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Elaida sacudió la cabeza con sorna. Podía recitar, palabra por palabra, la ley que establecía las normas para que una mujer fuese elegida Amyrlin —después de todo, había hecho buen uso de ella— y ni una sola vez se requería que la mujer fuese una hermana de hecho. Debía serlo, obviamente, así que quienes redactaron la ley no lo mencionaron, y las rebeldes habían aprovechado ese pequeño desliz.

—Saben que el suyo es un caso perdido, Alviarin. Su propósito es darse aires y bravuconear en un intento de sacar cierta protección para sí mismas contra el castigo, y después entregar a la muchacha como una víctima propiciatoria. —Lo que era una lástima. La joven al’Vere representaba otro posible lazo que echar al cuello de al’Thor, además de que cuando hubiese desarrollado plenamente su potencial con el Poder Único habría sido una de las más fuertes en los últimos mil años o más. Una verdadera lástima.

—A mí no me parece una bravuconería lo de Gareth Bryne y una hueste numerosa. Su ejército tardará cinco o seis meses en llegar a Tar Valon. En ese tiempo, el mayor Chubai podría incrementar los efectivos de la Guar…

—Su «ejército» —la interrumpió, mordaz, Elaida. Qué necia era la Blanca; a pesar de ese aire de frialdad, era más cobarde que un conejo. Lo próximo sería ponerse a balbucir sobre las estupideces manifestadas por esa mujer, Sanche, sobre que los Renegados estaban libres. Claro que ella ignoraba el secreto, pero daba igual—. ¡Un ejército de granjeros blandiendo picas, de carniceros manejando arcos y de sastres montados en caballos! ¡Y a cada paso del camino pensando en las Murallas Resplandecientes que mantuvieron a raya al propio Artur Hawkwing! —No, un conejo no. Una comadreja. Sin embargo, antes o después, sería la piel de una comadreja en el cuello de su capa. Quisiera la Luz que ocurriera pronto—. A cada paso del camino perderán un hombre, si no diez. No me sorprendería que nuestras rebeldes aparecieran acompañadas solamente por sus Guardianes.

Demasiada gente estaba enterada de la división de la Torre. Después de que se hubiese aplastado la rebelión, claro está, se podría hacer que todo pareciera una conspiración, quizás un intento de obtener más control por parte del joven al’Thor. Sería un arduo trabajo de años… y de generaciones antes de que quedara olvidado el incidente. Hasta la última rebelde pagaría de rodillas por ello.

Elaida apretó los puños como si tuviera a todas las rebeldes cogidas por el cuello. O a Alviarin.

—Me propongo destrozarlas, hija. Se quebrarán como una sandía podrida. —Su secreto le aseguraba tal cosa, por muchos granjeros, sastres y lord Bryne que aguantaran y siguieran apoyándolas; pero dejaría que la otra mujer pensara lo que quisiera. De repente la Predicción se apoderó de ella, una certeza sobre ciertas cosas que no habría resultado más firme si se las hubiesen puesto delante, sobre su escritorio. Basándose en ella, habría sido capaz de saltar a un precipicio sin reservas—. La Torre Blanca volverá a estar unificada, salvo un resto de hermanas expulsadas y despreciadas. Entera y más fuerte que nunca. Rand al’Thor se presentará ante la Sede Amyrlin y conocerá su ira. La Torre Negra será destruida a sangre y fuego, y las hermanas caminarán por su recinto. Así lo vaticino.

Como le ocurría siempre, la Predicción la dejó temblorosa, jadeante. Se obligó a permanecer quieta y erguida, a respirar lentamente; jamás dejaba que nadie viera debilidad alguna en ella. Pero Alviarin… La Blanca no podía tener los ojos más abiertos, y sus labios seguían separados como si hubiese olvidado lo que iba a decir. Una hoja de papel resbaló del montón que sostenía en las manos y casi se cayó antes de que la mujer reaccionara y la cogiera. Aquel gesto sirvió para que la Blanca recobrara su habitual compostura. En un visto y no visto volvía a mostrar la máscara de serenidad, un retrato perfecto de la calma de una Aes Sedai; pero, indudablemente, se había llevado una buena sorpresa. Estupendo. Que rumiara la certeza que había mostrado en su victoria. Que rumiara y rechinara los dientes.

Elaida hizo una profunda inhalación y luego volvió a tomar asiento detrás del escritorio; apartó a un lado el pez roto para así no tener que verlo. Era el momento de aprovechar su victoria.

—Hay trabajo que hacer hoy, hija. La primera carta es para lady Caraline Damodred…

Elaida desarrolló sus planes, ampliando datos que Alviarin sabía y revelando otros que ignoraba, porque, a la postre, una Amyrlin tenía que trabajar a través de su Guardiana por mucho que odiara a esa mujer. Le resultó placentero observar los ojos de Alviarin, adivinar que se preguntaba cuánto más no sabía todavía. Pero, mientras Elaida ordenaba, dividía y distribuía el mundo entre el Océano Aricio y la Columna Vertebral del Mundo, en su mente jugueteaba la imagen del joven al’Thor llevado a su presencia como un oso enjaulado al que enseñaría a bailar para entretenerla durante la cena.

Las Crónicas difícilmente podrían reflejar los años de la Última Batalla sin mencionar al Dragón Renacido, pero ella sabía que un nombre destacaría por encima de todos los demás. Elaida do Avriny a’Roihan, hija pequeña de una Casa poco importante del norte de Murandy, pasaría a la historia como la mayor y más poderosa Sede Amyrlin de todos los tiempos. La mujer más importante en la historia del mundo. La mujer que había salvado a la humanidad.

Los Aiel que estaban de pie en un pliegue profundo entre las bajas y agostadas colinas, haciendo caso omiso de las nubes de polvo que arrastraba el viento racheado, parecían estatuas. El hecho de que hubiera debido haber una capa profunda de nieve cubriendo el suelo en esa época del año no los inquietaba; ninguno de ellos había visto nieve en su vida, y el calor reinante, cuando el sol había de recorrer aún un buen trecho para alcanzar su cenit, no era tan intenso como el que hacía en el lugar del que procedían. Su atención permanecía puesta en la elevación meridional, a la espera de la señal que anunciaría la llegada del destino para los Aiel Shaido.

Aparentemente, la actitud de Sevanna era igual que la de los demás, aunque un cerco de Doncellas la diferenciaba del resto; las guerreras llevaban los negros velos subidos hasta los ojos, ocultando sus rostros. Sevanna también esperaba, y con mayor impaciencia de la que dejaba traslucir, pero no por ello excluía todo lo demás. Ésa era una de las razones de que ella mandara y los otros obedecieran. La otra era que veía adónde podía llegarse si uno no dejaba que le ataran las manos costumbres y tradiciones trasnochadas.

Echó una rápida ojeada a la izquierda, hacia un grupo de doce hombres y una mujer, todos ellos armados con adargas de piel de toro y tres o cuatro lanzas cortas, y vestidos con el cadin’sor de tonos pardos que se confundía con el terreno circundante con igual eficacia que en la Tierra de los Tres Pliegues. Efalin, cuyo cabello corto y canoso quedaba oculto bajo el shoufa que llevaba enrollado en la cabeza, lanzaba breves miradas en su dirección, de vez en cuando; si podía decirse que una Doncella Lancera estaba nerviosa, ése era el caso de Efalin. Algunas Doncellas Shaido se habían ido al sur para unirse a los necios que bailaban el agua a Rand al’Thor, y a Sevanna no le cabía duda de que las otras hablaban de ello. Efalin debía de estar preguntándose si con proporcionar una escolta de Doncellas a Sevanna, como si antaño hubiera sido Far Dareis Mai, bastaría para compensar aquello. Al menos Efalin no albergaba dudas respecto a quién tenía el poder.

Al igual que Efalin, los hombres dirigían asociaciones guerreras Shaido, y se observaban unos a otros al tiempo que vigilaban la elevación. En especial el corpulento Maeric, un Seia Doon, y Bendhuin, con una cicatriz en la cara, que pertenecía a los Far Aldazar Din. A partir del día siguiente ya nada impediría que los Shaido enviaran un hombre a Rhuidean para que fuese marcado como jefe de clan si sobrevivía a la prueba. Hasta que tal cosa ocurriera, Sevanna actuaría como jefe de clan ya que era la viuda del último jefe. De los últimos dos jefes. Y que aquellos que murmuraban que traía mala suerte que se atragantaran con sus propias palabras.