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Una vez más hago firme propósito de la enmienda y me dispongo a poner un mínimo orden en mis recuerdos y en mis papeles, que a mi marido y a mí nos vayan a clavar en la cruz de San Andrés no puede ser disculpa para omitir los deberes, ni argumento que aspire a justificar cl procedimiento doloso, debe leerse a Platón, sí, pero sin olvidar el catecismo, el mundo es un escenario y los hombres y las mujeres no somos sino meros actores con frecuencia poco y mal ensayados y con los papeles no del todo bien aprendidos.

Al cabo de dos o tres años Betty Boop, ya casada y esperando a María Pía, se le notaba bastante el embarazo, se encontró con Miguel Negreira, el profesor de violín, por la calle, empezaron a zumbarle los oídos y creyó que se le salía el corazón por la boca de lo emocionada que se puso.

– ¿Y tú?

– Pues va ves, pensando siempre en ti.

Miguel le contó a Betty Boop que había estado estudiando violín en Salzburgo, el violín es algo de lo que jamás se aprende lo bastante, nunca se llega a dominar del todo, y también le reprochó que se hubiera casado sin decírselo, ¿para qué esas prisas?

– Esto no se me hace, Claudia, yo me hubiera merecido otra cosa, jamás creí que fueras capaz de hacérmelo, yo te hubiera esperado siempre, Claudia, siempre, y tú lo sabes, tú tienes la obligación de saber que por ti hubiera hecho los mayores sacrificios y no me hubiera cansado nunca de esperarte.

Durante el tiempo que les duró la fiebre de amor, que fue hasta que Betty Boop tuvo que irse a Nuestra Señora de Belén a recibir a María Pía, los tórtolos se metían en la cama a diario de once de la mañana a tres de la tarde, Miguel era un sibarita y para él no había nada mejor que acostarse con una embarazada en los últimos meses de gestación; después se tomaban un sandwich de huevo, jamón y queso, un tres en uno, en el Linar, en General Mola entre Olmos y la calle Real. La vida barre todos los trances por hermosos o ruines que fueren, le ayuda la inteligencia, ésa es la servidumbre de la que no sabemos huir, nadie sabe huir jamás de nada y menos que nadie los enamorados, suele pensarse al revés, suele pensarse que todos sabemos huir siempre de todo y más que nadie los enamorados, Lucas Muñoz era capaz de recitar La Divina Comedia de memoria, Lucas Muñoz sabía hasta arameo, ¿qué no sabrá Lucas Muñoz?, Góngora llamaba ciego que apuntas y atinas, al amor; a Betty Boop se le fue diluyendo en la sangre aquel episodio, quizá el más bello y noble de su vida, y al final quedó todo en poco más que en un sueño borroso, duele mucho ver cómo se van haciendo borrosos los sueños que acaban por mermar y marearse, que terminan por difuminarse poco a poco y desaparecer como la voluta de humo azul de un cigarro habano, cualquier ánima del purgatorio, cualquier alma en pena de la Santa Compaña podría pedir hablar en el turno de ruegos y preguntas para decir: ¡Basta ya de ceremonias inútiles, carísimas y casi imposibles de ensayar! ¡Yo voto por la abolición de los impuestos indirectos, los uniformes de gala y la ley de herencia! ¡Procedamos a desterrar los castigos corporales! ¡Sáquesenos de aquí! ¡No es posible que sea Dios quien nos tenga encerrados aquí!

– La veo a usted muy pesimista, Rita, muy reprimida.

– No crea, Guillermina, no estoy nada pesimista ni menos aún reprimida. Y además yo no soy Rita, Guillermina, yo soy Tomasa, debiera usted recordarlo.

– Dispense, Tomasa, hija, ¡qué tonta soy!

El cáncer de próstata no es de los peores, mi marido, antes de que lo clavaran en la cruz de San Andrés, la verdad es que nos clavaron a los dos al mismo tiempo y uno frente al otro, en esto de las crucifixiones de nada valen los handicaps, para nada sirven, mi marido decía siempre, le iba diciendo, que él prefería un cáncer de próstata a un traje marrón o una gorra con la visera de hule como la que llevan algunos alemanes, mi marido fue siempre un si es no es exagerado y caprichoso. Matilde Verdú fuma demasiado y, claro es, tose como una oveja, si no está tísica va camino de estarlo, no se puede fumar con semejante avaricia, con semejante voracidad, don Pedro Rubiños y Jesusa Cascudo tenían malos y deleitosos pensamientos recíprocos, tampoco más de lo que se dice, tenían reconfortadores y lascivos pensamientos recíprocos, él los situaba casi siempre en la playa o en un apestoso urinario municipal, y ella se los figuraba en los jardines del Relleno o bajo los soportales de la Marina poco antes del amanecer, cuando la noche es más oscura. Don Pedro Rubiños invitaba a veces a Jesusa Cascudo a café cortado y aprovechaba la ocasión para imaginársela desnuda, con el pelo suelto y sin faja.

– Nada me importa que se desfonde un poco, la juventud pronto pasa y después todos nos esbarroamos, unos más y otros menos.

Jesusa Cascudo se representaba a su galán en calzoncillos, con los zapatos puestos, el bulto muy marcado, el pecho peludo y la voz más grave que en el café.

– A lo mejor no es así, los hombres están llenos de sorpresas.

Don Pedro Rubiños y Jesusa Cascudo, en cuanto dejaban de imaginarse escenas y consideraciones, volvían a hablar en voz alta:

– ¿Quiere usted unas pastitas, amiga Jesusa?

– No se moleste, don Pedro, bueno, como guste, yo encantada, por complacer, yo lo hago solo poi complacer.

Ana María Monelos estaba muy agradecida a don Pedro Rubiños porque le había abierto los ojos sobre las intenciones de Julián Santiso, el maestro ínfimo de la Comunidad del Amanecer.

– No seas tonta, Ana María, ese es un mangante que va sólo por tu dinero, un mangante espiritual, que son los peores, la salvación eterna no tiene precio, nadie le pone precio, y los intermediarios se quedan con los cuartos de los que se salvan, cada cual se las ingenia como puede para vivir sin trabajar y a fuerza de engañar incautos, esta gente recurre a todo, entérate bien, pero lo único que les interesa es el dinero, las viudas sois terreno abonado para sus trapicheos, si te hubiera llevado a la cama una sola vez estabas perdida, puedes creerme.

– No, Pedro, te juro que no me acosté con él.

– Me alegra saberlo, pero a mí no tienes que darme cuentas, y créeme que me duele que sea así.

A Ana María se le subió la sangre a la cabeza:

– ¿Esto es una declaración de amor, Pedro?

Pedro le apretó la mano por debajo de la mesa y guardó silencio.

Pichi López también quiso violar a Luisa la de la sombrerería La Parisién, estos tímidos acaban siempre lo mismo, se repiten una y otra vez, la verdad es que varían poco, Luisa fue a llevar un sombrero para Eva, la madre de Pichi, este le abrió la puerta porque la vio venir, notó como una calentura, la aculó contra el perchero, etc., don Jacobo, que venía de la calle, le pegó un bastonazo en las piernas a Pichi y Luisa aprovechó para salir huyendo por la escalera.

– Yo no sé lo que vamos a hacer con nuestro hijo, Eva, parece una mosquita muerta, pero es un salido, no sé si lo mejor no sería pagarle un abono en una casa de putas.