– Si no quieres, no me lo cuentes -se resignó Joa.
– Yo también hablé con mi madre. La llamé y apareció.
– ¿Qué te dijo?
– No mucho -bajó los ojos y los depositó en sus manos-. Me pidió perdón.
– ¿Por dejarte sola?
– Por haberme odiado.
– No entiendo.
– Cuando aquel soldado la violó…, ella aún no sabía quién era, por qué razón apareció en mitad de una tormenta, por qué sus rasgos nunca fueron como los de las demás. Al sentirme en su vientre me odió y… sin embargo…
– Te tuvo.
– Sí.
– Quizá deseó alguna vez que no llegaras a nacer, y cuando se la llevaron…
Amina volvió a callar.
– ¿La perdonaste?
La pregunta de Joa la atravesó. La hizo reflexionar.
– Es curioso -susurró-. No se lo dije.
– ¿Lo has hecho?
– Ninguna de las dos tuvo culpa de lo que sucedió.
– ¿La has perdonado? -insistió ella. Esta vez la espera fue más breve.
– Sí.
– Entonces vas a empezar a estar en paz contigo misma.
– Es difícil, ¿sabes? -parecía a punto de llorar.
– Todo lo es, y esto más -Joa le cogió una mano-. Hemos de aprender a estar juntas, a luchar, a vivir… Y la vida suele doler.
– A mí ya me ha dolido bastante.
– ¿Te habló tu madre de lo que hemos de hacer?
– No, apenas si hubo tiempo. Yo tenía tantas preguntas… Y para mí era una completa desconocida. Sólo al final me dijo que confiara en ti, que tú me contarías algo muy importante.
– Venimos de un extraño mundo, ¿verdad?
– A mí me pareció hermoso.
– Hermoso y desconocido, lo cual sobrecoge. Saber que formamos parte de eso…
– Allí todos son iguales, viven en la luz, había tanta paz…, Joa -alzó los ojos para inundarla con una densa mirada-. ¿Crees que algún día podremos regresar?
– ¿Quieres volver?
– Sí.
– ¿Por qué?
– Porque éste no es mi mundo.
– No digas eso.
– Siempre me sentí extraña. Mi casa no está aquí. Está allí. Tú luchaste por encontrar la forma de hablar con tus padres, no te rendiste y lo conseguiste. Yo lucharé para encontrar la forma de volver, tarde lo que tarde.
– Ahora ya no estás sola. Te lo dije en Mali.
Amina guardó silencio y Joa se lo respetó. Necesitaban tiempo, adaptarse la una a la otra, y sobre todo afrontar el peligroso camino que les quedaba para intentar lo que parecía un imposible: dar con Indira primero y después localizar el quinto cristal perdido en algún lugar del Tíbet para llegar a Stonehenge antes de que esa erupción solar definitiva unida a los problemas climáticos de la Tierra cambiara su eje.
Con poderes o no, no eran más que dos jóvenes asustadas.
– Duerme un poco -la aconsejó Joa poniéndose en pie de nuevo-. Mañana veremos cómo siguen tus trámites de pasaporte y resolveremos eso de que figuremos con el mismo nombre…
– No quiero volver a Jordania.
– No volverás, te lo prometo. Aunque sea con un pasaporte falso.
– Nunca he tenido dinero. No sé lo que es conseguirlo todo.
– Todo no se consigue -fue sincera-, pero sí algunas cosas.
– Buenas noches -le deseó Amina al ver que se dirigía a la puerta que comunicaba las dos habitaciones-. Y… gracias.
– Gracias a ti -musitó Joa deteniéndose sin abrirla-por salvarnos.
– Lo hicimos juntas.
– No. Fuiste tú. Hiciste que me rebelara y reaccionara. Fue tu energía, y el uso de tus poderes arrastrando los míos, lo que impidió que muriéramos aplastados y consiguiéramos salir de ese agujero.
– Tú también me salvaste a mí cuando empezó a desmoronarse la cueva y no quisiste dejarme perdida en mi trance. Hubiera muerto, porque mis impulsos se disparan si soy consciente del peligro, no antes. Ojalá tuviera tus presentimientos. Aquella pared que se me cayó encima en la galería donde me encontrasteis me pilló desprevenida.
– Lo importante es que estamos aquí.
– Sí -concedió Amina.
Joa abrió la puerta.
– Buenas noches.
– Hasta mañana -le deseó la chica.
62
David se levantó al verla aparecer por la puerta que comunicaba las dos habitaciones.
– ¿Cómo está? -quiso saber.
– Mejor, más tranquila. Y alucinada.
– ¿Por qué?
– ¡Tiene cien canales en el televisor!
David esbozó una sonrisa. Luego la atrapó antes de que llegara al cuarto de baño y la hizo girar sobre sí misma para que quedara de cara a él.
– Hola -la envolvió en un suspiro.
– Hola -agradeció el contacto ella.
Se besaron una sola vez, de forma suave.
– Ha sido un día especialmente duro, ¿verdad?
– Sí -reconoció Joa-, aunque hayamos perdido la puerta…
– Fuera lo que fuera llevaba siglos sin funcionar. La luz, la vibración… Por lo menos conseguiste hablar con tus padres. ¿Cómo estaban?
Era una pregunta curiosa.
– Me han parecido felices. Mi padre me ha dicho que tenía las estrellas a su alcance, que disfrutaba de todos los conocimientos del universo. Un sueño.
– ¿No te has sentido mal?
– Ya no. Entiendo lo que pasó, y también que él, aquella noche en Chichén Itzá, echara a correr para meterse en la nave. Además me han prometido que volverán.
– Entonces hemos de salvar el mundo para que esté bien cuando lo hagan.
– No bromees -tembló Joa.
– No bromeo. Si alguien puede hacerlo sois Amina y tú.
– Es una buena chica.
– Peligrosa -quiso dejarlo claro-. Y también imprevisible, malcriada, irascible, un poco loca… pero sí, es una buena chica. Y benditos sean sus poderes.
– Espero que siga utilizándolos bien.
– ¿Por qué habría de cambiar?
Joa no respondió. No quiso hablarle de instintos ni presagios. Necesitaban unas horas de paz antes de arreglar el tema del pasaporte de Amina y salir de Egipto rumbo a la India. Y esas horas de paz empezaban por dormir toda una noche abrazados, sintiéndose el uno con el otro.
Indira, los cristales, Stonehenge… Todo eso era el futuro.
En el presente sólo estaban ellos.
– Abrázame -le pidió Joa. Y David lo hizo.
Jordi Sierra i Fabra