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– Te digo, Ofelita, que si quieres más pipermín.

– No, ya no.

En Yukaribatak, a la sombra de los garrafales venenosos, sólo beben bebidas dulces los misioneros y los enterradores.

– Usted admite que las mujeres puedan beber aguardiente?

– No, sólo licores, las mujeres no deben tomar más que aguardiente alemán en los casos de estreñimiento rebelde, lo contrario sería ir contra la norma.

– Sí, quizá tenga usted razón bastante.

Deben preverse los más mínimos detalles por innecesarios que parezcan, para que la historia pueda fluir con lozanía y comedimiento, Ofelita se porta como todo el mundo, unas veces bien y otras mal, y las simplicisimas torturas del sentimiento no influyen para nada en la marcha de los astros. Escuchad todos y vosotras, las huérfanas de Hacienda, escuchad con mayor atención que nadie, aplicad vuestros cinco sentidos porque tendréis que levantar acta de cuanto veáis: tan pronto como empiece la amarga misa negra de la confusión los sacerdotes deberán segarse las partes, en homenaje a Agrícola, ante el altar mayor y con una gumía de plata guarnecida de esmeraldas y rubíes.

– ¿Como la bandera de Portugal?

– Usted lo ha dicho, como la bandera de Portugal.

Las putas de la calle del Papagayo, las de la calle de Tabares por ahí se les van, tienen mucho temple y resistencia, Marica la Caralluda de Escairón, digo, de Valadouro, Pili la Maña, Trinidad Madriles, Carmela Conacha Brava y Ermitas Pandeiro, cualquiera de ellas, son capaces de capar el borlón de la gorra a un marinero francés aunque no esté borracho; Moncho, Teófilo, Floro y el cura castrense don Severino Fontenla, al que se le iba un poco un ojo, ayudaron en el famoso lance del piano que salió por el balcón, menos mal que no entraba ni salía nadie. Cuando el viento sopla con fuerza, también con ira y con soberbia, contra el rompeolas del Orzán, aquello parece el fin del mundo.

– ¿Cuánto tiempo lleva el hombre buscándole aplicación a la fuerza de las galernas, al ir y venir de las mareas?

– No sé, siglos quizá, a lo mejor desde el incendio de la biblioteca de Alejandría.

Puede haber un misterioso deleite en portarse mal, a veces no es necesario buscar las últimas razones de la conducta y, de otra parte, la sola inteligencia es poca cosa, la inteligencia desnuda es como una nubecilla pasajera, no mucho más. Todas las señoras que van a tomar el té y a recitar poesías de Campoamor a casa de doña Leocadia se habían imaginado alguna vez revolcándose con Javier Perillo en el sofá, en la cama e incluso en el suelo, ¡Jesús, qué ocurrencias!, don Alfonso padece de aerofagia y el aire tampoco se le va a quedar dentro, por algún lado tendrá que salir, esto es algo que las señoras de cierta edad no entienden.

– ¡Parece mentira! ¡Todo un comandante no conteniendo los gases!

Doña Leocadia le da chocolate a la española y galletas de coco a Javier Perillo, conviene tenerlo contento y bien alimentado, los mozos próvidamente alimentados son muy propensos a la gratitud y suelen expresarla regalando deleite a sus benefactoras.

– ¡Qué buena estás, Leocadia, qué cachondo me pones!

– Calla, tonto, que podía ser tu madre.

– Bueno, ¿y qué? ¡Cómo me gustaría tomarme el chocolate en tus tetas, Leocadia! ¡Me pones a cien!

– ¡Calla, tonto, no seas cochino! ¡No quiero que me quemes! ¡Mis tetas no son una jícara! ¡Descarado, que eres un descarado!

Doña Leocadia no pronuncia la palabra tetas más que en la cama y desnuda, fuera de la cama y vestida suele decir pechos, senos o mamas, según los circunstantes.

De Becky no habla nadie, no llama la atención porque no hace disparates y de ella no habla nadie ni para bien ni para mal, Becky se limita a vivir con su novio, Roque Espiñeira, y a fumar porros los fines de semana, Lucas Muñoz, el licenciado en filología clásica, le dijo a don Alfonso:

– Usted quizá no sea capaz de entenderlo, pero tenga la completa seguridad de que las palabras no significan más que lo que queremos que signifiquen, tampoco se trata de llevar el crimen hasta su última justificación, ¿está claro?

– ¡Hombre, qué quiere usted que le diga!

Los mandamientos de la ley de Dios son el mejor adorno de las conciencias de los elegidos. Calímaco quería ser rico y virtuoso al tiempo: la riqueza sin virtud, ¿para qué y por qué sirve?, la virtud sin riqueza, ¿adónde y cómo nos conduce?, no temáis a los placeres porque tampoco la imbecilidad os ha de redimir de nada. Para mañana, sábado, 28 de junio, tiene anunciada su entrada el buque belga Mokoto, que cargará una partida de setecientas toneladas de fardos de bacalao con destino a Mattadi, el Congo.

– ¿Averiguó por fin si don Jacobo le compró o no le compró un descapotable a su hija Matty?

– No lo sé fijo, pero me parece que no, Matty no llegó a sacar el carnet de conducir.

Matilde Verdú le dijo al guardia municipal que estaba de servicio en la esquina de Juana de Vega con la calle de San Andrés,

– Oiga, Méndez, ¿pasó ya el padre Castrillón?

– No, señorita, todavía no.

– ¿Y Varela, el de las películas?

– Tampoco, señorita, por aquí no pasó aún ninguno de los dos.

El padre Castrillón iba todas las tardes al Círculo Social y Deportivo de Sordos, en la calle de Santo Tomás, en el camino de la Torre de Hércules, donde hacía mucha labor, y Varela el de las películas, Juan Antonio Varela, el propietario de la Distribuidora Cinematográfica San Amaro, solía llegarse a eso de la puesta de sol a la Peña Taurina, a tomarse una copa de manzanilla y a hablar de toros, los gallegos aficionados a los toros procuran copiar las costumbres andaluzas. Varela el de las películas era novio de verano de la madrileña María Luisa y estuvo saliendo una breve temporada con Matty, ella lo licenció en seguida porque lo encontraba algo vulgar. Matilde Verdú no me comentó para qué quería ver al padre Castrillón y a Varela y yo, claro es, me quedé sin saberlo.

– ¿Es usted curiosa?

– Pues sí, quizá sí, muy curiosa, pero créame que es necesario.

Por la calle de Archer Milton Huntington, donde el hospicio, solía pasearse un exhibicionista ya algo mayor, rubio y bien vestido, que tampoco era peligroso, se limitaba a enseñar sus partes a las señoras y después se iba hasta el día siguiente con su pasito cortado y sin volver la cabeza, la gente ya estaba hecha a su costumbre y tampoco le decía nada, ¿para qué?, si fuera moda esto de llevar las partes colgando, nadie se metería con los exhibicionistas, todo el mundo lo encontraría lo más natural.

– ¿A usted no le da vergüenza ser curiosa?

– A mí, no, ¿por qué iba a dármela?

– Mujer, ¡no sé!, eso es como querer aprender a jugar al mus a los setenta y ocho años, quizá sea ya un poco tarde, ¿no le parece que es ya un poco tarde para aprender a jugar al mus y para todo?

– Pues sí, lo más probable es que sí, no se lo niego.

Ahora, en estos revueltos días de crisis que vivimos, una debe sentirse mujer de su tiempo y recurrir a la dianética, la moderna ciencia de la salud mental, quizá debieran escribirse estas palabras con la inicial mayúscula, la disciplina que cura todas las enfermedades, desde el dolor de muelas hasta la resurrección, la tos, la blenorragia, el sida, pasando por la leucemia, la sordera, la mudez, la ceguera, la parálisis, el cáncer y la pelagra, basta con un equilibrado tratamiento de saunas y con la ingestión del complejo vitamínico bendecido por Ronald Hubbard y sus seguidores autorizados, sus maestros espirituales, desconfiad de los imitadores, los falsarios y los charlatanes, la Iglesia de la Cienciología no busca más que la verdad porque, como bien dijo el eximio pensador George Santayana, es una gran ventaja para un sistema filosófico el que sea sustancial e intrínsecamente cierto en su esencia y en sus consecuencias, hay que liberar al hombre traumatizado por la duda, todos somos vigilados por la Oficina del Guardián y debemos dejarnos abrazar por la gnosis, esto es, la ciencia que vuelve y que fructifica en el matrimonio filosófico, en la unión del azufre y el mercurio, de la espada y la pluma, del macho y la hembra durante el color negro y la metátesis que no desvirtúa el sentimiento. Antes de que fuesen echados los cimientos de la Tierra, tú ya eras, y cuando llegue el momento en el que la llama subterránea rompa su prisión y devore la forma, tú serás todavía como eras antes y tu espíritu no sufrirá cambio alguno cuando el tiempo ya se haya fundido con la nada, todos debemos obedecer el mandato de nuestro líder Ronald Hubbard y sus cinco beneméritos apóstoles tantras liberados, a saber: Amancio Jambrina Cordeiro, Amancio Villaralbo Candame, Amancio Moreira Valeirón, Amancio Sande Freire y Amancio Restande Domingo, el Carabinero. El exhibicionista de la calle de Archer Milton Huntirlgton apareció muerto una mañana, estaba sentado en el suelo en la avenida de La Bañou, sin signo de violencia alguna, con los ojos abiertos y completamente frío, debía llevar ya varias horas muerto, el sexo lo tenía fuera del pantalón y lleno de hormigas.