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– No estoy seguro -admitió Kaji-. Pero sé que los norteamericanos y los británicos precintaron la gran pirámide durante ocho meses en mil novecientos cuarenta y cinco, cuando la guerra estaba terminándose. Nadie podía entrar. Es posible que lo pusieran todo de nuevo en su sitio. Parece difícil pero es posible. Cuando bajé con Martin todas las paredes estaban en pie, como usted dice. Quedé maravillado, pero sabía que antes las había visto totalmente rotas.

– ¿Por qué no se lo dijo a Martin? -quiso saber Nabinger.

– Por aquel entonces yo sólo era un peón. No me habría creído, como tampoco usted me cree.

– ¿Porqué me cuenta todo esto?

– Porque a usted le interesa esa escritura especial que nadie comprende -repuso Kaji apuntando con el dedo al cuaderno de notas de Nabinger-. Los alemanes tenían papeles con esa escritura. Así es como encontraron la cámara.

– Eso no tiene sentido -exclamó Nabinger-. Si los alemanes hubieran entrado aquí y hubieran saqueado la cámara, ¿por qué los americanos y los británicos los encubrirían? ¡Ah! -continuó Nabinger al ver que Kaji no respondía. Levantó sus manos en señal de enfado-. En primer lugar, aquí no entraron los alemanes. ¿Cuántas veces has vendido esta historia, Kaji? ¿A cuántos has robado antes? Te lo advierto, no voy a permitir que te libres de ésta.

– No he mentido. Estuve aquí. -Hurgó entre los pliegues de su vestimenta y sacó una daga.

Nabinger se asustó. Por un segundo pensó que tal vez se había excedido con aquel anciano. Sin embargo, Kaji tenía la daga cogida por la hoja y le ofrecía el mango. Nabinger lo cogió con cuidado.

– Robé esta daga a uno de los alemanes que vinieron. Todos las llevaban.

Nabinger se estremeció al ver el mango. En el extremo había una miniatura, una calavera muy realista hecha de marfil, y en el mango, de hueso, había cruces esvásticas grabadas junto con el relámpago que dibujaban las infames SS. Se preguntó de qué animal procedería el hueso, pero decidió que era mejor no saberlo. Nabinger miró detenidamente el acero brillante, profusamente decorado. -Había algo escrito. En un lado se leía una palabra: «THULE», y en el otro, un nombre: «VON SEECKT».

Nabinger había oído hablar de Thule. Era un lugar de leyenda que Ptolomeo y otros geógrafos de la antigüedad habían descrito como un sitio inhabitable en el norte, al norte de Gran Bretaña. No sabía qué tenía ello que ver con los nazis o las pirámides.

– ¿Quién era Von Seeckt? -preguntó Nabinger.

– Era el raro del grupo -repuso Kaji-. Diez de los doce eran asesinos. Lo sé porque lo decían sus ojos. Los otros dos eran distintos. Uno era el hombre que interpretaba los símbolos e indicaba el camino. Dos de los asesinos lo custodiaban constantemente. Como si no estuviera allí por voluntad propia.

– El segundo hombre, Von Seeckt, a quien le robé, era también distinto. Se puso muy nervioso cuando encontraron la caja negra. Fue entonces cuando pude cogerle la daga. Le dieron la caja a él y se la puso en la mochila. La llevaba consigo cuando se fueron. Parecía que pesaba mucho pero era un hombre fuerte.

– ¿Eso es todo lo que querían? -preguntó Nabinger-. ¿Sólo esa caja negra?

– Sí. En cuanto la tuvieron nos marchamos. Tenían una camioneta esperándolos y se marcharon hacia el norte. Yo me fui corriendo y me escondí. Sabía que los guardias me buscarían al encontrar las paredes rotas y la cámara vacía. Pero nunca me buscaron. Nunca oí un comentario. También fue algo extraño.

– ¿Cómo puedo saber que no la conseguiste en el mercado negro? -preguntó Nabinger levantando la daga-. Esto no demuestra que tu historia sea cierta.

Kaji se encogió de hombros.

– Yo sé que es verdad. No me importa si usted cree o no que es cierta. Estoy en paz con Alá. Le he dicho la verdad. -Señaló el equipo de resonancia magnética-. Recordé esta historia porque, cuando los alemanes abrieron el sarcófago y sacaron la caja, el hombre a quien le robé la daga tenía una de esas… -Kaji se interrumpió buscando la palabra- maquinitas, que hacía ruido cuando apuntaba con ella a la gran caja negra. Chirriaba como una langosta.

– ¿Un contador Geiger? -preguntó Nabinger.

– Sí. Así es como la llamaban.

– ¿La caja negra era radiactiva? -dijo Nabinger más para sí mismo que para Kaji. Miró al egipcio y éste le devolvió la mirada sin perder la compostura. Aunque no había un motivo lógico para creer a aquel anciano, algo hacía que Nabinger le creyese. ¿Qué había estado sellado en el sarcófago? ¿Qué tenían los antiguos egipcios que fuera radiactivo? Era indudable que el aparato de resonancia magnética había detectado algún tipo de radiación residual.

Nabinger ordenó la historia en su mente. Sólo había una pista. El nombre escrito en la daga, Von Seeckt. ¿Quién era? O, posiblemente mejor, ¿quién había sido?

– ¿Qué hace? -preguntó Kaji al ver que Nabinger se ponía la daga en el cinturón.

– Me la quedo -contestó Nabinger-. Le he pagado por la historia y ésta es la única prueba.

– Eso no lo habíamos acordado -protestó Kaji.

– ¿Quiere que les cuente a sus hombres algo sobre sus negocios? ¿Sobre el dinero que acabo de darle? -preguntó Nabinger-. Ellos querrán su parte.

Los ojos de Kaji empequeñecieron. Luego se levantó y se encogió de hombros.

– Puede quedársela. Está maldita. Debí desprenderme de ella hace tiempo.

Capítulo 4

NASHVILLE, TENNESSEE. 234 horas, 45 minutos.

«Habla Johnny. Estoy fuera de la ciudad por unos días. Vuelvo el diez. Deja un mensaje al oír la señal. Adiós.»

Kelly colgó lentamente el teléfono sin molestarse en dejar un mensaje. Eran más de las nueve de la mañana del día diez.

– Johnny, en buena te has metido -murmuró para sí.

Estaba completamente segura de que Johnny Simmons estaba en apuros. Tenía un extraño sentido del humor, pero sería incapaz de enviarle la cinta y la carta como una broma. Sabía que era muy serio cuando emprendía una tarea. En cuanto él había comenzado a contarle lo ocurrido en El Salvador, ella comprendió perfectamente su seriedad. En su carta había escrito tres veces las nueve de la mañana. Seguro que no lo había olvidado ni lo había dicho sin más. Por lo menos, habría cambiado el mensaje a distancia, como se había comprometido.

Se volvió a su ordenador y entró en su servicio en línea. Para encontrar a Johnny tenía que seguirlo, y la información era el mejor modo de comenzar.

Tenía que seguir dos líneas de investigación. Sabía que, antes de partir, Johnny las habría consultado. Lo primero era obtener información sobre el Área 51 y la base aérea de Nellis. Lo segundo, más específico, consistía en observar el fenómeno de los ovnis en relación con el Área 51.

Kelly estaba muy bien documentada sobre ovnis; además de la amistad que los unía, ése era el motivo por el que Johnny le había enviado el paquete. Su problema, hacía ocho años, con la Fuerzas Aéreas en la base de Nellis tenía que ver con el tema y había destruido por completo una prometedora carrera en el periodismo documental. Lo que entonces a Kelly le había parecido una excelente oportunidad se convirtió en un desastre.

Kelly tomó el paquete que Johnny le había enviado, volvió a leerlo de nuevo y fue anotando las palabras clave en un bloc. Cuando terminó leyó sus anotaciones: «Matasellos de Las Vegas; el Capitán; transmisiones el 23 de octubre, base aérea de Nellis, Bandera Roja, F15; "Buzón"; Dreamland; Groom Lake».

Kelly accedió a su base de datos en línea y accionó un buscador de palabras clave. Comenzó con la fecha en cuestión, la combinó con «Base aérea de Nellis» y no hubo resultado. Añadió las fechas, veintitrés y veinticuatro de octubre, y buscó alguna noticia referida a aviones F15. Esta vez tuvo un resultado: un artículo del Tucson Citizen, fechado el día veinticuatro de octubre: