—Escúchame bien, cuesco de pantoque. —Vale, a lo mejor no podía controlarlo del todo—. Nynaeve y Elayne os necesitan, de otro modo os dejaría al alcance del gholam para que os partiera los huesos y que el Ajah Negro se repartiera lo que quedara de vosotras. Bien, en lo que a ti concierne, soy el Maestro de Armas, y mis armas están desenvainadas. —Ignoraba lo que significaba eso exactamente, salvo lo que había oído una vez: «Cuando se desenvainan las armas, hasta la Señora de los Barcos se inclina ante el Maestro de Armas»—. Éste es el trato entre tú y yo: ¡iréis donde Nynaeve y Elayne quieran y, a cambio, no os ataré a todas vosotras sobre las grupas de caballos como albardas para arrastraros hasta dondequiera que sea!
Ése no era modo de comportarse; no con la Detectora de Vientos de la Señora de los Barcos. Ni con el grumete de un barcucho de mala muerte, para el caso. Renaile temblaba por el esfuerzo de no lanzarse sobre él con las manos desnudas, sin importarle que tuviera una daga en la mano.
—¡Queda acordado, con la Luz por testigo! —bramó y los ojos casi se le salieron de las órbitas. Su boca se abrió y se cerró sin emitir sonidos mientras por su semblante pasaban la confusión y la incredulidad. En esta ocasión, los respingos y las exclamaciones ahogadas sonaron como si una ráfaga de viento hubiese arrancado las cortinas.
—Queda acordado —se apresuró a ratificar Mat, que se tocó los labios con los dedos y a continuación los puso sobre la boca de ella.
Al cabo de un momento la mujer hizo otro tanto; sus dedos temblaron sobre los labios del joven. Mat le tendió la daga y ella la contempló fijamente antes de cogérsela. El arma volvió a su vaina enjoyada; no era educado matar a alguien con el que se acababa de cerrar un acuerdo. Al menos, no hasta que los términos se cumplieran. Se alzaron susurros entre las mujeres apiñadas detrás de su silla que fueron creciendo de tono, y Renaile salió de su apatía para dar una fuerte palmada. Aquello hizo callar a todas, a las Detectoras de Vientos y a las Señoras de las Olas con tanta rapidez como a las dos aprendizas que eran marineras de cubierta.
—Creo que acabo de cerrar un trato con un ta’veren —dijo con aquella voz fría, profunda. La mujer podía dar clases a las Aes Sedai sobre cómo recobrar la compostura en cuestión de segundos—. Pero algún día, maese Cauthon, si la Luz quiere, creo que caminarás por una cuerda por mí.
Él ignoraba lo que significaba tal cosa, pero por el modo en que lo dijo no debía de ser agradable. Sacó a relucir todo su encanto e hizo su mejor reverencia.
—Todo es posible, si la Luz quiere —murmuró. Ser cortés convenía, después de todo. Pero la sonrisa de la mujer fue inquietantemente esperanzada.
Cuando se volvió hacia las otras mujeres, cualquiera habría pensado que le habían crecido cuernos y alas a juzgar por el modo en que lo miraban de hito en hito.
—¿Hay alguna otra objeción? —inquirió en tono irónico—. Suponía que no. En tal caso, sugiero que escojáis algún lugar bien lejos de aquí, y nos pondremos en marcha tan pronto como hayáis recogido vuestras pertenencias.
Hicieron un gran montaje fingiendo deliberar. Elayne mencionó Caemlyn y casi pareció que hablaba en serio, y Careane sugirió varios pueblos remotos de las Colinas Negras, a todos los cuales era fácil llegar a través de un acceso. Luz, cualquier sitio era factible con los accesos. Vandene habló de Arafel, y Aviendha propuso Rhuidean, en el Yelmo de Aiel, mientras que la expresión de las Atha’an Miere se tornaba más cabizbaja cuanto más lejos del mar se encontraban los lugares mencionados. Todo puro fingimiento. Para Mat, al menos, eso estaba claro viendo a Nynaeve toquetearse la trenza con impaciencia a pesar de que las sugerencias se sucedían sin pausa.
—Si se me permite hablar, Aes Sedai —dijo tímidamente Reanne, por último. Incluso levantó la mano—. Las Allegadas tenemos una granja al otro lado del río, unos cuantos kilómetros al norte. Todo el mundo sabe que es un lugar de retiro para las mujeres que necesitan un tiempo de silencio y contemplación, pero nadie la relaciona con nosotras. Los edificios son grandes y bastante cómodos, si fuese necesaria una estancia prolongada, y…
—Sí —la interrumpió Nynaeve—. Sí, suena perfecto. ¿Tú qué opinas, Elayne?
—Me parece estupendo, Nynaeve. Sé que Renaile agradecerá quedarse cerca del mar.
Las otras cinco hermanas casi se quitaron la palabra de la boca manifestando que les parecía maravilloso y la mejor sugerencia de todas.
Mat alzó los ojos al cielo. Tylin era todo un estudio del arte de no ver lo que tenía delante de las narices, pero Renaile saltó al cebo como una trucha a una mosca. Que era de lo que se trataba, naturalmente. Por alguna razón, no debía saber que Nynaeve y Elayne lo tenían planeado todo de antemano. Condujo a las otras mujeres de los Marinos a recoger las pertenencias que hubieran traído consigo antes de que Nynaeve y Elayne cambiaran de parecer.
Las dos habrían ido en pos de Merilille y las demás Aes Sedai, pero Mat les hizo un gesto con el dedo, llamándolas. Intercambiaron una mirada —Mat tendría que haber hablado durante una hora para relacionar todo lo que se transmitieron en esos instantes— y luego, para su sorpresa, se acercaron a él. Aviendha y Birgitte observaban desde la puerta, en tanto que Tylin lo hacía desde su sillón.
—Siento mucho haberte utilizado —se anticipó Elayne antes de que pudiera decir una palabra. Le dedicó una sonrisa llena de hoyuelos—. Teníamos razones para hacerlo, Mat, debes creerme.
—Razones que no necesitas saber —intervino Nynaeve con firmeza mientras se echaba la coleta a la espalda con un experto movimiento de cabeza que hizo que el sello de oro botara sobre sus senos. Lan tenía> que estar loco—. Y he de decir que jamás esperé que actuaras como lo hiciste. ¿Qué te dio la idea de tratarlas de ese modo, «intimidándolas»? Podrías haber echado todo a rodar.
—¿Qué es la vida sin correr riesgos de vez en cuando? —replicó despreocupadamente. Por él, estupendo si pensaban que lo había planeado en lugar de deberse a un arranque de mal genio. Pero lo habían utilizado otra vez sin advertirle, y deseaba una pequeña venganza por ello—. La próxima vez que tengáis que hacer un trato con los Marinos, dejadme que lo resuelva yo. Tal vez de ese modo no resulte tan desastroso como el último.
El rubor de las mejillas de Nynaeve le reveló que había dado de lleno en el blanco. No estaba nada mal, considerando que había sido un tiro a ciegas.
Pero Elayne se limitó a comentar en un tono que intentaba ser contrito aunque sonó regocijado:
—Un argumento propio de un súbdito muy «observante»… Eh, quiero decir, observador.
Al final iba a resultar que estar a bien con ella era peor que estar a mal.
Se encaminaron hacia la puerta sin dejarlo añadir más. En fin, en realidad no había esperado que le explicaran nada. Ambas eran Aes Sedai hasta la médula. Y un hombre aprendía a vivir con lo que fuera necesario.
Se había olvidado de Tylin por completo, pero no al contrario, y no había dado dos pasos cuando la mujer lo alcanzó. Nynaeve y Elayne se detuvieron en la puerta con Aviendha y Birgitte y los observaron. Así, todas vieron cómo Tylin le pellizcaba el trasero. Había ciertas cosas con las que nadie podría aprender a vivir. Elayne hizo un gesto de conmiseración, y Nynaeve otro de severa desaprobación. Aviendha se esforzó en contener la risa, sin mucho éxito, y Birgitte, por su parte, sonreía de oreja a oreja sin disimulo. Maldición, «todas» lo sabían.
—Nynaeve cree que eres un muchachito que necesita protección —le dijo la reina—. Yo sé que eres un hombre hecho y derecho. —Su ronca risita convirtió sus palabras en el comentario más obsceno que Mat había oído en su vida. Las cuatro mujeres que seguían en la puerta lo vieron ponerse rojo como un tomate—. Te echaré de menos, pichón. Lo que hiciste con Renaile fue magnífico. Admiro muchísimo a los hombres autoritarios.