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Y debían encontrar su camino en ellas.

– Joa…

– Déjame pensar y sentir…

Se acercaron a las siete galerías, para inspeccionar su acceso una por una. En la primera vieron unas escaleras ascendentes, en la segunda el camino era recto, en la tercera las escaleras descendían, en la cuarta otro camino recto, en la quinta las escaleras volvían a ascender, en la sexta el camino era recto de nuevo y en la séptima entrada localizaron nuevas escaleras descendentes.

Sobre el dintel de cada galería había un signo.

Joa volvió a prender la linterna, porque allí la luz era mucho más difusa.

– ¿Conoces alguno de estos signos? -preguntó él.

Los contempló, de izquierda a derecha, siguiendo el número de las siete puertas.

Hizo memoria.

Todo aquello lo había visto en los libros…

David no dijo nada. La dejó pensar.

– El uno es el horizonte -Joa miró la escalera ascendente que surgía de la puerta-. El dos es el símbolo de la casa, y también del templo -miró el recto camino que nacía en ella-. El tres, si no me equivoco, es el paraíso -la escalera que nacía en la puerta descendía-. El cuatro representa la Tierra, un planeta -de allí partía otro camino recto-. El cinco es el llamado anillo Shen, simboliza la eternidad y los egipcios lo utilizaban como amuleto porque protegía del mal -de nuevo unas escaleras ascendían hacia la oscuridad-. El seis equivale a la ciudad -la senda se prolongaba en línea recta-, y el siete es el símbolo de la vida unido al del Sol -era la puerta de su derecha, con la última escalera, nuevamente descendente.

– ¿Por dónde vamos?

Joa no dijo nada. Volvió a mirar las siete puertas que, junto con la puerta por la que acababan de acceder al lugar, conformaban aquel extraño octógono.

Sólo una conducía al siguiente paso.

Horizonte, casa, paraíso, planeta, anillo, ciudad, vida.

– Yo voto por la vida o el paraíso -se inclinó David.

– No.

– ¿Por qué?

– Porque todos simbolizan cosas, pero sólo uno representa algo que los egipcios utilizaban y en lo que creían físicamente.

– ¿El anillo?

– Sí.

– ¿Estás segura?

– ¿A estas alturas no te fías de mí?

David miró las escaleras de la puerta número cinco.

– ¿No crees que lo normal sería que fuéramos por un camino horizontal o descendente?

– Encontraríamos las cámaras de la reflexión y la piedad.

– ¿Y eso qué puede significar?

– Siento un enorme dolor que emana de esas puertas -suspiró ella-. Es algo… emocional, físico incluso.

– ¿Dolor? -se preocupó él.

– Cada uno de estos caminos está hecho para expiar los pecados. Hay trampas, muerte, pero sobre todo está el encuentro con uno mismo, con el lado oscuro, ese yo interior que nos acecha y nos aterra.

David seguía muy quieto.

– Vamos por la número cinco -se rindió.

Joa no secundó su gesto de seguir avanzando.

– ¿Qué sucede? -su compañero se detuvo bajo el dintel de la puerta señalizada con el anillo Shen.

Ella miraba fijamente la número dos.

Dio un paso en su dirección.

– ¿Joa?

De pronto echó a correr cruzando su marco.

– ¡Joa! ¿Qué haces? La puerta dos es una trampa

– La siguió sin embargo. Le llevaba tres metros de ventaja. La linterna trazaba círculos irreales en la oscuridad.

Una pesada atmósfera comenzó a nublarles los sentidos, espesando sus sensaciones. David intentó atraparla, temiendo que una fuerza desconocida la hubiese arrastrado inexorablemente hacia el abismo. El camino ya no era recto, serpenteaba a derecha e izquierda.

Debieron de correr unos veinte metros.

Hasta que Joa de detuvo y exhaló un grito:

– ¡Amina!

La chica, iluminada espectralmente por la linterna, estaba medio sepultada por una pared que se le había venido encima tras pisar probablemente una trampa del suelo.

51

Se inclinó sobre ella y lo primero que hizo fue comprobar su pulso.

– ¡Ayúdame! -le pidió a David.

Retiraron los cascotes. No parecía haber heridas externas de consideración, aunque un corte en el lado derecho de la cabeza, del que había manado bastante sangre, era la causa más probable de su inconsciencia. Eso y la inanición, dependiendo del tiempo que llevara allí.

Joa tocó sus brazos, sus piernas, para asegurarse de que no tuviera nada roto. Cuando quedó libre del todo, él la tomó en brazos.

– ¡Salgamos de aquí cuanto antes! -gritó Joa.

– ¿Qué te sucede?

– Por favor…, ¡por favor!

Se dobló sobre sí misma. David no tuvo más remedio que cargar a Amina sobre uno de sus hombros, para poder sujetar a Joa y empujarla, más bien arrastrarla de vuelta al patio de las ocho puertas.

– ¡Joa, por Dios!

Cada paso fue titánico. Cada metro ganado, un esfuerzo agotador. Un largo camino por las sombras. Cuando vieron el leve resplandor del patio se sintieron a salvo. Y al llegar a él se dejaron caer al suelo igual que si en lugar de veinte metros hubieran caminado por un desierto abrasador durante días, kilómetro a kilómetro.

– ¿Estás bien? -David le acarició el rostro.

– Sí, sí -jadeó ella-. Ya… pasó.

– ¿Qué te sucedía ahí dentro? -se estremeció él.

Joa miró la puerta número dos, y luego las restantes.

– Te lo dije. Es como penetrar en tu propio infierno. Y no me preguntes por qué. ¿No sentías esa oscuridad…?

– Sí, pero es evidente que a ti te ha afectado más.

– ¿Y Amina?

Joa recuperó el pleno dominio de sus facultades. Hizo un esfuerzo y se arrodilló junto a la chica. Le apartó el pelo de la cara y contempló sus rasgos de adolescente dormida. Vestía zapatillas deportivas, pantalones vaqueros y una camisa. No parecía una niña jordana.

Joa sacó la botellita de agua de su bolso. David se arrancó uno de los bolsillos de su camisa y ella humedeció la tela. Se la pasó por los labios antes de limpiarle la sangre de la herida de la cabeza. Al sentir la humedad en su boca Amina se removió. Cuando la levantaron un poco para que pudiera beber un pequeño sorbo, tuvo una especie de descarga eléctrica.

Abrió los ojos.

Se encontró con el rostro sonriente de Joa.

– Estamos aquí -le acarició la mejilla, infundiéndole toda su ternura.

La chica miró a David. Sonrió, cerró los ojos y se abandonó un momento. Los siguientes sorbos de agua, cortos, pacientes, le devolvieron el primer atisbo de vida. Poco a poco su mente regresó de las sombras y se instaló en la realidad.

– Lo siento… -gimió.

– Tranquila.

– Perdona…

Lloraba. Jamás lo hubieran creído posible, pero lloraba. Se aferró a Joa con fuerza, presionando sus brazos, temblando. La dejaron vaciarse, expiar culpas y temores, sentimientos y miedos. Fue un largo proceso, hasta que Amina se serenó y acompasó su respiración, igual que si fuera a dormirse tras un shock.

– No podemos quedarnos aquí -le susurró Joa.

– No hay salida -la miró con dolor-. Es inútil.

– Sí la hay. Sólo hemos de encontrarla.

– He entrado en cuatro de esas puertas…

– ¿Cómo lo has resistido?

– Cuando comprendí lo que me hacían, bloqueé mi mente, no dejé que penetraran en mí.

– Yo no tuve tiempo -lo comprendió Joa.

– Pisé algo y se me cayó una pared encima. No pude percibirlo antes, fue muy rápido.

– Ya pasó.

– ¿Vamos a morir aquí, a pesar de nuestros poderes?

– No vamos a morir, te lo prometo.

– ¡No puedo mover nada, esas piedras son demasiado pesadas, mi fuerza no sirve en este…!