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Su madre antes de que desapareciera.

Su padre antes de sacrificarse por amor.

Sus vivencias entre noviembre y diciembre del año anterior le habían hecho tomar conciencia de qué era y quién era.

La salida del sol la liberó de la última cadena y se dispuso a regresar a Phnom Penh para volar a El Cairo.

2

La soledad le pesaba más en los aeropuertos, esperando los vuelos, que a veces se demoraban horas y otras simplemente no salían y se cancelaban. Y lo peor era llegar a su destino, la primera noche, cuando abría la puerta de la habitación de un hotel en la que viviría un día, dos, quizá una semana, y su impersonalidad la aplastaba hasta robarle el aliento. Una bofetada en su alma. Se adaptaba rápido, vaciaba su mente de angustias y se repetía que todo fin requería un sacrificio previo. Pero en aquellas largas semanas el sacrificio se le antojaba ya más que doloroso, sobre todo porque se sentía igual que si diera palos de ciego, víctima de una rabia sorda y desesperada que la impulsaba a seguir, a moverse, aunque a veces no tuviera un rumbo. Algo que, ahora, era distinto.

Por primera vez en mucho tiempo sí tenía una esperanza.

Gonzalo Nieto no la habría llamado, ni la habría hecho volar sobre medio mundo para que se reuniera con él. Una puerta. 0 una llave para abrirla. ¿A qué se estaría refiriendo? Y en Egipto.

Una de las cunas de la civilización y todavía un misterio para los estudiosos del pasado.

Levantó la cabeza y comprobó el retraso en la salida del vuelo. Dos horas más. Una eternidad. Un mundo. Odiaba pasear entre las tiendas del Duty Free, porque los precios eran tan abusivos como en el exterior y porque la fiebre consumista era en ellas mucho más patética que en otras partes. Hombres cargando cartones de tabaco y bebidas alcohólicas, mujeres cargando perfumes u otros productos de belleza, niños enloquecidos con juegos electrónicos… Eso y la comida basura de todos ellos. Más que para matar hambres incipientes, para matar o rematar cuerpos suicidas.

Pensaba llamarle desde El Cairo, pero se sintió incapaz de aguantar tanto.

Extrajo su móvil tras hacer un cálculo mental de la hora que se vivía en España y buscó la memoria para ahorrarse marcar todas las cifras. Presionó el dígito y esperó unos segundos, cruzando los dedos, pidiendo que él lo tuviera conectado. 0 más aún: que pudiera hablar.

Hablar durante aquellas dos malditas horas, si era necesario.

David no tuvo que preguntar quién era.

– ¡Joa!

Ella cerró los ojos, sintió la punzada y se abandonó en un suspiro.

– Hola, cariño -susurró.

– ¿Dónde estás?

¿Era posible que no hubieran hablado desde hacía una semana?

– En el aeropuerto de Phnom Penh.

– ¿En Camboya?

– Sí.

– ¿Es una escala…?

– He estado en Angkor, siguiendo una pista falsa.

– Todas lo han sido en estos tres meses.

Advirtió el tono de reproche, la queja.

¿Por qué no aceptaba el hecho de que le necesitaba y le permitía acompañarla? ¿Qué necesidad tenía de hacer aquello sola? ¿Miedo? ¿Probarse algo? ¿Preservarlo en el caso de que…? ¿De qué?

– Alguna no lo será, David -le advirtió despacio.

– ¿Vuelves a casa?

– Voy a El Cairo -no le dijo que para llegar tenía que hacer tres escalas, Bangkok, Mumbai y Abu Dabi.

– ¿Para qué vas a El Cairo? -el tono de David se hizo de nuevo fúnebre.

– Me ha llamado el profesor Nieto, Gonzalo Nieto. Era un buen amigo de mi padre, arqueólogo como él, un veterano curtido en mil batallas, expediciones y excavaciones. Está al tanto…, así que cuando me ha pedido que fuera a verle…, no lo he dudado ni un momento. Llevo tres meses dando vueltas, como en círculos, sin llegar a ninguna parte. Y si él cree que ha encontrado algo es como para tomárselo en serio.

– ¿Qué ha encontrado?

– No ha sido muy explícito. Sólo me ha hablado de una posible puerta, o de una llave para abrirla.

– ¿Qué clase de puerta?

– Una conexión con ellos.

– Joa…

– Lo sé, lo sé -detuvo su conato de protesta-. Suena irreal, imposible… Lo que tú quieras. Que justo ahora, después de que la nave se llevara a las hijas de las tormentas, seamos capaces de encontrar un medio de comunicarnos con ellos… ¿Pero y si ha estado ahí siempre, sin que nos diéramos cuenta, y es justo ahora que sabemos que existen, cuando lo que antes carecía de sentido lo tiene de pronto?

– Te estás aferrando a una esperanza.

– ¡Y me aferraré a todas las que sea, David! -alzó la voz.

Una pareja de japoneses, discretos como todos los japoneses, la cubrió con una mirada de disgusto.

– ¡No digo que no te aferres, pero no olvides lo más importante!

– ¿Y qué es lo más importante?

– ¡Vivir!

La palabra la atravesó. Había tenido un tipo de vida antes, en la infancia, hasta la desaparición de su madre. Y otra desde ese momento hasta el de la revelación de quién era ella y cuál su naturaleza. Finalmente, su vida actual arrancaba en ese punto y todavía se hallaba inmersa en ella, buscando su lugar sin encontrarlo.

Su mitad humana le hablaba de serenidad y su mitad extraterrestre la hacía rebelarse.

– No puedo olvidar, David.

– Dime una cosa: ¿de qué serviría abrir esa puerta, o encontrar esa llave, comunicarte con ellos?

– Necesito saber.

– ¡Ya sabes lo suficiente! -su disputa telefónica no era la primera, y tal vez no fuese la última-. Ellos dejaron a cincuenta y dos mujeres como testigos, para saber qué hacíamos y cómo evolucionábamos. Tres tuvieron hijas y ésas fueron abducidas antes. Las demás se marcharon entre el 21 y el 23 de diciembre del año pasado, exactamente 15.000 días después de su llegada. ¡Puede que ya nunca más sepamos de ellos, o que pasen mil años antes de su regreso!

– ¿Y mi padre?

– ¡Se reunió con tu madre! ¡Era lo que quería! ¡Lo hizo por amor!

– ¿Por qué no me llevaron a mí? ¿Por qué no pude entrar en la nave?

– No te lo permitieron, nada más.

– ¿Por qué, David?

– No sería el momento. Quizá tengas una misión aquí. Tú y las otras dos chicas que nacieron de las hijas de las tormentas.

– ¿Y me dejaron sola?

– No eres una niña, eres una persona adulta, y me tienes a mí.

– David, por favor…

– Joa, Joa, sé que quieres respuestas, y ver a tus padres, saber de ellos, conocer las claves de lo que sucedió o lo que quizá un día suceda, pero no puedes negarte a tener una existencia en paz.

– Mis padres dijeron que volverían.

– ¡Entonces espéralos!

– El tiempo quizá no transcurra de la misma forma aquí o allí.

Era una conversación inútil, y lo sabían. La desesperación contra la determinación. La desesperación de David frente a la determinación de Joa. Quedaba, una vez más, la súplica.

– Déjame que me reúna contigo.

– No.

– ¡Necesito verte!

– Y yo a ti, cariño, pero no ahora. Contigo a mi lado tal vez descubriera lo feliz que soy y me olvidara de todo lo demás. Es un lujo que no puedo permitirme. Te he llamado porque quería…, necesitaba escuchar tu voz. Los correos electrónicos no siempre reflejan el tono en el que están escritos.

– Barcelona está preciosa en este comienzo de primavera.

– Lo imagino -se le encogió el corazón. -¿Sigues sin necesitar nada?

– Sabes que podría vivir dos vidas con lo que me dejaron en el banco. Ésa es mi suerte para poder viajar y hacer lo que quiera.

– ¿Y tus poderes?

Siempre le preguntaba por ellos, como si de repente pudiera desatarlos todos de una vez o se le manifestaran de nuevo igual que una lluvia de verano.