– No sé -dijo ya sin sonreír de manera cautivadora-. Se fueron. Hace ya mucho. Dos meses. Dos meses.
Joa se mordió el labio inferior para no gritar de rabia.
– ¿Volvieron a Ammán?
– ¡No sé! -hizo un gesto de fastidio-. ¡Un día se marcharon, eso es todo! ¡Yo llegué y ellos no estaban! Pasé tres días fuera, con turista holandesa, navegando y enseñando cosas. ¡Volví y ellos ya no estaban! Tampoco es extraño. Ella era muy rara y él…
– ¿Sabías que tu amigo está considerado esquizofrénico?
– Hussein es buen chico. Locos ellos, no Hussein.
– ¿Y Amina? ¿Por qué dices que era rara?
– Habla poco, mira mucho, ordena a Hussein, ¡incluso a mí! No parece una mujer. Demasiado carácter. Me enfadé con ella un día, me miró y dio dolor cabeza -se llevó las manos a las sienes-. Quería que se fueran. Bueno, Hussein no, ella sí.
– ¿Te contó algo de sí misma?
– No. Muy reservada.
– ¿Y él, te contó algo?
– Decía que era perfecta. ¡Enamorado! Hussein la ayudaba a encontrar algo.
– ¿Te dijo qué?
– Raíces.
Amina Anwar también se estaba buscando a sí misma. Siguiendo otras pistas. ¿Pero cuáles?
– ¿Qué hicieron mientras estuvieron aquí?
– Iban mucho al cybercafé.
– ¿Los mantenías tú?
– No. Ellos traían dinero. Yo no pregunté, pero creo que robaban a turistas. Muchos dólares.
– ¿Y qué hacían en el cybercafé?
– Tomaban notas, hacían mapas.
– ¿Mapas?
– Se dejaron cosas en habitación. ¿Quieres…?
– ¡Claro! -se sorprendió por la noticia.
Entraron en la casa. A Hamid no debía de irle mal. Algo nada extraño apreciando su físico y el cuerpo que se intuía debajo de la ropa. Joa vio un buen equipo de música, CD variados, un televisor, un DVD, una videoconsola y otros detalles. La construcción por fuera era humilde, por dentro no. Por la puerta entreabierta de una habitación, a la izquierda, localizó una cama grande y otras fantasías. En la de la derecha la cama era más pequeña y sencilla.
– Yo guardé cosas por si volvían. Pensé que sólo serían unos días. Pero ya no. Mucho tiempo. Sé que no regresan.
Abrió un arcón y de él extrajo una caja de cartón bastante grande, de supermercado. La dejó sobre la cama. Luego se apartó para que fuera ella quien hiciera los honores. Joa retiró la tapa y empezó a sacar papeles, algunos impresos, otros escritos a mano, y también mapas diversos, como acababa de decirle Hamid.
Todos de un mismo lugar: Mali.
El país Dogon.
Sintió un estremecimiento.
Los dogones, los hijos de Sirio y Orion, la tribu africana que afirmaba provenir de las estrellas y cuyos testimonios estaban todavía impresos en las paredes de sus casas y cuevas.
Era la revelación final. Sorprendente, aunque…
– ¿Seguro no quieres compañía? -oyó la voz de Hamid como en un sueño.
– No, gracias.
Sintió los dedos del joven acariciando el extremo de sus cabellos. Un roce apenas perceptible. Joa se quedó muy quieta.
– Amina no dijo que buscaba a ti -suspiró él rindiéndose.
Necesitaría una hora o más para examinar todo aquello.
Y el dueño de la casa no le dejaría llevárselo.
– ¿Puedo quedarme?
– Yo trabajo.
– Te pagaré tu tiempo.
Hamid se encogió de hombros.
– Bueno -aceptó.
Salió de la habitación y la dejó sola con su descubrimiento.
27
La voz de David surgió por el pequeño altavoz de su móvil antes de que muriera el segundo zumbido y le inundó la mente de luces.
– ¡Joa!
No le había querido a su lado por muchos motivos, pero quizá el más excepcional fuese aquéclass="underline" que si le tenía cerca tal vez fuese incapaz de pensar con la cordura que necesitaba.
Sin olvidar que tener miedo por uno mismo es algo mucho más digerible que tenerlo por los demás.
– Te necesito -exhaló rindiéndose.
– ¿Qué te pasa? -se alarmó él.
– Nada, tranquilo, estoy bien, en Aqaba, pero ya no puedo hacer esto sola. Ahora ya no.
– Volaré a Jordania en cuanto…
– No, a Jordania no.
– ¿Entonces adonde?
– Mali.
– ¿Mali?
Se llevó una mano a los ojos cerrados y los presionó. Un millón de lucecitas estalló en su interior, diseminando fantasías multicolores por su cabeza.
– Escucha, David -ordenó sus ideas para transmitírselas a él-, Amina Anwar escapó de un manicomio con un chico esquizofrénico unos años mayor que ella. La extraña pareja. Una niña de quince años con poderes y un demente juntos por ahí. Roban a turistas para sobrevivir, llegan a Aqaba, se ocultan en casa de un amigo de él, disponen de tiempo y ella, que indudablemente sabe algo sobre qué es o quién es, investiga a fondo. Lo mismo que yo he estado haciendo en diversos lugares, Amina lo hace con uno de los grandes focos de las teorías extraterrestres en el planeta: el país Dogon, en Mali. No sé lo que espera encontrar allí, pero desde luego hay una conexión y es adonde fue.
– ¿Cuándo se marchó de Jordania?
– Todo apunta a que fue hace dos meses.
– ¡Dos meses! Eso significa…
– David, es posible que ni hayan llegado.
– ¿Cómo que no habrán llegado?
– Piensa. Ella es una adolescente, muy inteligente, con poderes temibles tal vez, lo que tú quieras, pero es una adolescente que ha vivido una infancia terrible, sin cariño ni educación. Y él, aunque es mayor de edad, tiene una ficha médica en su país y carga con una denuncia. Ninguno de los dos tiene pasaporte. ¿Crees que tomaron un avión y se fueron a Mali?
– Entonces…
– Encontré una caja de papeles, mapas y anotaciones en casa de un amigo de Hussein Maravi. En ellos vi marcadas todas las rutas posibles de las caravanas que cruzan el desierto por el norte y centro de África para ir de Jordania a Mali. La frontera egipcia está a muy pocos kilómetros de aquí.
– ¿Han ido… a pie?
– ¿Qué otra cosa les queda? No pueden atravesar las fronteras habituales ni seguir los cauces normales, un autobús aquí o un tren allá.
– ¡Pero eso son tres mil kilómetros o más de viaje por tierras azotadas por sequías, hambrunas, guerras…!
– David, lo han hecho.
– ¿Y si te equivocas?
– Amina está buscando su pasado, sus raíces, y quién sabe si lo mismo que yo: poder contactar con ellos. ¡Lleva el cristal colgado de su cuello! Es lo único que tiene de su madre.
– ¿Qué puede haber en el país Dogon?
– Puede que información. 0 quizá ella sepa algo que yo no sé.
– ¿Otra puerta?
– David, sabes que no tengo respuestas para esto.
– Aun así quieres ir.
– Sí.
– ¡Estás loca! ¿Cómo vas a encontrarla?
– La encontraré.
– A veces me asustas -musitó él tras una leve pausa.
– Sé que no es mi hermana, pero tenemos una conexión. Mental o… paranormal. Esté donde esté, daré con ella. Las tribus Dogon no son tantas, ni su territorio tan grande. Ella es una chica blanca en un mundo negro. Dejarán un rastro, como los caracoles. No pueden ocultarse. Vamos a dar con ellos.
– Gracias por decir eso.
«Vamos», en plural.
– Te dije que cuando te necesitase, te llamaría. Y ahora te necesito. Jordania ya ha sido bastante duro, pero Mali…
– Así que sólo me necesitas de guardaespaldas, ¿eh? -quiso pincharla.
– No seas tonto.
– Vale -a través de la línea la alcanzó su sonrisa-. Mañana mismo arreglo unas gestiones para quedar libre de mi trabajo. Por suerte los guardianes aún nos apoyamos. ¿Dónde nos encontramos?
– En Bamako. El primero que llegue que vaya al hotel Kempinski El Farouk. Y si estuviera lleno, al Sofitel Amitié. Antes de llamarte ya he hecho indagaciones en Internet aquí mismo, en mi hotel. Me falta coordinar mi viaje. Aún no sé si podré volar desde Aqaba a algún lugar con un buen enlace o si tendré que regresar a Ammán para ello. Desde la capital de Mali iremos juntos al país Dogon.