Wexford se la devolvió. Ella volvió a ponerla sobre la mesa y, tras posar los ojos sobre su madre por un momento con una mirada curiosa y levemente desdeñosa, salió de la habitación. El inspector oyó sus pasos mientras subía al piso de arriba.
– ¿Cuándo esperaba usted que volviera su marido?
– El domingo por la noche, que fue cuando dijo que iba a regresar. No le di mucha importancia cuando no apareció. Pensé que se habría quedado otra noche más y que regresaría el lunes. Pero no fue así y tampoco llamó por teléfono.
– ¿No llamó usted al motel?
Ella le miró como si le hubiera propuesto llevar a cabo una tarea complicadísima que desbordara su capacidad: escribir una tesis de cincuenta mil palabras o hacer un programa informático.
– No; es una conferencia. Además no tengo el número de teléfono.
– ¿Hizo usted algo?
Ella soltó una de sus desabridas risotadas.
– ¿Qué podía hacer? Kevin vino a casa a pasar el fin de semana, pero regresó a Keele el domingo. -Hablaba como si en un asunto como aquél sólo pudiera tomar medidas un miembro del sexo masculino-. Sabía que si había sufrido un accidente me lo habrían hecho saber. Es fácil identificarle. Siempre lleva encima su tarjeta del banco, su chequera y muchas cosas más que tienen su nombre.
– ¿No llamó a Sevensmith Harding?
– ¿De qué habría servido? Se pasaba semanas sin pasar por allí.
– ¿Y no ha tenido noticias suyas desde entonces? ¿Hace…, vamos a ver, ocho días que no tiene idea de su paradero?
– Exacto. Bueno, cinco días. Esperaba que estuviera fuera los tres primeros.
Iba a tener que preguntarlo. Al fin y al cabo, ella le había pedido que fuera a visitarla. Como un vecino en quien podía confiar, por supuesto, pero principalmente como policía. Nada de lo que había oído hasta el momento le hacía pensar que fuera necesario abrir una investigación preliminar para averiguar el paradero de Rodney Williams. Viendo a la señora Williams, su casa, su hija y la situación, no podía por menos de preguntarse, con una insensibilidad que ni siquiera hubiera mostrado abiertamente ante Dora, por qué aquel hombre había aguantado tanto tiempo. Se había ido con otra mujer o había ido en busca de otra mujer, y sólo la cobardía le impedía escribir la carta de rigor o hacer la obligatoria llamada.
– Perdone, pero ¿es posible que su marido tenga…? -Buscó una palabra y dio con un eufemismo que detestaba-. ¿Amistad con alguna mujer? ¿Podría estar viendo a otra mujer?
Ella le miró largamente, sin inmutarse, con frialdad. Dijera lo que dijese, Wexford sabía que la posibilidad que acababa de sugerir ya le había pasado a ella por la cabeza, por no decir algo peor. Había algo en aquella mirada que le decía que aquélla era la clase de mujer que, casi por principio, intentaba evitar reconocer cualquier cosa desagradable. Apártala, disimúlala, quítate la costumbre de pensar, no te hagas preguntas, ni pienses, ni especules, porque eso te hará infeliz. No, no pienses, no te hagas preguntas, pon la tele y, sumida en la inconsciencia y la apatía, fija la mirada en la pantalla hasta que llegue la hora de ir a la cama y de tomar la pastillita de nitrazepam.
Aunque, claro, podría estar cometiendo una injusticia con ella. Todo esto sólo existía en su imaginación.
– Es sólo una posibilidad -dijo-. Siento haberla sugerido.
– No sé qué hace cuando pasa fuera tanto tiempo. ¿Cómo voy a saberlo? Durante toda nuestra vida de casados ha estado fuera vendiendo tanto tiempo como el que ha pasado en casa. No sé con qué busconas habrá estado ni se me ocurriría preguntarlo.
La anticuada palabra iba a tono con la habitación, la ropa gris de tela sintética y la casposa respetabilidad de la señora Williams. Por primera vez reparó en las escamillas blancas que, como motas de harina, manchaban los hombros de su blusa. Le había dado una solución que para la mayoría de las mujeres sería la menos aceptable, y sin embargo ella, pensó Wexford, se sentía tranquila. ¿Sospecharía que su marido había estado metido en algo ilegal, de manera que la alternativa de algo inmoral le parecía más deseable?
Sospechas de todo y de todos, se dijo Wexford. Menudo policía estás hecho…
– ¿Cree usted que deberíamos hacer algo?
– Si se refiere a si debería denunciar su desaparición a fin de que la policía lo busque, no, claro que no. Lo más probable es que tenga noticias de él en los próximos días. Si no es así, lo mejor será que vea a un abogado o que acuda a la Oficina de Ayuda al Ciudadano. Pero no lo haga si no ha pasado antes por Sevensmith Harding. Es de suponer que lo encuentre por mediación de la empresa.
No le agradeció que hubiera ido a verla. Ni siquiera había ido a su casa todavía; había ido a visitarla al salir del trabajo y, aun así, ella ni le había dado las gracias ni se había disculpado por entretenerle. Volvió la cabeza y vio que estaba todavía en la entrada de su casa, sosteniendo la puerta, una mujer delgada, angulosa, vestida con una blusa beige y un pantalón verde oscuro pasado de moda con bajos de campana y cintura alta. Su jardín era el único de Alverbury Road en el que no habían brotado flores aquella primavera, ni siquiera un narciso para alegrar el pedazo de césped y el oscuro seto de tejos.
La tarde estaba nublada, aunque todavía había tanta luz como a mediodía, y hacía el fresco propio de abril. Aquella pequeña concentración de calles era como un huerto en primavera: los jardines estaban cubiertos de flores rosas y blancas y bancos de pétalos inundaban ya las aceras. Un magnífico cerezo llorón, rosa como un helado, había invadido el césped delantero de su casa.
Su esposa estaba sentada en una butaca colocada prácticamente en el mismo ángulo con respecto a la chimenea que la butaca en que había estado sentada Joy Williams, y en una habitación de aproximadamente las mismas dimensiones que la sala de donde acababa de salir. Allí acababan las semejanzas. El fuego estaba encendido. Había sido un invierno frío y las bajas temperaturas de la primavera estaban prolongándose, amenazando a las primeras flores con heladas nocturnas. Dora estaba cosiendo retales para un cubrecama rojo y azul. Estaba combinando todos los tonos de azul y rojo en una multiplicidad de formas, y la parte terminada cubría la larga falda de terciopelo rojo del vestido que había empezado a llevar por la noche a causa del frío. Tenía el pelo moreno y abundante. Wexford le había dicho que debía de ser gitana si estaba a punto de cumplir los sesenta y todavía no tenía canas.
– ¿Has visto a Mike hoy?
Se refería al inspector Burden. Wexford respondió que no, que había estado en la audiencia de Myringham.
– Ha venido Jenny a decirme que ya tiene los resultados de la amniocentesis. Es una niña y está bien.
– ¿Qué es una amniocentesis?
– Meten algo en el útero por la pared abdominal y sacan una muestra de líquido amniótico. El líquido tiene células del feto y las hacen crecer como una especie de cultivo, creo. Bueno, el caso es que las células se dividen y pueden averiguar si el niño tiene síndrome de Down o espina bífida. También pueden averiguar el sexo, por supuesto, mirando si los cromosomas son XY o XX.
– Cuántas cosas sabes. ¿Cómo te has enterado de todo eso?
– Me lo ha dicho Jenny. -Se levantó y puso los retales en el asiento de la butaca-. No pueden hacer una amniocentesis hasta la decimosexta semana de embarazo y siempre existe el riesgo de perder al niño.
Dora salió de la habitación y él la siguió. Aquella tarde Wexford era más consciente de la calidez y la luz que había en su casa. Entonces cayó en la cuenta de que Joy Williams no le había ofrecido nada, ni siquiera una taza de té. Dora había abierto el horno y estaba mirando con expresión crítica el filete y el pastel de riñón que estaban haciéndose en la bandeja de arriba.