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Lo dijo para recordarle a Alviarin que era vulnerable, pero la Blanca se limitó a esbozar su fría sonrisa. Mientras la Antecámara siguiera como ahora, lo cierto es que era inmune. Rebuscó entre los papeles que llevaba en las manos y sacó uno de ellos.

—No hay noticias de Teslyn ni de Joline, madre, aunque con las nuevas que habéis recibido hasta ahora de los tronos… —Aquella sonrisa se acentuó en una expresión peligrosamente cercana a la jocosidad—. Todos se proponen poner a prueba sus alas para comprobar si sois tan fuerte como… Como vuestra predecesora.

Incluso Alviarin tenía el sentido común de no pronunciar el nombre de Siuan Sanche en su presencia. No obstante, lo que decía era verdad; todos los reyes y reinas, y aun los nobles, parecían estar tanteando los límites de su poder. Tenía que dar algunos escarmientos que sirvieran de ejemplo. Tras echar una ojeada al papel, Alviarin continuó:

—Sin embargo hay noticias de Ebou Dar. A través del Ajah Gris. —¿Había puesto énfasis en esto último a fin de hincar más la astilla?—. Al parecer Elayne Trakand y Nynaeve al’Meara se encuentran allí. Haciéndose pasar como hermanas de derecho con el beneplácito de la… «embajada» rebelde ante la reina Tylin. Hay otras dos mujeres, sin identificar, que podrían estar haciendo lo mismo. O quizá sólo sean acompañantes. Las Grises no lo saben con certeza.

—¿Y por qué, en nombre de la Luz, iban a estar en Ebou Dar? —dijo Elaida en tono displicente. Indudablemente, Teslyn habría enviado información sobre algo así de ser cierto—. Las Grises deben de haber prestado oídos a rumores. El mensaje de Tarna decía que están con las rebeldes en Salidar. —Tarna Feir también había informado de la presencia de Siuan Sanche allí. Y de la de Logain Ablar, quien se dedicaba a propagar mentiras tan maliciosas que ninguna hermana Roja se rebajaría jamás a darse por enterada de ellas y mucho menos a negarlas. O esa mujer, Sanche, estaba relacionada con semejante aberración o el sol saldría mañana por el oeste. ¿Por qué no se había limitado a escabullirse como un insecto y morir decorosamente donde nadie la viera como cualquier otra mujer neutralizada?

Le costó un gran esfuerzo no soltar un hondo suspiro. A Logain podía ahorcárselo sin hacer mucho ruido tan pronto como el asunto de las rebeldes quedara arreglado; al fin y al cabo, la mayor parte del mundo lo creía muerto desde hacía mucho. El difamatorio embuste de que el Ajah Rojo lo había situado como un falso Dragón moriría con él. Cuando se hubiese arreglado el asunto de las rebeldes, a esa mujer, Sanche, se la obligaría a revelar la red de informadoras de la Amyrlin. Y los nombres de los traidores que la habían ayudado a escapar. Sería una vana ilusión esperar que el de Alviarin se encontrase entre ellos.

—Me cuesta trabajo imaginar a esa muchacha, al’Meara, presentándose en Ebou Dar y afirmando ser Aes Sedai, cuanto más a Elayne ¿no te parece?

—Ordenasteis localizar y traer a Tar Valon a Elayne, madre. Lo considerasteis un asunto tan importante como poner correa a al’Thor, según vuestras propias palabras. Mientras se encontraba entre trescientas rebeldes en Salidar era imposible hacer nada al respecto, pero no estará tan bien protegida en el palacio de Tarasin.

—No puedo malgastar tiempo en habladurías y rumores. —El tono de Elaida rebosaba desprecio. ¿Es que Alviarin sabía más de lo debido puesto que había mencionado a al’Thor y lo de ponerle correa?—. Sugiero que leas de nuevo el informe de Tarna y que después te plantees si es posible que incluso las rebeldes hayan permitido que unas Aceptadas se hagan pasar por hermanas de hecho.

Alviarin aguardó con evidente paciencia a que terminara de hablar y después rebuscó en el montón de papeles que tenía en la mano y sacó otras cuatro hojas.

—El informador Gris envió bocetos —comentó en voz indiferente al tiempo que le tendía las páginas—. No es buen dibujante, pero se reconoce fácilmente a Elayne y a Nynaeve.

Tras unos instantes, al ver que Elaida no cogía los dibujos, volvió a guardarlos entre el resto de las hojas. Elaida sintió que la ira y la vergüenza teñían sus mejillas. Alviarin la había conducido deliberadamente hacia este rumbo al no sacar los dibujos al principio. Lo pasó por alto —cualquier otra cosa sólo haría más humillante la situación— pero cuando habló su voz sonó muy fría:

—Quiero que las cojan y me las traigan.

La falta de curiosidad en el rostro de la Guardiana hizo que Elaida volviera a preguntarse cuánto sabía la mujer de lo que, supuestamente, no debía saber nada. Al ser del mismo pueblo, la joven al’Meara podría muy bien servir para presionar a al’Thor. Eso lo sabían todas las hermanas, igual que sabían que Elayne era la heredera del trono de Andor y que su madre había muerto. Los vagos rumores que vinculaban a Morgase con los Capas Blancas eran simples majaderías, ya que la reina jamás habría acudido a los Hijos de la Luz en busca de ayuda. Estaba muerta, aunque ni siquiera se hubiera hallado su cadáver, y Elayne sería proclamada reina. Si es que se la podía arrancar de las manos de las rebeldes antes de que las casas nobles andoreñas colocaran a Dyelin en el Trono del León en su lugar. No era conocimiento divulgado la razón que hacía a Elayne más importante que cualquier otra noble con derecho a un trono. Aparte del hecho de que sería Aes Sedai algún día, por supuesto.

A Elaida le llegaba a veces la Predicción, un Talento que se había creído perdido antes de ella, y mucho tiempo atrás había predicho que la casa real de Andor tenía la clave para la victoria de la Última Batalla. Hacía más de veinticinco años, tan pronto como se hizo evidente que Morgase Trakand ganaría el trono en el conflicto conocido como Sucesión, Elaida se había pegado a la muchacha que entonces era. Elaida ignoraba cómo o por qué era crucial Elayne, pero la Predicción nunca mentía. A veces hasta odiaba el Talento. Odiaba las cosas que no podía controlar.

—Las quiero a las cuatro, Alviarin. —En realidad las otras dos no eran importantes, pero no quería correr riesgos—. Despacha de inmediato mi orden a Teslyn. Diles, a ella y a Joline, que si dejan de enviar informes a partir de ahora, desearán no haber nacido. Incluye en el comunicado lo referente a esa tal Macura. —Su boca se crispó al pronunciar esta última frase.

El nombre provocó que también Alviarin rebullera con nerviosismo, y no era de extrañar. La dichosa infusión de Ronda Macura bastaba para inquietar a cualquier hermana. La horcaria no era letal —si se bebía la cantidad suficiente para caer en un profundo sueño, al menos se despertaba— pero un brebaje que entorpecía la habilidad de encauzar de una mujer parecía estar dirigido específicamente contra las Aes Sedai. Lástima que la información no se hubiese recibido antes de la marcha de Galina; si la horcaria funcionaba igual de bien en los hombres que en las mujeres, habría facilitado su tarea considerablemente.

El desasosiego de Alviarin sólo duró un momento; una fracción de segundo y de nuevo recobró el autocontrol, impasible como un muro de hielo.

—Como digáis, madre. Estoy convencida de que obedecerán prestamente, como se espera que hagan, desde luego.

Un fugaz acceso de ira acometió a Elaida con la rapidez de un fuego prendiendo pasto seco. El destino del mundo estaba en sus manos, y no dejaban de ponerle obstáculos nimios en su camino. Como si no tuviera bastante con ocuparse de las rebeldes y los dirigentes recalcitrantes, demasiadas Asentadas seguían rumiando y rezongando a su espalda; un terreno abonado para los manejos de la otra mujer. Ella dominaba sólo a seis de las integrantes de la Antecámara, y sospechaba que un número igual prestaba oídos a lo que Alviarin tuviese que decir antes de dar su voto. Desde luego, la Antecámara no ratificaba nada importante a menos que Alviarin lo aprobase. No a las claras, ni de un modo que diese a entender que ejercía una pizca más de influencia o poder de lo que correspondía a su condición de Guardiana, pero si Alviarin se oponía a algo… Por lo menos no habían llegado tan lejos de rechazar nada de lo que Elaida les presentaba a consideración. Simplemente se limitaban a dar largas al tema y actuar con parsimonia, de modo que muy a menudo quedaban empantanados asuntos que a ella le interesaba que salieran adelante. Lo que en apariencia era una diferencia insignificante, tenía peso suficiente para amargarle la vida. Algunas Amyrlin habían quedado rebajadas a poco más que títeres una vez que la Antecámara le cogía el gusto a rechazar lo que se le proponía.