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—Las Crónicas mencionan a varias Amyrlin que recibieron público castigo por alguna razón que generalmente no se refleja de forma clara, pero a mí siempre me ha dado la impresión de que era más bien la redacción que habría hecho una Amyrlin si no le quedaba más alternativa que…

Elaida descargó una fuerte palmada sobre el escritorio.

—¡Ya está bien, hija! ¡La ley de la Torre soy yo! Lo que ha permanecido oculto, oculto seguirá. Y por la misma razón que lo estuvo durante veinte años: el bien de la Torre Blanca. —En ese momento Elaida empezó a sentir dolor en la palma; alzó la mano y se encontró con la miniatura del pez partida en dos. ¿Cuántos años tenía la figurilla? ¿Quinientos? ¿Mil? Su rabia era tal que no pudo disimularla a pesar de sus esfuerzos. La voz, desde luego, le temblaba de ira—. Toveine dirigirá a cincuenta hermanas y doscientos soldados de la Torre hasta Caemlyn, a esa Torre Negra, donde amansarán a cualquier hombre que encuentren capacitado para encauzar y lo ahorcarán, junto con todos los demás que puedan coger vivos, sin el requisito de traerlos aquí.

Alviarin ni siquiera parpadeó ante tan palmaria violación de la ley de la Torre. En la manifestación de Elaida había una verdad intrínseca e innegable: ella era la ley de la Torre.

—Para el caso —continuó la Amyrlin—, que cuelguen también a los muertos. Que sirvan de escarmiento para cualquier hombre que esté planteándose tocar la Fuente Verdadera. Manda llamar a Toveine. Quiero que me cuente su plan.

—Se hará como ordenáis, madre. —La voz de la Blanca era tan fría e imperturbable como su rostro—. Aunque, si se me permite hacer una sugerencia, quizá deseéis replantearos la decisión de mandar lejos de la Torre a tantas hermanas. Por lo visto vuestra oferta les ha parecido insuficiente a las rebeldes. Ya no están en Salidar. Se han puesto en marcha. El informe ha llegado de Altara, pero a estas alturas deben de encontrarse ya en Murandy. Y han elegido una Amyrlin propia. —Pasó la vista por la hoja que tenía en lo alto del montón de papeles, como si buscase el nombre—. Egwene al’Vere, al parecer.

Que Alviarin hubiese dejado para el final tal información, la más importante de todas, tendría que haber hecho explotar de rabia a Elaida, pero la mujer echó la cabeza hacia atrás y empezó a reír con regocijo. Y si no se puso a patear el suelo sólo se debió a su empeño en mantener un aire digno. La sorpresa plasmada en el semblante de la Blanca consiguió que sus carcajadas arreciaran hasta el punto de tener que limpiarse los ojos llorosos.

—Es obvio que no te das cuenta —dijo cuando finalmente fue capaz de hablar entre risa y risa—. Por fortuna eres la Guardiana, no una Asentada. En la Antecámara, con tu ceguera, antes de un mes las otras te habrían metido en un armario y sólo te sacarían de él cuando necesitaran tu voto.

—Pues yo creo que veo muy bien, madre. —En el tono de Alviarin no había acaloramiento; si acaso, su frialdad habría podido cubrir las paredes con una capa de escarcha—. Veo trescientas Aes Sedai rebeldes, quizá más, de camino a Tar Valon con un ejército comandado por Gareth Bryne, un reconocido gran general. Incluso desestimando los informes más descabellados, ese ejército puede que supere la cifra de veinte mil hombres, y yendo al mando Bryne se les sumarán más en cada pueblo y ciudad por los que pasen. No digo que tengan posibilidades de tomar la ciudad, por supuesto, pero a mi entender no es un asunto que deba tomarse a broma. El mayor Chubai debería ordenar que se iniciara una leva para incrementar los efectivos de la Guardia de la Torre.

Elaida bajó la vista hacia el pez roto, con acritud; después se levantó de la silla y se asomó al ventanal más próximo, dando la espalda a Alviarin. El palacio en construcción consiguió disipar el sabor amargo que tenía en la boca; eso y la tira de papel que todavía guardaba en el puño apretado. Observó su palacio en ciernes y sonrió.

—Trescientas rebeldes, sí, pero deberías releer el informe de Tarna. Hay al menos unas cien que ya están a punto de venirse abajo. —Confiaba bastante en Tarna, una Roja en cuya mente no había lugar para las tonterías, y había dicho que era tal el nerviosismo de las rebeldes que hasta su propia sombra les causaba sobresalto. Ovejas desesperadas que buscan discretamente un pastor, en palabras de la Roja. Era una espontánea, desde luego, pero aun así, sensata. Tarna estaría de vuelta dentro de poco y podría presentar un informe más detallado. Cosa que tampoco era necesaria. Los planes de Elaida ya estaban funcionando entre las rebeldes; pero ése era su secreto.

—Tarna es de las que están convencidas de que la gente hará lo que es obvio que nunca haría —adujo Alviarin.

¿Había puesto cierto énfasis en el comentario? ¿Era su tono significativo? Elaida decidió hacer caso omiso. Todavía no le quedaba más remedio que pasar por alto muchas cosas de Alviarin, pero pronto llegaría el día en que eso se habría terminado. Muy pronto.

—En cuanto a su ejército, hija, dice que son dos o tres mil hombres como mucho. Si hubiesen contado con más tropas, se habrían asegurado de que las viera para impresionarnos. —Elaida era de la opinión de que las informadoras de los Ajahs exageraban siempre con el propósito de que sus noticias parecieran más valiosas. Sólo podía darse crédito realmente a lo que comunicaran las hermanas. Las Rojas, en cualquier caso. Algunas de ellas—. Pero tampoco me importaría si contaran con veinte mil o cincuenta mil o cien mil. ¿Aún no empiezas a entender el porqué? —Cuando se volvió hacia la Blanca, el semblante de Alviarin era la compostura personificada, una máscara que ocultaba una absoluta ignorancia—. Pareces estar muy versada en todos los aspectos de la ley de la Torre. ¿A qué castigo se enfrentan las rebeldes?

—Para las cabecillas —respondió lentamente Alviarin—, la neutralización. —Frunció levemente el entrecejo, y el repulgo de la falda ondeó un poco cuando movió los pies. Bien. Hasta las Aceptadas sabían eso, y la Blanca no entendía por qué le hacía tal pregunta—. Y también para muchas de las otras.

—Quizá.

La mayoría de las cabecillas tal vez escaparan a esa suerte si se sometían debidamente. El castigo mínimo establecido por la ley era la flagelación con vara en la Sala de Asambleas, en presencia de todas las hermanas, seguida de, al menos, un año y un día de penitencia pública. Pero no se especificaba que la penitencia hubiera de cumplirse de una vez; un mes ahora, otro mes más adelante, y seguirían expiando su delito dentro de diez años; sería un recordatorio constante de lo que pasaba cuando alguien se le oponía. A algunas se las neutralizaría, naturalmente; entre ellas, Sheriam y unas cuantas de las presuntas Asentadas más prominentes. Pero sólo las suficientes para que las demás tuvieran miedo de dar otro mal paso, y no tantas como para debilitar a la Torre. La Torre Blanca debía ser un pilar sólido, único. Y fuerte. Y sujeto a su firme dirección.

—Sólo uno de los delitos que han cometido es merecedor de la neutralización —manifestó Elaida. Alviarin abrió la boca para objetar. Habían ocurrido rebeliones en el pasado, hechos que se mantenían tan en secreto que sólo unas cuantas hermanas los conocían; en las Crónicas no se mencionaban, y las listas de las que habían sido neutralizadas o ejecutadas se hallaban confinadas en archivos a los que sólo tenían acceso la Amyrlin, la Guardiana y las Asentadas, aparte de las contadas bibliotecarias que los guardaban. Elaida no le dio oportunidad de hablar a la Blanca—. Cualquier mujer que se proclame falsamente Sede Amyrlin debe ser neutralizada. Si hubiesen creído que había alguna oportunidad de salirse con la suya, Sheriam sería su «Amyrlin»; o Lelaine o Carlinya o cualquiera de las otras. —Tarna había informado que Romanda Cassin había salido de su retiro; sin duda Romanda habría agarrado la estola con las dos manos si hubiese visto la más mínima oportunidad—. ¡En lugar de eso, han impuesto a una Aceptada!