– Yo no tengo hijos.
– Bueno, pero nuestras amigas sí.
Quedé con Santiso en el café Triana, en la Marina, también tenía entrada por Riego de Agua, el café Triana era famoso por sus tapas calientes, sus tapas de cocina, Santiso era muy correcto y elegante y tenía una conversación agradable, sonreía siempre, eso es lo que no me dio buena espina, a veces soy algo desconfiada con los que sonríen siempre, también tenía mucha seguridad en sí mismo y un gran poder de persuasión, quedamos amigos y al cabo de algún tiempo coincidí con él en dos reuniones, una en casa de Eva y otra en Santiago de Compostela, en un piso vacío y medio destartalado, sin muebles y con mucha gente joven sentada en el suelo fumando marijuana, se olía en seguida, Santiso escribía cosas en un papel y nos decía que su mano era llevada por la voluntad de Dios, por el sereno mandato del Altísimo, del Sumo Hacedor, llamadle como queráis, el nombre poco importa, a veces también hablaba del Sumo Arquitecto.
– Yo no soy más que un maestro ínfimo de la Escuela de Albores, yo no soy más que el elemento transmisor de los mensajes que nos envía Dios a cada uno, mensajes de amor y de paz, meditemos todos y elevemos nuestras conciencias hacia la anhelada perfección.
Santiso, mejor dicho, Dios a través de Santiso, nos escribió una carta a cada uno mientras guardábamos silencio, yo guardé la mía en el bolso y no la leí jamás, la tiré tan pronto como llegué a la calle porque me dio miedo, a Santiso no volví a verlo y ahora me doy cuenta de que acerté.
– ¿No quemaste la carta?
– Sí, la quemé antes de tirarla, con estas cosas no conviene jugar.
Cuando a mi tía Marianita le hicieron la autopsia le encontraron la almendra garrapiñada atascada impidiéndole la respiración, la pobre murió porque le faltó el aire.
– ¿Te sientes con fuerzas para seguir?
– No, pero a pesar de todo voy a hacerlo.
Aquí, en esta pared recién encalada, será mejor esperar a que se seque un poco, voy a ir apuntando los sucesos más notables del derrumbamiento; voy a escribirlos con navaja o con un clavo porque el papel de retrete nuevo no me sirve, el lunes procuraré buscar uno algo mejor, en éste se corre demasiado la tinta del bolígrafo, la letra queda punto menos que ilegible.
– ¿Querrías jugar al diábolo con las ánimas del purgatorio?
– No.
– ¿Querrías saltar a pídola con los muertos de la Santa Compaña?
– No, de ninguna manera, de noche prefiero no salir de la ciudad.
Mi marido pensó siempre que no se debe gastar jamás la pólvora en salvas ni el amor profundo en sobos y dingolondangos, las almas en pena ya tienen bastante con los sufragios, cada vez hay menos dinero en el cepillo de las ánimas, la caridad se está borrando de los corazones. Seamos serenamente disciplinados y acatemos la norma que nos da quien puede hacerlo, las cosas hay que repetirlas siempre y, aun así, no se cumplen. Yo no estoy segura de que el porvenir sea de los ignorantes y los suicidas, lo más probable es que el porvenir no tenga dueño, no sea de nadie.
– ¿Ni de la casualidad?
– No, tampoco de la casualidad; admito que el porvenir pueda ser una abstracción inescrutable y cerrada.
Nada ni nadie es de nadie, la propiedad es un robo tolerado por una costumbre que dura ya cuarenta mil años, no puedo seguir pensando en esto porque se me corta la respiración en la garganta como al melancólico pajarito de los robledos, por más esfuerzos que hagamos no podemos admitir, no podremos admitir jamás que la casualidad sea de nadie ni tenga nada, sea sierva o ama de nadie ni de nada ni esté sometida a nadie ni vinculada a nada, ni siquiera a Dios ni a la noción de Dios, no es lo mismo sentir que comprender, pido perdón a los benevolentes espectadores de las ejecuciones en la horca municipal, construida con muy nobles maderos, sí, con maderas preciosas, pero siempre confusa: mi marido y yo sabemos que la ruin y humillante cruz de San Andrés tiene dos puntas hincadas en tierra y otras dos dibujadas en el aire, en una se posa Breogán, como un búho (o como un cernícalo), y en la otra el apóstol, como un cuervo (o como un lindísimo alcaudón). Conviene salir siempre a la calle muy arreglada porque los errores que podamos cometer son muy dolorosos, todo puede ser perdonado menos los errores, el hombre alienta los vicios conocidos pero rechaza los desconocidos, la mujer suele hacer al revés, la mujer tolera hastiadamente los vicios habituales pero busca y aplaude los vicios nuevos, por eso fracasan tantos matrimonios.
– ¿Por qué no quiso usted contar nunca el accidente náutico en el que perdió la vida su hijo?
– ¿Por qué no se lo pregunta usted a su padre? Las madres no solemos guardar esa memoria, somos menos esmeradas.
Matty, Betty Boop y yo, de jóvenes, de diecisiete años o dieciocho, éramos divertidas y crueles, conocíamos a un chico y nos entusiasmábamos con su compañía, pero al poco tiempo empezábamos a encontrarlo ridículo y nos reíamos de él por lo que fuera, los dientes, la ropa, el bañador, el tono de voz, el color del pelo, el apellido, la hermana bizca, con frecuencia tenían una hermana bizca, la tía coja, con frecuencia tenían una tía coja, Matty, Betty Boop y yo nos traspasamos algún novio, pero no nos decíamos nada de cómo era, al final siempre coincidíamos en las cosas que más risa nos daban.
Fernando Gambiño, el cajero de Efectos Navales Ramiro Astray e fijos, estaba en la cárcel esperando a que le dieran garrote por el asesinato de su esposa, Berta González Abuín, eso se llama uxoricidio, pero Gambiño no lo sabía, el verdugo tenía que venir de fuera, creo que de Burgos; primero Gambiño emborrachó a Berta con anís dulce, le hizo beber más de media botella, y después, cuando la tenía ya bien ebria e inconsciente, la puso desnuda sobre la mesa del comedor, no quitó el hule para no manchar demasiado, le selló la boca con esparadrapo para que no gritase y la abrió de abajo arriba con un cuchillo de hoja ancha, el corazón lo tiró a la mar de la bahía, es buen alimento de peces y gaviotas, también aprovecha a los moluscos bivalvos y a las errabundas medusas, Gambiño puso la sangre en una fuente honda con dos pajitas en forma de cruz y el cuerpo se fue pudriendo poco a poco, bueno, bastante deprisa, a los pocos días daba un olor muy fuerte, un olor espantoso y nauseabundo, y empezó a criar gusanos, entonces el empleado de Efectos Navales se metió en la cama, puso la televisión, campeonato de Europa de gimnasia femenina, Mariquilla Terremoto por Estrellita Castro y Antonio Vico, Habla contigo Jesús Arteaga, programa religioso, puso la televisión, ya digo, y esperó a que llegase la policía, tuvieron que tirar la puerta a patadas, la muerte de la esposa del cajero fue un asesinato ritual, los informadores lo dijeron en seguida, lo que no se supo nunca es si hubo otros implicados; Fernando Gambiño Aruñedo, de cuarenta y cinco años de edad, era natural de Guitiriz y tenía justa fama de hombre cumplidor de su deber, nadie supo lo que pudo haberle pasado, el demonio suele recurrir a muy sutiles ardides, don Segundo, el capellán de la cárcel, decía que Gambiño había hecho una confesión general ejemplar.
A nadie importa, yo sé que a nadie importa, pero la gente puede confundirse porque estos papeles están siendo escritos por varias personas y son tres, al menos, tres mujeres, quienes hablan en primera persona, quienes usan el nominativo del pronombre personal de primera persona cuando les conviene, yo no soy más que una mujer amargada porque todo le salió mal en esta vida, lo probable es que en la otra le salga todavía peor, yo no soy más que una mujer enferma que va camino de vieja y que no acierta a aguantar la soledad, me siento sola y casi maldita, me siento señalada por el dedo de Dios, pido perdón porque no me queda más remedio, me gustaría que alguien me ayudase a enriquecer mi huera existencia, ya sé que es pedir peras al olmo, me conformaría con que alguien me enseñase las técnicas básicas de la meditación, algo que pudiera llevarme a conocer mi mente y a vencer mis inquietudes, mi negatividad, sé que es pedir demasiado y me prestaría gustosa a ser degollada en el ara de los sacrificios si ésa es la voluntad de Dios y si mi muerte en la cruz de San Andrés sirviera para algo.