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Dicho esto, se recogió el repulgo de la falda con gesto digno y empezó a subir la ladera con la cabeza alta, sin mirar atrás. Estaba segura de que las otras la seguirían. Therava, Norlea y Dailin se encargarían de ello, así como Rhiale, Tion, Meira y las demás que la habían acompañado unos cuantos días atrás para ver cómo las Aes Sedai golpeaban a Rand al’Thor y después lo volvían a meter en el arcón de madera. Su recordatorio había ido dirigido a esas trece más que a las otras, y no se atreverían a dejarla en la estacada. La verdad de cómo había muerto Desaine las ataba a ella.

Las Sabias, con los vuelos de las faldas recogidos sobre los brazos para dejarse libres las piernas, no podían mantener el paso de los algai’d’siswai con sus cadin’sor por mucho que corrieran, aunque no por ello dejaron de hacerlo. Ocho kilómetros a través de esas colinas onduladas; no era una carrera larga, y llegaron a la cima de la primera a tiempo de ver que la danza de las lanzas ya había comenzado. En cierto modo.

Miles de algai’d’siswai conformaban una gran mancha de velos negros y ropas pardas que rodeaba un círculo de carretas de las tierras húmedas, el cual, a su vez, rodeaba una de las pequeñas arboledas que salpicaban esa comarca. Sevanna aspiró aire con ira. Las Aes Sedai habían tenido tiempo hasta para meter todos los caballos dentro del círculo. Las lanzas cercaban las carretas, arremetían contra ellas, lanzaban andanadas de flechas, pero los que estaban en primera línea empujaban contra un muro invisible. Al principio las flechas que ascendían en un gran arco lograban sobrepasar ese muro, pero después también empezaron a chocar contra algo invisible y a rebotar. Un quedo murmullo se alzó entre las Sabias.

—¿Veis lo que hacen las Aes Sedai? —demandó Sevanna, como si también ella fuese capaz de visualizar el tejido del Poder Único. Quería resoplar con desprecio; las Aes Sedai eran unas necias, con sus cacareados Tres Juramentos. Cuando decidieran finalmente que tenían que utilizar el Poder como arma en lugar de crear con él simples barreras, sería demasiado tarde. Siempre y cuando las Sabias no se quedaran allí plantadas demasiado tiempo, mirando de hito en hito. En algún lugar entre aquellas carretas se encontraba Rand al’Thor, quizá todavía doblado dentro del arcón como un rollo de seda. Esperando a que ella lo cogiera. Si las Aes Sedai no eran capaces de retenerlo, entonces ella lo haría, con la ayuda de las Sabias. Y una promesa.

—Therava, coge a la mitad y ve al oeste. Estáte preparada para atacar al mismo tiempo que yo. Por Desaine y por el toh que las Aes Sedai nos deben. Haremos que paguen el toh como nadie ha hecho hasta ahora.

Era una bravata absurda hablar de obligar a alguien a cumplir una obligación que ni siquiera conocía; empero, entre los iracundos rezongos de las otras mujeres, Sevanna escuchó otras promesas furiosas de hacer que las Aes Sedai pagaran el toh. Sólo aquellas que habían matado a Desaine siguiendo las órdenes de Sevanna guardaron silencio. Los finos labios de Therava se tensaron levemente.

—Se hará como dices, Sevanna —respondió al cabo.

Sevanna dirigió a paso ligero a la mitad de las Sabias hacia el lado este de la batalla, si es que se la podía llamar así. Habría querido seguir en lo alto de cerro, donde tenía buena vista de lo que ocurría —así era como un jefe de clan o un jefe de batalla dirigía la danza de las lanzas— pero en eso no había encontrado apoyo siquiera en Therava o las otras que compartían el secreto de la muerte de Desaine. Las Sabias crearon un fuerte contraste con los algai’d’siswai cuando las alineó detrás, con sus blusas de blanco algode, las oscuras faldas de lana, los chales, sus brillantes brazaletes y collares y su cabello largo hasta la cintura, sujeto con pañuelos doblados. A pesar de su decisión respecto a que si tenían que tomar parte en la danza de las lanzas estarían con todos y no aparte, en un cerro, Sevanna no creía que aún se hubiesen dado cuenta de que era a ellas a quienes correspondía entablar la verdadera batalla de ese día. A partir del día siguiente, nada volvería a ser igual, y encadenar a Rand al’Thor era la parte más pequeña.

Entre los algai’d’siswai que miraban hacia las carretas sólo la estatura diferenciaba hombres de Doncellas. Los velos y los shoufa ocultaban cabezas y rostros, y los cadin’sor eran muy semejantes, aparte de las variedades de corte que marcaban clan, septiar y asociación. Los que se encontraban en la parte exterior del círculo parecían desconcertados y mascullaban entre ellos mientras esperaban que ocurriese algo. Habían ido preparados para danzar con los rayos de las Aes Sedai, y ahora se arremolinaban impacientes, demasiado alejados incluso para utilizar los arcos de hueso, que seguían guardados en las fundas de cuero colgadas a la espalda. Si las cosas se desarrollaban como Sevanna quería, no tendrían que esperar mucho.

Puesta en jarras se dirigió a las otras Sabias.

—Las que están a mi derecha echarán abajo lo que las Aes Sedai están haciendo. Las de la izquierda, atacarán. ¡Adelante las lanzas!

Tras gritar la orden, se volvió para contemplar la destrucción de las Aes Sedai que pensaban que sólo tenían que enfrentarse a armas de acero.

No ocurrió nada. Delante de ella, la multitud de algai’d’siswai rebulló con inquietud; el sonido más fuerte que se oía era el esporádico golpeteo de las lanzas sobre las adargas. Sevanna dio rienda suelta a su ira. No le había cabido la menor duda de que las Sabias estaban dispuestas a luchar después de haber visto el cuerpo destrozado de Desaine; pero, si todavía consideraban inconcebible atacar a las Aes Sedai, las empujaría a hacerlo aunque para ello tuviera que avergonzarlas hasta que exigieran ponerse la ropa blanca de los gai’shain.

De repente, una bola de fuego del tamaño de la cabeza de un hombre surcó el aire hacia las carretas, siseando y chisporroteando; la siguió otra, y otra, docenas de ellas. El nudo que tenía Sevanna en el estómago desapareció. Llegaron más bolas del oeste, de la posición de Therava y su grupo. Empezó a salir humo de las carretas incendiadas, al principio finos jirones grises que después se tornaron densas columnas negras; los murmullos de los algai’d’siswai cambiaron de tono, y, aunque los que estaban a unos pasos de Sevanna apenas adelantaron terreno, sí se produjo un repentino apremio por empujar hacia adelante. De las carretas llegaban gritos, hombres aullando de rabia, chillando de dolor. Fueran cuales fueran las barreras que las Aes Sedai habían levantado, se habían venido abajo. Había comenzado, y sólo podía haber un finaclass="underline" Rand al’Thor sería suyo. Él le entregaría a los Aiel para conquistar todas las tierras húmedas, y antes de que muriera también le daría hijas e hijos para que dirigieran a los Aiel después de ella. Disfrutaría con eso; era bastante guapo, en realidad, además de fuerte y joven.