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– Tampoco hubiera sido un mal ataúd.

– ¡Calla, mujer!

Estos amores emocionantes no duraron demasiado tiempo; todo se vino abajo cuando Betty Boop descubrió un día viéndolo en cueros en el invernadero de San Pedro de Nos, que Rosendo tenía ojos y nariz de pájaro, boca de gusano, los hombros caídos y el pipí demasiado oscuro, además era culibajo.

– ¡Confiad en Dios, muchachos, y mantened la pólvora seca! -dijo Oliver Cromwell, el que nos quitó la isla de Jamaica, a sus huestes, en la batalla de Dunbar.

Jugando a la tala, otros le dicen marro, unos chiquillos estuvieron en un tris de saltarle un ojo al alcalde, no faltó nada, la verdad es que hubo suerte. En realidad la ley de Frienberg o de Freyberg para descubrir si una moneda es verdadera o falsa o está endemoniada, que los tres supuestos se consideran, se debe a Kafavis, el físico, Alphonse Kafavis, no a Kavafis, el poeta, Constantino Kavafis, su aplicación está muy lejos de producir resultados medianamente fiables. Todo es muy riguroso y cierto, todo se desmelena quizá en demasía, cuando Eva descubrió que las criadas pertenecían a la especie humana se llevó una gran sorpresa.

– No es justo, lo admito, pero no acierto a explicármelo, si Dios las hizo nacer abajo por algo será, también culpo a los padres de la Iglesia por no haberse pronunciado con mayor claridad, de los negros y de los criminales pudiera decirse lo mismo, todos estamos predestinados, todos acabaremos en el cielo, en el infierno o en el limbo, lo más probable es que el purgatorio esté vacío y con la tapicería de los muebles toda rozada.

El capitán Brandariz es chusquero y lleva bigote a lo káiser, el capitán Brandariz, del regimiento de infantería Zamora número 29, es una mala bestia que rapa al cero las cejas de los reclutas torpes o desobedientes, al capitán Brandariz, don Ramiro Brandariz Cascales, le untaron de mierda el pasamanos de la escalera y tanto él como su señora se pusieron perdidos, por el olor no se puede descubrir a los culpables, el olor es más o menos siempre el mismo.

Las echadoras de cartas estaban medio prohibidas, tampoco prohibidas del todo, ahora hasta se anuncian en la televisión pero entonces eran casi clandestinas, Betty Boop estaba siempre metida en brujas y santiñas y echadoras de cartas, la señora Aurelia vivía en Los Castros, detrás de los depósitos de Campsa, en una casita minúscula, muy modesta, de techo bajo, la calle era un barrizal pero a la puerta había siempre cola, los clientes tenían que esperar varias horas bajo la lluvia, leyendo tebeos o rezando el rosario, la verdad es que no hablaban mucho, nadie quiere contar sus desgracias. La señora Aurelia antes se llamaba la señora Evangelina, pero se mudó de nombre cuando la prendió la guardia civil.

– ¿Por roja?

– No.

– ¿Por proxeneta?

– Tampoco, por estraperlista, le traían aceite de Jaén y trigo de Palencia y de Valladolid y ella se ganaba la vida repartiéndolo entre los compradores, todos tenemos que vivir, la verdad es que disimulaba poco porque lo sabía todo el mundo.

La señora Aurelia echa las cartas sobre una mesa de camilla con mantel de hule a cuadritos blancos y de color de rosa, en la pared hay tres cromos grandes de mucho brillo, el Sagrado Corazón de Jesús, Nuestra Señora de los Dolores y su padre, que fue sargento en la guerra de Melilla, vestido de uniforme de gala; también tiene La Sagrada Cena en alpaca.

– ¿No es en plata Meneses?

– No sé, bien mirado es lo mismo.

La señora Aurelia pronuncia bien las ges y las jotas, pero no las ces, habla con la ese.

– Verás, filliña. Un caballero ronda por las puertas de tu casa, lo que quiere es entrar en tu corazón. Hay una viuda relacionada con un hombre de mando, un general o un gobernador, que no te quiere bien, le gustaría que te preñase un tiñoso y te pegara la tiña y más la tisis. Recibirás carta de un pueblo de fuera, recibirás carta de un americano y vas a hacer rabias, vas a criar rabias por unas prendas que esperabas de un hombre joven y que no te llegan ni te llegarán nunca. Aquí salen también lágrimas pero no te preocupes, neniña, porque sale otra vez victoria, ¿veslo?, el as de oros, durante siete mañanas has de tomar el jugo de un limón amargo y rezarle siete avemarías a Nuestra Señora del Buen Fin para que el as de oros coja fuerza, el limón puedes echarlo en agua si ves que está muy, ácido. Ahora vamos a hacer los tres montones.

En los tres montones volvía a salir lo mismo, el caballero rondador, la viuda influyente y enemiga, el tiñoso, la carta de América, el hombre joven que no manda las prendas, las lágrimas y al final la victoria: total, diez minutos, doscientas cincuenta pesetas de donativo voluntario, la señora Aurelia no cobraba pero admitía lo que le quisieran dar, Betty Boop se quedaba muy contenta cada vez que la visitaba.

– El hombre joven del que me habló seguro que era Pepito.

– ¿El dentón?

– Sí; los demás no sé.

A mi tía Marianita le gustaban mucho las almendras garrapiñadas y las comía en todas partes, en el retrete mientras obraba, y hasta en la novena mientras rezaba el santo rosario, ésa fue su perdición, bueno, su mala pata cuando se le atragantó una; mi tía Marianita era viuda, había tenido dos hijos pero se los mataron en la guerra, uno en la batalla de Brunete y otro en el frente del Ebro, los dos eran alféreces provisionales de infantería; mi tía Marianita no tenía dinero, tampoco podía quejarse, tenía lo suficiente para ir tirando con dignidad y mirando mucho la peseta, lo que sí tenía eran dos cuberterías completas, una de ellas inglesa y muy pesada, y muchas bandejas y fuentes y jarras de plata, restos de pasadas grandezas, el oro lo había dado todo para la Causa cuando empezó la guerra civil, un reloj, la alianza, una medalla de la Virgen del Carmen y quizá algo más, cuando me llegué a su casa ya habían pasado por allí mis primos que arramplaron con todo, ésta es una costumbre familiar muy extendida, en cuanto los parientes ven una peseta se matan por llevársela.

– ¿Y usted lo encuentra mal?

– No, yo no lo encuentro ni mal ni bien, eso es así y no va a cambiar por mucho que quisiéramos, pierda usted cuidado.

Aviso a los navegantes: boya luz roja situada Punta Bestia para balizamiento estrecho Rande se fue a pique.

Uno de los pisos de la casa de Linares Rivas lo alquiló una familia recién llegada de Ferrol, Matty y Betty Boop en seguida se hicieron amigas de los hijos, dos chicos, Tadeíto y Paco, y una chica, Lourdes, el padre era marino de guerra, capitán de corbeta, y se llamaba don Tadeo, la madre, doña Lourdes, era santanderina y estaba muy orgullosa de serlo, seguramente lo encontraba muy afortunado y distinguido, ella no decía santanderina sino montañesa, doña Lourdes era la única medio alta de la familia, los demás se quedaron bajitos; todos eran amables, cariñosos y simpáticos, doña Lourdes también, pero no tanto. La familia estaba muy unida, daba gusto verlos, y cuando el padre volvía a casa del trabajo, trabajaba en la Comandancia de Marina, le cantaban todos a coro una tarantela de la que jamás entendí la letra ni supe lo que quería decir: