bien, hablaremos de eso después. También yo hice una promesa: manteneros vivas a las dos. Si Moghedien asoma la nariz, irá por vosotras. Toma, cógelo. —Tendió de nuevo el medallón hacia la joven.

Ella sacudió lentamente la cabeza, sin salir de su sorpresa, y luego se volvió para decirle algo a Reanne en voz baja. Sólo después de que las otras mujeres se dirigieran hacia donde Nynaeve se había parado y les hacía señas, en el arranque de unas escaleras que bajaban hasta un bote, Elayne cogió la cabeza de zorro y la hizo girar entre sus dedos.

—¿Tienes idea de lo que habría hecho por obtener esto y poder estudiarlo? —inquirió quedamente—. ¿La mínima idea? —Era alta para ser mujer, pero aun así tuvo que alzar la cabeza para mirarlo. Parecía como si nunca lo hubiese visto—. Eres un hombre problemático, Mat Cauthon. Lini diría que no dejo de repetirme, ¡pero tú…! —Elayne soltó el aire con fuerza, alzó la mano para quitarle el sombrero y deslizó el cordón por su cabeza. De hecho, guardó el medallón debajo de la camisa y le dio unas palmaditas antes de tenderle el sombrero—. No llevaré eso hasta que Nynaeve no tenga otro, y Aviendha, y creo que ellas pensarán lo mismo. Llévalo tú. Después de todo, difícilmente podrías cumplir tu promesa si Moghedien te mata. Aunque dudo mucho que siga aquí. Deduzco que cree que ha matado a Nynaeve, y no me sorprendería descubrir que ésa era la única razón por la que vino. Sin embargo, debes tener cuidado. Nynaeve afirma que se acerca una tormenta, y no se refiere a este viento. Yo… —El tenue rubor volvió a sus mejillas—. Lamento haberme reído de ti. —Se aclaró la garganta y miró hacia otro lado—. A veces olvido mi deber para con mis súbditos. Eres un digno súbdito, Matrim Cauthon. Me ocuparé de que Nynaeve entienda correctamente lo de… Tylin y tú. Quizá podamos ser de ayuda.