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A don Pedro Rubiños, procurador de los tribunales, no le gustaba que le apeasen el tratamiento.

– No y mil veces no, el orden es el orden, ya lo decía el general Mola, y los tratamientos existen por algo: no admitirlo sería tanto como dar pábulo a la subversión, ¿de acuerdo?

– Sí, don Pedro, de acuerdo, tiene usted más razón que un santo, tiene usted toda la razón del mundo, por ahí se empieza y después nadie sabe dónde podemos terminar.

Yo no soy más que una mujer que sólo sabe criar desgracia, me duele tener que reconocerlo pero es así, me gustan los machos, todos los machos, también los perros y los burros, los generosos burros, y me espanta la soledad, cada vez llevo peor la soledad, con menos resignación y paciencia, me gustaría poder estrangular la odiosa y atenazadora soledad, por eso hablo sola como los eremitas y los ciclistas que padecen de lombrices, pero cada día que pasa me siento más irremisiblemente sola, es malo confesárselo, ya lo sé, pero sería aún peor ignorarlo. Don Isidoro, el presidente de la Agrupación de Industriales del Polígono de San Pedro de Visma, se reserva el derecho de ir al retrete cuando le da la gana, ¡pues estaría bueno!, hace ya muchos años que renuncié a buscar la paz, si en el mundo pudiera rastrearse un último trasfondo de justicia, ahora sería la paz quien se afanase por buscarme a mí, pero no me hago vanas ilusiones. Eva no está poseída por el demonio, pero Ana María, la viuda del joyero, se pasa la noche abrazada a Julián Santiso; estos minúsculos sucesos podrían tener su oportuna representación geométrica espacial, todo sería acertar a aplicarles la fórmula de Gottfired sobre el azar y el tiempo: la vida es una rara amalgama de azar, destino y carácter, y la muerte no es sino una confusa mezcolanza de casualidades y arbitrios.

– ¿Sería usted capaz de mantener esto que dice ante los tribunales?

– No, de ninguna manera, los jueces no suelen entender las razones ulteriores.

No juguemos jamás a confundir sino a aclarar y simplificar los términos del contrato, todos buscamos una amorosa palabra de apoyo, de acompañamiento y de esperanza.

– ¿Y de caridad?

– Sí, también de caridad, en el fondo todo viene a ser lo mismo.

Yo ni desmiento ni enmiendo la plana a nadie, yo me limito a llorar por la calle y a no mirar jamás de frente ni a los ojos a los desconocidos.

– ¿Prefiere usted la injusticia a la lujuria?

– Antes, cuando era joven, sí, antes me ilusionaba y me enamoraba la injusticia, pero ahora que estoy ya más escarmentada me quedo con la lujuria.

Margarita Romelle, la hija pequeña del agente de aduanas don Manuel, el de la razón social Sucesores de Weneeslao Romelle, S. L., era guapísima y resultaba muy atractiva para los hombres, eso suele ser cosa de los estrógenos, eso es una conducta automática, no volitiva, pero si se le suma belleza, mejor aún; Margarita tenía una melena larga y rubia pero una buena mañana, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se la cortó casi al rape, parecía un quinto, su madre se puso furiosa y la tuvo encerrada un mes sin salir, su madre era de Ginzo de Limia, se llamaba doña Concha y hablaba mucho y con desatino, la voz tampoco la tenía agradable.

– ¿Usted cree que doña Concha hubiera podido demostrar el último teorema de Fermat?

– No creo, mejor dicho: sin duda alguna, no. Doña Concha tampoco había leído la Aritmética de Diofanto, ¡qué ocurrencia!, doña Concha no leía más que las revistas de sociedad y El mensajero del Sagrado Corazón de Jesús.

A Primitivo Parizeau Cordero, es nombre supuesto, hijo del primer matrimonio de mi marido, lo mataron dándole con un remo de trainera en la cabeza, se la partieron en dos, mi marido dijo siempre que ninguno de los cinco hijos de su primer matrimonio tenia la cabeza lo suficientemente dura y culpaba de ello a su primera mujer, Esmeraldina Fragoso Ribarteme, es nombre supuesto.

Las mujeres no contamos de manera sustantiva para la historia, la verdad es que no contamos demasiado, la historia la interpretan y la escriben a tiros y a cañonazos los hombres, a veces también componen sonetos amorosos, y nosotras no representamos más que el papel de comparsas, gesticulamos y accionamos pero no hablamos, en Galicia aún vamos algo mejor con Rosalía de Castro, Concepción Arenal y doña Emilia, pero en el resto de España la mujer pinta poco, el hombre encuentra natural que la mujer se quede al margen de la historia, la costumbre tiene mucha fuerza y la mujer se suele confundir con la costumbre, la mujer es la vagina para dar gusto al hombre, la matriz para concebir hijos y los pechos para darles de mamar, esto es tan obligatorio como frecuente, esta regla general no suele ponerse por nadie en tela de juicio.

– ¿Usted cree en la ley de la gravitación universal?

– No, yo no, ¿y usted?

– Pues yo, sí, perdone que se lo diga.

A mi tía Marianita, cuando le hicieron la autopsia, le encontraron la almendra garrapiñada que la mató, la tenía atascada en el gaznate. Una mujer que no hay por qué identificar ahora, conviene añadir un poco de misterio a la hacendosa necedad, estaba diciendo a un jubilado que pescaba jureles en el espigón del Náutico.

– Mi marido lleva los suspensorios bordados a punto de cruz, un ancla y sus iniciales, se los bordé yo misma con mucho cariño, tiene dos, los necesita de quita y pon porque los suda mucho.

– Claro, es lo más natural.

Margarita, desde muy pequeña, desde que tenía once o doce años, atraía a los niños como la miel a las moscas, por la calle se la veía pasar sola y airosa y triunfadora con un rastro de niños detrás, tres o cuatro niños, caminadores en pos del misterioso olor de sus hormonas como los canes tras la perra en celo. De aquel tiempo guardo un recuerdo confuso y dulzón casi venenoso, Margarita tiene la tez rosa pálido y delicadísima y los labios encendidos y muy hinchados, al anochecer se mete en la Rosaleda, que está oscura y misteriosa y se deja devorar por los niños, también por algunos señores, Margarita no habla ni mira de frente, ella pasea en silencio y de vez en cuando se para, sonríe con mucho comedimiento y deja hacer, deja que le acaricien las tetas como dos ciruelas y el culo, que parece de nácar. Don Nicolás Iglesias, Julio Verne, el práctico del puerto, se la encontró una noche en la Rosaleda, don Nicolás había sacado al perro a que se desentumeciese un poco, estos animalitos sufren mucho encerrados en un piso.

– ¿Qué haces aquí?

– Nada, dando una vuelta.

– Venga, sal a la luz que aquí te puede pasar algo.

– No, señor, vengo todos los días.

Julio Verne era amigo del padre de Margarita, pero no le dijo nada, hay cosas que son muy difíciles de decir. Su hermana Manoli era seis o siete años mayor y se subía al coche de su novio, eso entonces estaba mal visto y se tenía por muy inequívoca señal.

– ¿Tú tienes algo contra Matilde Meizoso, la mujer de Pichi?

– No, nada, ¿por qué?

– No, por nada, me había parecido que no te caía del todo bien.

Los domingos oíamos misa en el colegio de Peñarredonda, que era del Opus, también iban don Manuel Romelle, su señora y las dos niñas, la puerta era de cristal y doña Concha no se percató de que estaba cerrada y se dio un golpe atroz, empezó a gritar y a sangrar por la nariz, a mi hermana y a mí y a las dos Romelle nos dio la risa, nos desternillábamos de risa, nos meábamos de risa, nos moríamos de risa, y nuestro padre: nos riñó muy severamente.

– Y esta tarde os quedáis las dos en casa sin salir porque esto que habéis hecho, además de una falta de educación, es una falta de caridad, algo vergonzoso e impropio de dos jóvenes bien educadas.

Margarita, a eso de los trece años, se fue a Londres a estudiar inglés, no faltó quien dijese que había ido a abortar. El cardenal primado don Vicente Enrique y Tarancón declara en rueda de prensa que por ahora continuará en España la costumbre de la comunión en la lengua, la Conferencia Episcopal votó por gran mayoría a favor del mantenimiento de este rito; algunos países europeos han establecido ya la comunión en la mano, pero en nuestro país se reducirá por ahora a algunos grupos suficientemente preparados, no conviene precipitarse, la precipitación no conduce nunca a lado bueno alguno.