Выбрать главу

»Todo comenzó en enero de ese año, cuando Rommel inició su ofensiva. En junio, Tobruk ya había caído y los británicos estaban en retirada. Empezaron a quemar documentación en las oficinas principales del Octavo Regimiento de El Cairo, preparándose para marcharse. Todos tenían miedo. Rommel se acercaba. El ejército británico se replegó en El Alamein.

»Yo trabajaba en El Cairo, -continuó Kaji pasándose una mano por la cabeza-. Incluso en medio de una guerra había quienes querían contemplar monumentos antiguos. Las pirámides han visto muchas guerras. Para mucha gente la guerra fue una buena oportunidad de viajar y ganar dinero. Yo hacía rutas aquí. Y, a veces, cuando alguien pagaba lo suficiente para sobornar a los guardas, los llevaba dentro. Muchos querían ver la gran galería -dijo, refiriéndose al gran pasillo que se alzaba a varios metros sobre sus cabezas, con un techo de ocho metros y medio de altura y que conducía al centro de la pirámide y a la cámara principal. Kaji abrió las manos y prosiguió-. A mí no me importaba quién gobernara en El Cairo. Las pirámides han visto muchos gobernantes y verán muchos más en el futuro. Y las pirámides y los otros yacimientos son mi vida.

»Los alemanes se encontraban ya sólo a unos doscientos cuarenta kilómetros y parecía que nadie podía detenerlos. A principios de julio el general Auchinleck fue destituido y Churchill nombró como sustituto a un general llamado Montgomery. Aquí nadie le dio importancia. Se daba por hecho que los británicos se retirarían a Palestina, donde bloquearían el canal con barcos hundidos y que los alemanes llegarían a El Cairo.

»Fue entonces cuando vino a mí un grupo que quería entrar en la pirámide. Hablaban de un modo extraño, pero pagaban bien y, al fin y al cabo, eso era lo que contaba. Soborné a los guardas y entramos de noche por la entrada del califa, algo que me pareció extraño.

»Recorrimos el pasillo que conduce hacia abajo hasta que llegamos al que asciende a la gran galería. Pero no quisieron ir hacia arriba ni tampoco a lo que ahora llamamos la cámara secundaria y que entonces se conocía como la inferior. Llevaban consigo papeles con dibujos. No pude verlos muy bien, pero la escritura se parecía mucho a la de estas paredes -Kaji señaló con el dedo las paredes-. Los símbolos que no pueden leerse. -Volvió la vista hacia el cuaderno de notas que Nabinger tenía sobre las rodillas-. ¿Tal vez usted está empezando a comprender esos símbolos?

– ¿Quiénes eran esas personas? -preguntó Nabinger cerrando el cuaderno.

– Alemanes -repuso Kaji.

– ¿Alemanes? ¿Cómo habían podido llegar a El Cairo? Los británicos todavía controlaban la ciudad.

– Bueno, eso era fácil -replicó Kaji-. Durante la guerra, El Cairo fue uno de los mayores centros de espionaje, y allí iba y venía todo tipo de gente con total libertad. -La voz de Kaji se iba exaltando a medida que recordaba-. Durante la Segunda Guerra Mundial, El Cairo era el mejor lugar donde estar. Todas las putas trabajaban para un bando o para el otro, y la mayoría, para ambos. Cada bar tenía sus espías, y la mayoría trabajaba también para ambos bandos. Había británicos que espiaban a alemanes que espiaban a americanos que espiaban a italianos y así sucesivamente. -Kaji se rió-. Se hicieron grandes fortunas en el mercado negro. No era un problema para los alemanes enviar a esos hombres a El Cairo. Especialmente aquel julio, cuando todo el mundo estaba más ocupado en preparar la huida o en cómo congraciarse con los invasores que en grupos extraños de hombres moviéndose en la oscuridad.

– ¿Dónde habían conseguido los dibujos los alemanes? -preguntó Nabinger.

– No lo sé. Sólo me utilizaron para entrar. A partir de entonces ellos tomaron el mando.

– ¿Sabían leer lo que tenían? -Nabinger preguntó lo que más le afectaba.

– No lo sé -volvió a decir Kaji-, pero uno de ellos algo entendía, eso seguro. Eran doce. Descendimos por la pendiente, allí donde el túnel hace un giro y se dirige a la gran galería y nos detuvimos. Se pusieron a buscar algo y luego a cavar. Yo me asusté y me sentí molesto. Los guardias me culparían pues me conocían y sabían que yo llevaba a ese grupo. Estaban destruyendo mi sustento.

»El alemán que estaba a cargo -Kaji se detuvo con la mirada perdida- era una mala persona. Se percibía a su alrededor y, especialmente, en su mirada. Cuando me quejé, me miró y supe que me mataría si abría de nuevo la boca. Así que callé.

»Cavaron rápido. Sabían exactamente lo que estaban haciendo porque al cabo de una hora habían terminado. ¡Había otro pasillo! A pesar del miedo, yo estaba excitado. Ni en mi vida ni en las anteriores a mí había ocurrido algo semejante. El pasillo se dirigía hacia abajo, hacia el suelo que se encuentra debajo de la pirámide. Nadie había pensado en ello antes. Nadie había pensado jamás en la posibilidad de un pasillo en el suelo. Siempre habían buscado caminos hacia arriba.

«Entraron y yo los seguí. No entendía lo que decían, pero era fácil darse cuenta de que también estaban emocionados. Fuimos bajando por el túnel -Kaji señaló detrás de él-, tal como lo hemos hecho usted y yo hoy. Tres paredes obstruían el pasillo. Vi las escrituras de las paredes y supe que estábamos en un lugar que no había sido visto por ninguna persona en más de cuatro mil años. Los alemanes derribaron rápidamente los muros y dejaron los escombros tras de sí.

»El túnel terminaba en una roca, pero los alemanes no se detuvieron, e hicieron lo mismo que con las otras tres paredes. Utilizaron los picos y entraron. Y entonces llegamos aquí. El sarcófago estaba ahí, tal como se ve en las fotografías de la expedición de Martin, con la tapa y los sellos intactos. En el aire se notaba la presencia de…

Kaji se detuvo y Nabinger pestañeó. La voz de aquel hombre mayor lo había impresionado, y el efecto resultaba mayor al encontrarse en la misma cámara de la que estaba hablando.

Kaji dirigió la mirada al suelo, donde antes había estado el sarcófago.

– Los alemanes no eran arqueólogos. Seguro. Lo demuestra el modo en que rompieron las paredes. Y también el modo en que rompieron los sellos y levantaron la tapa. En mil novecientos cincuenta y uno, Martin necesitó seis meses antes de que sus hombres abrieran la tapa y detalló con sumo cuidado cada paso de la operación. Los alemanes lo hicieron en menos de cinco minutos. Sólo estaban interesados en el sarcófago. No eran las escrituras de las paredes, ni los sellos. Nada. Sólo la caja de piedra.

– ¿Estaba vacía?

– No.

Nabinger esperó pero no pudo resistirse por más tiempo.

– ¿Encontraron el cuerpo del faraón?

– No. -Kaji suspiró y toda aquella energía pareció escurrirse de su cuerpo-. No sé qué encontraron. Dentro de la piedra había una caja, una caja de metal negro. Un metal que no había visto antes y que no he vuelto a ver. -Hizo ademanes con las manos, describiendo un rectángulo de un metro de longitud por medio metro de ancho y fondo-. Así de grande.

– Es un buen cuento, Kaji -dijo Nabinger negando con la cabeza-. Pienso que se ha quedado con mi dinero a cambio de una historia que es una mentira.

– No es mentira. -La voz de Kaji era tranquila.

– He visto las fotografías que tomó Martin. Todas las paredes estaban intactas. También los sellos del sarcófago, y eran los originales. ¿Cómo se explica si esos alemanes hicieron lo que dice? ¿Cómo se levantaron de nuevo las paredes? ¿Y cómo se volvieron a colocar los sellos? ¿Tal vez por arte de magia? ¿El fantasma del faraón? -concluyó Nabinger, enfadado.