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– Con las ánimas del purgatorio yo no juego ni al diábolo, ni al chito, ni al gua; con las ánimas del purgatorio yo no quiero bromas, tengamos la fiesta en paz y no juguemos ni con las cosas sagradas ni con los espíritus del otro mundo.

El padre Gar-Mar, esto es apócope, el reverendo padre don Vicente García Martínez, sacerdote jesuita, que tenía voz de esposa del cordero, voz de tiple ligera, a diferencia del padre Cuadrado y del padre Castrillón, que tenían voz tonante, voz de bajo profundo, murió en Salamanca, los antiguos congregantes luises y estanislaos le dijeron una misa en la iglesia del Sagrado Corazón, entre ellos estabas tú, que siempre fuiste muy respetuoso y reverencioso.

– ¿Te gustan los pitillos Capstan, que vienen en una cajita de lata?

– ¡Ya lo creo! Lo que pasa es que son difíciles de encontrar.

La droguera de la calle de Santa Catalina le dijo a don Daniel Núñez Rodríguez, Satanela, dos o tres días antes de que se fuese para el otro mundo como un pajarito,

– Es lástima que se esté olvidando el arte de la caligrafía, ahora hasta se desprecia y se hace de menos; yo no tuve nunca buena letra, es bien cierto, pero mi hermano Néstor, el que está de misionero en Ruanda, el pequeño de los nueve, es un verdadero artista, cuida mucho las plumas y los plumines, también la tinta, y no se le resiste ninguna clase de letra por difícil que parezca.

– ¿Y sabe varias?

– ¿Varias?, ¡sabe todas! Mi hermano Néstor puso en letra magistral el Evangelio.

– ¿El de San Mateo?

– No, el de San Lucas; lo quiso subastar para allegar fondos para la misión, que buena falta le hace, pero no se lo compró nadie, hoy día la gente carece de sensibilidad, es muy materialista, hoy día a la gente le es igual todo, entonces mi hermano se lo envió a Su Santidad el Yapa de regalo, pero no le acusaron recibo, a lo mejor no llegó a sus manos y se quedó por cualquier recoveco del Vaticano, que Dios me perdone, tampoco quisiera faltar al respeto a nadie.

Lo más probable es que el porvenir sea un bien mostrenco, los títulos de propiedad de los ignorantes y los suicidas jamás son del todo reconocidos como válidos, el registro está muy desajustado en el mundo entero. A mi marido y a mí nos crucificaron en la punta Herminia, bueno, entre la punta Herminia Y el Cabalo de Pradeiras, por debajo de la piedra que dicen El Altar, más allá del polígono de Adormideras y del agra de San Amaro, es difícil imaginarse la contenida emoción de los niños de las escuelas aplaudiendo con entusiasmo en las aleccionadoras ejecuciones al aire libre, los niños de los orfelinatos y los de la inclusa disfrutan todavía más, en gallego se llama agra o seara a lo que en castellano, más o menos, se nombra senara, mi marido y yo conocemos bien el humillante dolor de la crucifixión, en los países húmedos los clavos crían mucho robín.

– Sé sensato y presta atención a lo que voy a decirte, es fácil de entender: con las ánimas de la Santa Compaña yo no salto a la comba ni tú debes saltar a pídola ni al trascuerno del diablo pelón, que come pepino, sandía y melón, que va por el aire hasta Corcubión, de: noche no es prudente salir de la ciudad.

Cuando al comandante don Alfonso lo operaron de la próstata, la Orensana, doscientas y la cama, pudo tomarse el vermú durante unos días sin que la atufasen; en el bar Cartagena eran famosas las ventosidades de don Alfonso, la única que se atrevía a recriminárselo era la Orensana.

– ¿Doscientas y la cama?

– Ésa.

En Kizilteke, en una tienda de campaña adornada con muy lujosos quilims de Karakay, moraba una bellísima y anciana prostituta kurda que se llamaba Smiltza y que vivía no de sus pregonados y evidentes pretéritos encantos y sus enfermizas mañas sino de organizar carreras de víboras y cacerías de ratas del desierto con galgos afganos, que son más sucios y airosos que ningún otro, para solaz de los turistas y los salteadores de caminos. A Smiltza le gustaba mucho pulsar el arpa y componer y meditar casidas amorosas, y preparaba su espíritu con un cocimiento de sangre de rata, canela en rama y almizcle en muy misteriosas y bien guardadas proporciones secretas. Su criado Solimán el de Kablakarum, a quien Smiltza había capado siendo niño pequeño con dos piedras de cuarzo, le inventó un ábaco de tabas de cabra para llevarle las cuentas con precisión, la chuca pintada de rojo valía por diez, y Smiltza, para demostrarle su gratitud, le dejaba dormir a los pies de su diván y le permitía matar a los animales desangrándolos con parsimonia. A Camilito Méndez Salgueiro siempre le gustaron mucho los cuentos orientales, lo malo es que en La Coruña no había demasiada afición. No se puede andar toda la vida saltando de La Coruña a Vigo y de Vigo a La Coruña, y esto no va por Camilito Méndez Salgueiro sino por otros y otras, hay gente que no está a gusto más que donde no está. Pescados Marineda quebró porque su dueño era culto e inadecuado, el que tenga tienda, que la atienda, esto de los traspiés en los negocios viene de leer libros en lenguas extranjeras como si no los hubiera en español, en la lengua de Cervantes y de san Ignacio de Loyola hay libros tan buenos como en ínglés o francés, a los negocios hay que mimarlos para que no se desmanden, el ojo del amo, ya se sabe, trae el dinero a la mano, esto no es así pero no importa porque también engorda al caballo, Camilito Méndez Salgueiro pinta floreros y marinas, pinta a la acuarela porque el óleo lo pone todo perdido y él es muy aseado. Toribio Cándoas, el guarda de noche de Pescados Marineda, asaba gatos por entretenimiento, los asaba vivos para que no perdieran la sustancia y se moría de risa, a veces invitaba a gato y a parrochas a alguna puta del Relleno, había una pajillera portuguesa que era muy buena amiga suya, muy agradecida. Camilito Méndez Salgueiro echó a la calle al que asaba gatos en cuanto se enteró de sus deformantes actividades, pero tuvo que dar marcha atrás porque Toribio le dijo que a él también lo iba a asar por maricón y florito, hay gentes imposibles y con ellas lo mejor es callarse para no complicar demasiado las cosas.

– Yo noto que la cabeza ya no me funciona como antes, ahora se me emboza como si tuviera calentura, esto de ir para viejo tiene mal arreglo, pero yo me apunto a seguir vivo, usted ya me entiende. ¿Se acuerda de aquello que le dije hace algún tiempo del nominativo del pronombre personal de primera persona?

– Pues, la verdad, no mucho, usted perdone, mi memoria ya no es la de antes.

– Está usted perdonada, la verdad es que tampoco merecía la pena, se lo decía por decir algo.

– Ya.

A Fernando Gambiño Aruñedo, el cajero de Efectos Navales Ernesto Astray e Hijos, digo, Ramiro Astray e Hijos, le dieron garrote en el patio de la cárcel por el asesinato de su esposa Berta González Abuín; mientras el señor Matías, el verdugo, hacia girar el torniquete y el reo exhalaba el último suspiro, también guiñaba la lengua bajo la piadosa bufanda del consuelo, parecía una servilleta, las gaviotas volaban graznando y alborotando sobre la Torre de Hércules.

– Descanse en paz F. G. A., que bien caro pagó un mal momento.

– Que Dios lo haya acogido en Su Santo Seno, Amén.

Cuando éramos muy jóvenes, cuando andábamos por los diecisiete o los dieciocho años, casi todos nuestros pretendientes tenían una hermana bizca y una tía coja. Federico Maroñas Arguindey, que era amigo de todo el mundo, en La Coruña lo queríamos mucho, le estaba diciendo a don Pilar Cascudo, el comisario de policía del Gobierno Civil, que era hermano de Jesusa,

– A mí no me gustó nunca emborrachar a las mujeres con anís dulce porque después pasa lo que pasa.

– Claro, tiene usted razón.

Y una recapacita: estamos al borde mismo de avergonzarnos de esta crónica amarga y sentimental, la sangre llama a la sangre y aquí vamos a acabar todos vomitando sangre.