– ¿Tú sabes bien sabida la historia de España?
– No te podría decir que sí, la sé sólo a medias.
La paloma torcaz del demonio Belcebú Seteventos seguía criando peluconas de oro en el vientre, una cada mes, el primer lunes, en Seixosmil siempre pasaron cosas muy raras.
La boda de Matty fue también en la iglesia de Santiago, pero con menos gente que en la de Betty Boop, unas cincuenta personas, no más, la familia tampoco estaba en uno de sus momentos más prósperos, después levantó otra vez un poco la cabeza, y la celebramos en el hotel Riazor, Shell vino ex profeso de Madrid y se dedicó a flirtear todo el tiempo con Bob, el marido de Betty Boop, que estaba más mandón y desabrido que nunca, Shell tenía que estar siempre coqueteando con alguien y siendo halagada por alguien y sabía muy bien cómo hacerlo, también estaba en la boda María Carlota, una chica que trabajaba en la oficina de información del ayuntamiento, a lo mejor era en la de turismo o eny la de relaciones públicas, no lo sé, allí había un ordenanza que se llamaba Alejo o Braulio, no recuerdo bien, era un hombre delgado, bajito y sordomudo que se había quedado así de una explosión en la guerra pero que con alaridos y gestos se entendía perfectamente con todo el mundo; Alejo tenía un solo diente, los demás se los había ido quitando con un alambre a medida que se le picaban. María Carlota era alta, morena, muy mona, alegre, sonriente y andaba siempre de punta en blanco, andaba siempre impecable, en la oficina era muy difícil encontrarla porque iba a diario a la peluquería y eso, claro es, le robaba mucho tiempo, el mudo Alejo cubría con muy cumplida eficacia todas sus ausencias, Alejo era listo como un rayo y además ponía buena voluntad, María Carlota le regalaba una cajetilla de celtas todas las semanas, a Alejo le duraba dos días y después fumaba lo que le diesen, la gente suele regalar tabaco con largueza, pitillos y hasta puros, eso es algo que se agradece mucho, es una costumbre que da pena que esté desapareciendo, es probable que Alejo también fumase colillas, pero eso no importa y tampoco hay por qué traerlo aquí, nunca hay razón para humillar a nadie, María Carlota tenía un novio de toda la vida, Esteban Rosende, delineante del arquitecto don Eduardo, el tío del jugador de chapó Cándido Julián, que había estado en la Legión, bailaba el tango y navegaba en piragua como pocos, si sigo por ahí me meto en otra historia y esto es peligroso porque después no hay modo de salir, María Carlota y Esteban Rosende acabaron riñendo, la verdad es que nunca supe la causa, y entonces ella empezó a salir con amigas y a rodar por la cuesta abajo, no tuvo suerte con los hombres, en eso influye mucho la casualidad, Cándido Julián se sabía el Martín Fierro casi entero, donde no hay casualidad suele estar la Providencia, vo esto no me lo acabo de creer del todo, la casualidad es como un jilguero metido en una jaula, que a lo mejor canta y a lo mejor se muere, la muerte de los pájaros es siempre caprichosa, y pudiera ser que no brotase sino en los espíritus que aciertan a buscarla, María Carlota no tuvo suerte con los hombres y también acabó bailando al son de la música de jazz de los derrumbamientos.
– ¿Usted cree que Dios rige y orienta nuestra voluntad con su voluntad?
– No sé, pero me negaré siempre a decir ni que sí ni que no.
Madrid manda mendigos a La Coruña, devuélvanse a su procedencia, es una orden, el gobierno civil da una nota a los periódicos: se les facilitará alojamiento para pasar la noche y serán enviados otra vez a Madrid, harán el viaje a pie y con carta de socorro que se les facilitará por la jefatura de policía.
María Carlota tenía mala salud, era diabética y padecía del riñón y del hígado, el médico le dijo que llevase una vida normal pero que vigilase mucho la alimentación, no tomase ni una sola copa, reposase dos horas después de las comidas y sobre todo que se quitase de la cabeza la idea de tener hijos, María Carlota acabó enamorándose como una tonta de un chico que tenía una boutique de regalos, trajes de baño y algo de perfumería, antes había estado estudiando farmacia, pero no llegó a terminar, que se llamaba Serafín Lampón, le decían Tordo porque tenía la cabeza pequeña y el culo gordo, que se creía un devorador de mujeres pero no pasaba de ser un mamarracho, un pobre piernas, María Carlota buscó quedar embarazada para ver de engancharlo pero se equivocó porque Tordo salió de estampía y la dejó plantada, al principio María Carlota ocultó su estado a sus padres, a sus amigas y a todo el mundo, pero llegó un momento en que se hizo demasiado evidente y notorio y entonces fue como si se la hubiera tragado la tierra porque no volvimos a verla por ningún lado, al cabo de mucho tiempo me enteré de que se había muerto en el parto, ahora recuerdo que Licorín, o sea el demonio Satán Vilouzás, tiene la potestad de preñar a las mujeres sólo con la mirada, basta con que las mire, las mujeres preñadas por Licorín suelen parir hijos muertos o morirse en el parto, a lo mejor Licorín se mete en el cuerpo de los hombres que huyen como conejos en cuanto preñan a una mujer.
Jaime Vilaseiro llamaba Mattuska a Matty, seguramente creía que era muy ingenioso, empezó ya en la boda, el mismo día de la boda, ella no podía aguantarlo pero él ni se daba cuenta a pesar de que se lo decían más claro que el agua. A Obdulita Cornide no le gustaba su nombre pero el diminutivo le daba rabia.
– ¿Y si te llamásemos Obdu?
– No, peor todavía.
Tanto Betty Boop como Matty encajaron mal que Obdulita se casara antes, la verdad es que no podían estar sin ella, no sabían dar un solo paso sin ella, y tan pronto como regresó de su viaje de novios, fueron a Venecia a pasear en góndola y a Roma a que los bendijera el Papa, las dos López Santana se presentaban todos los días en su casa, a eso de las nueve de la mañana, a desayunar. A Betty Boop y a Matty, cuando vieron otra vez a Obdulita por La Coruña, les entró una prisa enorme por casarse y Eva, su madre, que ya empezaba a notar que su matrimonio iba cuesta abajo, les dijo un día mientras tomábamos café, yo iba casi todos los días a tomar café con ellas después de comer:
– Os pido que tengáis mucho cuidado, hijas, que no os precipitéis, hay que tener mucho cuidado y verlas venir, la vida cotidiana es como la carcoma, la vida del matrimonio es como la polilla, es igual que la polilla, tienes un abrigo colgado de la percha y está muy bien, da gusto verlo, pero en cuanto dejas que le pase un verano por encima y lo descuelgas se te cae al suelo en pedazos porque está apolillado, tiene unos agujeros como puños, la vida del matrimonio es igual, de pronto te encuentras sentada en tu butaca, siempre la misma, delante de un televisor, tu marido está oyendo el diario hablado o viendo el partido del domingo y, aunque tú te pongas lo que te pongas, no se va a fijar en ti, descuida, aunque te tiñas el pelo de color zanahoria o verde lechuga él ni se entera, pierde cuidado, entonces hay que tener mucha paciencia porque todo eso te va reconcomiendo y amargando y entristeciendo, tú sabes ya que eso es irreversible, que no tiene vuelta atrás.
Matilde Verdú invitó a chocolate con churros a Obdulita Cornide, ¡es una lástima que el dueño de la churrería de la calle de la Franja acabase tirándose por la ventana!, y componiendo muy melosa voz y una postura adecuada le dijo:
– Puedes seguir tú, si quieres, con la crónica del derrumbamiento, yo tengo unas ligeras molestias en las cervicales, no creo que sea nada pero estoy algo cansada, sigue tú.
– Como usted quiera.
– Tutéame, mujer, puedes tutearme.
– Como quieras.
Eva siguió hablándole a las hijas:
– Os digo esto con mucha pena. ¡Con la ilusión con la que me arreglo, todavía me sigo arreglando, para gustarle, para que me piropee, para que me coma a besos! ¡Qué dolor! ¡Ojalá tengáis vosotras más suerte! Yo no me quejo de vuestro padre, la verdad es que es bueno conmigo, ni me mira pero es bueno conmigo, yo me quejo de la manera de ser que tenemos todos. Probar a perdonarme, os juro que hago lo que puedo, todas hacemos lo mismo pero es igual, pongo todo de mi parte pero es inútil, yo ya no le hago gracia a vuestro padre, no hay nada peor que la costumbre. Os pido que tengáis mucho cuidado, que no os precipitéis, no hay como la vida de novios y ahora que tenéis tanta libertad, mejor aún; no tengáis prisa, yo no sé por qué os digo todo esto, quizá sea sólo por dolor. Y tú perdóname, Obdulita, ¡con lo poco que me gustaban a mí los sermones!