– ¿Como un cómico alemán?
– Quizá mejor como un cómico austriaco.
Ahora es probable que me toque hablar de la incierta Clara, su verdadero nombre es Ermitas, pero ella prefiere que la llamen Clara, también le hubiera gustado llamarse Lucía, pero no tuvo suerte. La abuela paterna de los cinco hermanos López Santana se llama Ermitas, vamos, Clara Erbecedo Fernández. Clara Erbecedo es una mujer guapa y extraña, por aquí todas las mujeres son guapas y casi todas extrañas, por aquí todos los hombres son también guapos y extraños, muy extraños, a lo mejor pasa lo mismo por el mundo entero, los hombres y las mujeres del mundo entero son guapos, extraños y lascivos. Clara es una mujer que lee poesía y filosofía, toma mucho café y oye música clásica; también le gustan las retribuciones carnales y dicen que se acuesta o se acostaba con Evaristo, el jardinero, pero esto no lo sabe nadie, no se puede poner una mano en el fuego por estas cuestiones, tampoco se debe apostar jamás, contra el misterio no se debe apostar jamás, una noche se acostó en la playa de Riazor con un marinero que hablaba una lengua que no pudo saber cuál era, no era alemán ni holandés ni danés, a lo mejor era finés, estaba la marea alta y las olas le mojaron el culo, Evaristo también le hace de chófer y le sirve a la mesa; ahora pienso generalizando, cuando a la mujer le falta el horizonte se refugia en la cama o en la oración, nadie puede zafarse del cumplimiento de esta regla, el orden es el espejo de la voluntad de Dios y todas las mujeres queremos poner orden en nuestra carne mortal y en nuestra alma inmortal.
Clara Erbecedo vive sola en un chalet va un poco viejo, con bastante huerta, en San Pedro de Nos; a veces pasa temporadas con ella su hija Mary Carmen, que está separada del marido; Mary Carmen tiene dos hijos que viven con el padre y a los que casi no ve, uno se llama Rodolfito y el otro Benjamín Carlos. Mary Carmen, cuyo verdadero nombre es Vicenta, se volvió loca durante el segundo embarazo, a algunas mujeres les sucede, y pasa temporadas en Conjo, lleva ya varias temporadas yendo al manicomio de Conjo, de donde se escapa siempre. Mary Carmen es ninfómana, bueno, medio ninfómana, eso tampoco es una enfermedad, y también se acuesta con Evaristo, todo el mundo lo sabe, yo lo oí en el bar de Xestoso, el que fue defensa de la Cultural Leonesa; una tarde su madre la encontró desnuda en el invernadero refocilándose con Evaristo y le pegó semejante botellazo que la mandó al hospital, la tuvieron que envolver en una manta y llevársela en un taxi; a Evaristo lo tuvo toda la noche encerrado en la galería sin más ropa que la camiseta y sólo lo dejó entrar cuando llevaba ya tres horas temblando y tosiendo y pidiendo perdón.
– ¡Pasa, hijo de puta, pasa y caliéntate! ¡Anda, que si no fuera porque me das gusto!
Pelucas y postizos de señora y caballero Villamor, pelo de la mejor calidad. Un extenso surtido en variados colores naturales. Don Jacobo era hijo de don Cosme López Carreira y de doña Clara Erbecedo Fernández, esto del don y el doña se les pone porque hace más administrativo, no por ninguna otra razón, no había ninguna otra razón. Don Jacobo, de unos cincuenta años, quizá menos, era rubio y alto, tenía los ojos azules y nos resultaba muy atractivo a las mujeres, no tenía una mirada cachonda pero estaba bueno, esto es siempre muy convencional. Don Jacobo se cuidaba mucho, hacía gimnasia respiratoria y de la otra, vestía con elegancia y siempre con ropa a la medida, y se daba desodorante y fijador y agua de colonia, también se duchaba, primero un día sí y otro no y luego a diario. Don Jacobo gastaba bigote e iba siempre de sombrero flexible gris, a misa solía llevar un sombrero negro y algo más rígido parecido al de mister Edén, a veces también llevaba bastón con puño de plata, una cabeza de lebrel de plata.
Las cosas hay que apuntarlas cuando se le ocurren a una porque después puede ser tarde. El hombre no es un buen invento, ahora no hablo de don Jacobo sino del hombre en general, la mujer tampoco, ahora no hablo de doña Loliña ni de su hija Eva ni de mí sino de la mujer en general; a Shakespeare no le gustaban ni el hombre ni la mujer, el hombre y la mujer no son sino la quintaesencia del polvo mortal en el que todos acabaremos convirtiéndonos, no es posible que el hombre y la mujer hayan sido creados por Dios a su imagen y semejanza, Dios no admite tal cúmulo de imperfecciones, sería ir contra su propia esencia, la infinitud de Dios no da cobijo a los fallos infinitos, los fallos no son nunca infinitos aunque lo parezcan, la noción de Dios no puede dar asilo a los fallos que empiezan antes del hombre y terminarán después de que el hombre haya desaparecido, pero que tienen principio y fin y, por tanto, no son infinitos.
A don Jacobo, de joven, cuando trabajaba de contable en Pescados Marineda, en el muelle de La Palloza, le llamaban Santiaguito, que es más corriente, el nombre se lo cambió después, al empezar a dedicarse a la construcción, y el don le vino con el dinero, el dueño de Pescados Marineda se llamaba Camilito Méndez Salgueiro, le llamaban en diminutivo porque era joven y poca cosa, Camilito había heredado el negocio de su padre y quebró por culto, se pasaba el día leyendo libros en francés y así no hay manera, lo último que leyó fue La politique de Ferdinand le Catholique Roy d'Espagne, en una edición holandesa del siglo XVII, así no hay manera; don Jacobo, en cambio, ganó mucho dinero en poco tiempo y se hizo socio del Circo de Artesanos, del Sporting, del Club Náutico, del Deportivo, de la Hípica, de la Zapateira, de la Solana, de todo; donde no pudo entrar fue en el Nuevo Club, que desapareció al poco tiempo aplastado por la vejez y el orgullo; el Nuevo Club estaba en la calle Real, entrando por el Cantón, a la derecha, un poco más allá del Sporting y del café Méndez Núñez, donde ahora luce su escaparate la ampliación de la joyería Malde.
– El Nuevo Club era una cueva de carcamales.
– Sí, pero usted bien que quiso entrar y le dieron con la puerta en las narices.
– Sí, eso sí.
Don Jacobo era listo y trabajador, además de bien parecido, y prosperó muy de prisa. Construcciones L. Erbecedo nació con buen pie y don Jacobo, que vivía en un pisito interior en el barrio de La Gaiteira, tan pronto como pudo hacerlo se compró una casa entera en Linares Rivas, frente al mar, y se quedó con dos pisos que unió por dentro y decoró con buenos muebles y mucho detalle, hasta tenía un cuadro de Sotomayor y otro de Seoane. Dicen que don Jacobo, en eso del vicio de la lujuria, hacía a pelo y a pluma, yo no lo creo, eso es siempre muy misterioso, y también dicen que había tenido sus más y sus menos con Evaristo, el garañón de su madre y de su hermana Vicenta, o sea Mary Carmen; si se pudiese llevar al detalle la lista de las soledades y el puntual inventario de los malos pensamientos y las inconfesables y escondidas realidades, nos íbamos a llevar todos muchas sorpresas.
– ¿Usted pondría una mano en el fuego por todo lo que está diciendo en voz alta?
– No, jamás, ya le dije antes que no, la mano en el fuego no se debe poner por nada ni por nadie y menos en estos lances tan fáciles de inventar y de negar.
Don Jacobo se caso con doña Eva y tuvieron cinco hijos. Don Jacobo y su familia iban de vacaciones al Mediterráneo, unas veces a Torremolinos, otras a Benidorm, otras a Ibiza, les gustaba variar y conocer sitios, y no se privaban de nada. Don Jacobo tenía tres coches, un Mercedes, un Dodge y un Seat, los tres eran grandes y los llevaba siempre muy limpios. Su hija Matty le pidió que le comprase un deportivo, pero le dijo que no, que no quería que se matase con su dinero, y tuvo que conformarse con un descapotable. En el año 1969, en julio de 1969, el hombre llegó a la Luna y pudo ampliar aún más todavía el ámbito de su necedad, el hombre no sabe gobernar, ni pacificar, ni alimentar la Tierra, tampoco sabe curar o prevenir el cáncer o el sida, entonces aún no había sida, pero acierta con el camino de la Luna, cada vez es más dilatado y vergonzoso el horizonte de su estúpido orgullo.