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Nabinger abrió los ojos y volvió al resumen del libro. Al parecer, el libro y la información sobre él habían sido destruidos porque Hitler quería que el pueblo pensara que las ideas eran suyas, que no se había aprovechado de otras fuentes.

Nabinger decidió profundizar un poco más en la línea de investigación actual. Al buscar «Atlántida», obtuvo una larga lista de entradas, más de tres mil. Evidentemente, los alemanes no eran los únicos interesados. Nabinger fue mirando los títulos hasta que encontró uno que parecía dar una visión general de la historia del continente legendario.

A menudo la Atlántida se consideraba un mito mencionado originariamente sólo por Platón. Muchos historiadores creían que el filósofo había creado el mito de la Atlántida para subrayar una idea y que sólo había sido un recurso literario. Entre quienes pensaban que representaba un lugar real, los dedos apuntaban en direcciones opuestas. Había quien creía que era la isla de Thera en el Mediterráneo, destruida por una erupción volcánica. El cráter del volcán Santorini había sido examinado en búsqueda de indicios por oceanógrafos reputados. Otros la situaban en el centro del océano Atlántico. Se mencionaban también las islas Azores: en la isla de Sao Miguel, el lago de las Siete Ciudades es un gran volumen de agua dentro de un cráter volcánico. A la capital de la Atlántida se la situaba sumergida en aquel lago o, por lo menos, así lo afirmaban quienes apoyaban aquella teoría.

Nabinger avanzó hacia el final del artículo para no tener que leer el cuerpo central del artículo y poder averiguar cuáles eran las últimas teorías. Unos años antes, el descubrimiento de grandes piedras ensambladas en el litoral de las islas Bimini, en las Bahamas, había provocado cierta excitación, pero el misterio de su creación y emplazamiento nunca pudo aclararse de forma adecuada. Esto hizo recordar a Nabinger una cosa. En el transcurso de una conferencia de arqueología a la que había asistido el año anterior, una conferenciante de Bimini había hablado del lugar. Creyó recordar que allí también había runa superior que tampoco se había descifrado.

Nabinger puso sobre la mesa, junto al ordenador, su maletín y hurgó en él. Cuando cruzaba el océano por motivos de trabajo, siempre llevaba consigo una carpeta con información imprescindible. En la última parte había varias páginas con protectores de documentos, cada uno diseñado para contener doce tarjetas. Allí encontró la que Helen Slater, la conferenciante de Bimini, le había dado. La sacó de la carpeta y se la puso en el bolsillo de la camisa.

Nabinger pulsó la tecla F3 para imprimir el artículo y pasó a otro que hablaba sobre un congresista norteamericano del siglo XIX, Ignatius Donelly, que había publicado un libro titulado Atlantis: The Antediluvian World,,(«La Atlántida: el mundo antidiluviano»), que tuvo un gran éxito en aquel tiempo. La hipótesis de Donelly se basaba en las similitudes entre las civilizaciones precolombinas de América y Egipto. A Nabinger le pareció estar leyendo el comienzo de su propio artículo no publicado sobre la runa superior. Las dos culturas habían tenido pirámides, embalsamamientos, un calendario de 365 días y una leyenda sobre una antigua inundación. Las teorías de Donelly fueron rebatidas por los científicos de su época, algo que no sorprendió a Nabinger. La misma conexión había sido establecida por gente del siglo XX y había obtenido también una fría recepción, una razón poderosa de que el artículo de Nabinger no se hubiera publicado todavía.

Al terminar de leer aquel artículo, decidió regresar a lo que le había llevado hasta ahí: la referencia cruzada entre «nazismo» y «La Atlántida». Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis enviaron expediciones a los desiertos helados de los dos extremos del planeta en búsqueda de La Atlántida, Thule y reliquias como la del santo Grial. Y también estuvieron en Centroamérica, donde había pirámides, ciertamente no tan grandes ni del mismo diseño que las de Egipto, pero también con runa superior.

Nabinger se tocó la barba. ¿Qué habrían encontrado los nazis que los condujera de nuevo a la gran pirámide y a la cámara que se había mantenido inaccesible durante más de cuatro mil años? ¿Habrían descifrado el código de la runa y encontrado una información importante? ¿Había algo escrito sobre pirámides en los demás yacimientos? Si la historia de Kaji fuera cierta, por lo menos habrían encontrado una información que los habría conducido hasta la cámara inferior.

Nabinger despejó la pantalla y volvió a la búsqueda por palabras. Lentamente escribió el nombre que Kaji le había dado: «Von Seeckt».

Un acierto. Nabinger abrió el archivo. Era un artículo sobre el cincuenta aniversario del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. En él se detallaba el desarrollo de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial. Nabinger avanzó por las pantallas. El nombre de Von Seeckt se encontraba en una lista de físicos que habían colaborado en el desarrollo y la comprobación de la bomba.

Pero, según Kaji, Von Seeckt había estado con los alemanes. ¿Cómo pudo llegar a América durante la guerra? ¿Por qué los alemanes habían llevado a un físico nuclear al interior de la gran pirámide? Y, sobre todo, ¿qué había descubierto y sacado Von Seeckt de la cámara inferior en 1942?

Los dedos de Nabinger se detuvieron sobre el teclado al recordar algo que había escrito ese mismo día, mientras se hallaba en la gran pirámide. Tomó su mochila y sacó su cuaderno de notas. Había estado trabajando en el panel de la cámara inferior que se encontraba sobre el lugar donde había estado originariamente el sarcófago. Había escrito en lápiz el texto de la runa parcialmente descifrada: «Poder, sol; prohibido; lugar origen,(???), nave,(???), nunca más,(???); muerte a todos los seres vivientes».

Las maldiciones contra intrusos en los monumentos del antiguo Egipto eran bien conocidas. ¿Acaso aquella maldición estaba relacionada con lo que Von Seeckt había sacado de la pirámide? ¿Por qué razón los aliados habían ocultado toda la información sobre la infiltración de la pirámide y el descubrimiento de una cámara inferior? Sin duda se trataba de algo mucho más importante que un simple hallazgo arqueológico.

Había un modo de saberlo todo. Al final del artículo se decía que Von Seeckt todavía estaba vivo y que residía en Las Vegas. Nabinger apagó el ordenador y se puso en pie. Al diablo el presupuesto del museo, ahí había un misterio y él era el único que estaba sobre la pista. Abandonó la biblioteca de la universidad y entró en la primera agencia de viajes que encontró para encargar un vuelo de regreso a Estados Unidos aquella tarde con una parada en ruta en Bimini para visitar a Slater.

En cuanto supo la hora de llegada, llamó al servicio telefónico de información de Nebraska. Efectivamente existía un tal Werner von Seeckt y Nabinger anotó el teléfono. Tras marcar el número tuvo que dejar un mensaje en el buzón de voz. En cuanto sonó el pitido, Nabinger dejó el mensaje siguiente: «Profesor Von Seeckt, me llamo Peter Nabinger. Trabajo en el departamento de egiptología del museo de Brooklyn. Me gustaría hablar con usted sobre la gran pirámide, en la que creo ambos tenemos interés. Acabo de descifrar algunas palabras de la cámara inferior en la que me parece que usted estuvo hace tiempo. Son las siguientes: "poder sol; prohibido; lugar origen, nave, nunca más; muerte a todas los seres vivientes". Es posible que usted pueda ayudarme con la traducción. Le ruego me deje un mensaje en mi buzón de voz para saber cómo contactar con usted». A continuación Nabinger indicó su número de teléfono.

Capítulo 5