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El mayor Quinn señaló la pantalla.

– Tenemos un duende detrás del número tres. No hemos podido captarlo porque es muy pequeño, pero algo que está siguiendo al agitador número tres. He comprobado las grabaciones y seguramente ha estado aquí desde que el número tres abandonó el hangar. Tiene que haber estado cerca cuando el número tres despegó.

– ¿Qué es? -preguntó Gullick.

– No lo sé, señor. Sólo podemos captarlo con el satélite de rastreo y el sistema de infrarrojos.

El Cubo estaba conectado con el centro de aviso de misiles de la comandancia espacial estadounidense, que se encontraba dentro de la montaña Cheyenne, fuera de los saltos del Colorado. La comandancia espacial se encargaba del sistema de satélites del programa de soporte a la defensa. Esos satélites rastreaban toda la superficie de la tierra, desde una altura de aproximadamente treinta mil kilómetros, en órbitas geosincrónicas. Originariamente, el sistema había sido diseñado para lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales durante la guerra fría. En la guerra del Golfo había captado todos los lanzamientos de los SCUD y había resultado ser tan efectivo que el ejército perfeccionó el sistema a fin de que fuera suficientemente efectivo para avisar en tiempo real a los comandantes locales del nivel táctico, un sistema valioso que los del Cubo podían emplear. A través de los miembros de Majic12, Gullick tenía acceso a sistemas como aquél y muchos otros.

Cada tres segundos el sistema de satélites enviaba un mapa infrarrojo de la superficie de la tierra y del espacio aéreo circundante. La mayoría de los datos simplemente se guardaban en cintas en el centro de aviso, excepto que el ordenador detectase un lanzamiento de misil o, como en este caso, una agencia autorizada solicitase una línea directa y codificara un área de destino específica para poder obtenerla en tiempo real.

– ¿Es un Far Walker? -preguntó Gullick empleando el nombre en clave de fuentes de infrarrojos válidas no identificadas, que de vez en cuando el sistema detectaba y que no tenían una explicación lógica.

– Sin duda es un duende, señor. No concuerda con nada de los archivos. Es demasiado pequeño incluso para ser un avión.

¿Qué era aquella pequeña nave dotada de suficiente velocidad para seguir al agitador número tres, que se desplazaba a más de cinco mil kilómetros por hora en dirección hacia Nebraska?

– Póngalo en pantalla -ordenó Gullick, haciendo girar su butaca hacia la pantalla principal. Se pasó la mano por el lado derecho de la cabeza, luego se la contempló. Temblaba levemente. Gullick se asió a su asiento para calmarla.

Quinn transfirió la información a la gran pantalla de la parte frontal de la sala. Había un pequeño punto brillante, justo detrás del punto de mayor tamaño que indicaba el agitador número tres.

– ¿A qué distancia se encuentra del agitador número tres?

– Es difícil de decir, señor. Probablemente esté a unos dieciséis kilómetros.

– ¿Han informado a número tres?

– Sí, señor.

Gullick habló por el micrófono inalámbrico que llevaba ante los labios y pulsó el botón de comunicación que llevaba incorporado a su cinturón.

– Agitador número tres, aquí Cubo Seis. ¿Algún contacto visual del duende? Cambio.

– Aquí Tres. Negativo. No vemos nada. Sea lo que fuere, está demasiado lejos. Cambio.

– Aquí Seis. Hagan alguna maniobra evasiva. Cambio.

– Procedo -respondió el piloto de Tres-. Un momento. Cambio.

En la pantalla, el punto que representaba el agitador número tres se lanzó de repente hacia la derecha, al norte de Salt Lake City. El punto más pequeño lo siguió a igual velocidad. Las series rápidas de zigzags no consiguieron despistar al duende.

– ¿Ordeno cancelar la operación, señor? -preguntó Quinn.

– No -repuso Gullick-. Continuaremos. Ponga al Aurora en alerta. Quiero estar encima de este duende. -Tecleó en la radio-. Tres, aquí Seis. Olvídelo. Continúen la misión. A partir de ahora me encargaré de la situación. Corto.

– ¿Informo a Nightscape Seis, señor? -La preocupación de Quinn era evidente.

– Negativo, mayor. -replicó Gullick irritado-. Que esa gente haga su trabajo y deje que yo me ocupe de este duende. Y permítame pensar e informar. ¿Lo ha comprendido? -Gullick escrutó al joven oficial.

– Sí, señor.

CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA. 118 horas, 15 minutos.

– Captamos muchas señales térmicas a la izquierda -anunció el piloto del AH6 mientras se dirigía de inmediato en esa dirección.

– ¡Cázalas, cowboy!-exclamó Prague por el intercomunicador mientras se colocaba los prismáticos. Buscó en el asiento trasero, cerca de las rodillas de Turcotte, y sacó un rifle. En cuanto tuvo el brazo bien asido, Prague sacó su cuerpo fuera del helicóptero de forma que el arnés de seguridad que llevaba le impedía caer. Turcotte se inclinó hacia fuera y miró la misma escena que Prague estaba siguiendo: ganado desperdigándose por todas las direcciones a causa del ruido de los helicópteros.

Prague se puso el rifle al hombro y miró a través del visor nocturo que llevaba montado en el arma. Disparó dos veces y dos de las vacas cayeron inmediatamente

– Sustancia nerviosa -dijo mirando a Turcotte sobre su hombro-. Las mata y no deja huellas. Luego recuperamos el dardo.

El AH6 se elevó y adoptó una posición estática a cien metros de los dos animales. El Blackhawk UH60 quedó prácticamente suspendido sobre los dos cuerpos, y Turcotte vio cómo caían unas sogas del Blackhawk y cuatro hombres con mochilas descendieron rápidamente.

Los cuatro hombres se arremolinaron alrededor de los cuerpos. De vez en cuando se producía un brillo de luz mientras manipulaban las vacas.

– ¿Tiempo de despiece? -preguntó Prague.

– Seis minutos, treinta segundos hasta que el agitador número tres esté en el sitio.

– De acuerdo -dijo Prague-. Vamos bien.

– ¿Qué están haciendo? -preguntó Turcotte por fin.

Prague se volvió hacia atrás, con una mirada de demonio metálico y una amplia sonrisa que asomaba bajo el bulto protuberante de los prismáticos de visión nocturna.

– Allí abajo están cortando unos filetes de primera. ¿Te gustaría el corazón? ¿O los ojos? ¿Qué tal unos ovarios de vaca? Regresamos con todo tipo de buena comida. Disponen de unos rayos láser quirúrgicos ultramodernos que permiten hacer cortes limpios. También tienen equipos de succión que eliminan la sangre. Lo único que queda es un par de vacas muertas con partes específicas del cuerpo seccionadas quirúrgicamente y sin rastro de vehículos en la zona. Y sin sangre, algo inquietante. Nadie puede explicarlo, así que nadie lo investiga suficientemente, pero para nuestro propósito resulta efectivo.

«¿Qué propósito?», se preguntó Turcotte. Había oído hablar de mutilaciones del ganado. Era bastante habitual en la prensa. ¿Por qué efectuar una operación tan complicada sólo para eso? ¿Era por eso que Duncan lo había enviado allí? ¿Para averiguar que la gente del Área 51 estaba detrás de las mutilaciones de ganado?

El Blackhawk se había apartado mientras los hombres trabajaban. Ahora regresó y dejó caer dos arneses en cabestrante, uno a cada lado. Los dos primeros hombres subieron, con su carga ensangrentada, en treinta segundos. Luego los otros dos.

– Inicien fase dos -ordenó Prague y prosiguieron la marcha hacia el suroeste.

– ¿Has oído eso? -preguntó Billy Peters.

– Mmmm… -respondió Susie, con la mente en otras cuestiones. Con el brazo de Billy alrededor de sus hombros y su cabeza reposada sobre su amplio pecho, podía oír el latido del corazón de él, eso seguro.

– Parecen helicópteros o algo así -murmuró Billy. Con la mano del brazo que tenía libre, frotó el vaho del limpiaparabrisas delantero de su furgoneta Ford 77 e intentó mirar fuera. Llevaban ahí parados mucho rato, desde justo antes de que oscureciera, pero había mucho por decir. Susie iba a irse de su casa y Billy se encontraba en una disyuntiva: no estaba muy seguro de invitarla a vivir en su caravana en Columbus, o dejar que siguiera con el plan original de ella de marcharse a casa de su hermana en Omaha.