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Había elegido ese solitario lugar porque estaba seguro de que allí nadie los molestaría; sin embargo, ahora casi se alegraba de la interrupción porque sabía que esa noche no tomaría una decisión, no con ella abrazada a él tal como estaba. ¿Cómo alguien podía pensar tranquilamente en esa situación?

– Alguien viene hacia aquí -dijo Billy mirando fuera de la ventana en el suelo nocturno.

EL CUBO, ÁREA 51. 118 horas, 4 minutos.

Gullick examinaba el gran mapa. El duende todavía iba detrás del número tres. Los dos puntos estaban ahora cerca de la conjunción de las fronteras de Wyoming, Colorado y Nebraska.

– ¿Situación del Aurora? -preguntó Gullick.

– En la pista, listo para despegar.

– Déle la salida.

– Sí, señor.

– ¿Tiempo de la fase dos?

– Ochenta y seis segundos -respondió Quinn.

Gullick pulsó un interruptor en la consola que tenía ante sí y miró la información de vídeo obtenida desde la torre de control en la superficie. Un avión de forma extraña empezaba a moverse hacia adelante. Tenía la forma de un pez manta ondulado; las características más llamativas de aquel avión de reconocimiento biplaza eran sus grandes tomas de admisión situadas debajo de la cabina frontal y los grandes tubos de escape localizados en la parte trasera de los motores. Al poder lograr Mach 7, y avanzar a más de ocho mil kilómetros por hora o, a la máxima velocidad, más de dos kilómetros por segundo podía alcanzar un objetivo rápidamente.

El Aurora, sucesor del famoso Blackbird SR71, había hecho su vuelo de prueba en 1986. Como cada avión costaba mil millones de dólares, sólo había cinco y se empleaban únicamente cuando los demás sistemas se agotaban. Para el público que los había pagado, no existían. Era uno de los secretos mejor guardados de las Fuerzas Aéreas, y GuUick tenía uno a su disposición siempre que quisiera, lo cual indicaba la importancia de ese proyecto para las Fuerzas Aéreas.

Cuando el Aurora alcanzó la potencia suficiente, se elevó de repente y aceleró mientras ascendía en un ángulo de setenta grados, luego giró de forma brusca en dirección al noreste y desapareció de la pantalla.

CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA

El AH6 de Turcotte aguardó a unos sesenta metros a que el Blackhawk los pasase y volviera a su posición estática sobre un maizal situado delante, a la izquierda de Turcotte. El otro AH6 se separó y guardó una distancia de seguridad de cuatrocientos metros en la dirección opuesta. El Blackhawk descendió lentamente hasta quedar a veinticinco metros del suelo, la distancia mínima necesaria para que el remolino de los rotores no causara daños permanentes a las cañas de maíz.

Un haz de luz brillante irradió de la zona de transporte del Blackhawk, apuntó a la parte final del campo, atravesó el maíz y quemó la tierra.

– El láser está controlado por ordenador -explicó Prague por el intercomunicador, orgulloso de sus hombres y de sus juguetes-. Crea un círculo perfecto. Eso confunde a los intelectuales que vienen y se rascan la cabeza durante el día. Cabrones… Se imaginan que está relacionado con la muerte de las vacas del campo vecino, y es verdad -dijo sonriendo-, pero no saben de qué modo y nunca podrán averiguarlo.

«¿Y qué?», se preguntó Turcotte. ¿Por qué Prague quería confundir a esa gente?

– Nightscape Seis, aquí agitador número tres. Tiempo previsto de llegada, cuarenta y cinco segundos. Cambio.

– Roger. Corto. -Prague se volvió hacia Turcotte-. El último acto de esta obra te encantará. Mira hacia el sur.

Turcotte comprobó de nuevo la Calicó. Todo era muy raro, pero lo que más le inquietaba era el modo en que Prague le enseñaba las cosas que antes no le había explicado. Turcotte se preguntaba qué sabría Prague de él.

– Dios mío, Susie ¡Mira eso! -exclamó Billy frotando enérgicamente el limpiaparabrisas en cuanto el haz de luz asomó en el campo, a unos cuatrocientos metros a su izquierda.

– ¿Qué es eso? -preguntó Susie dejando de lado por un momento sus problemas vitales.

– No lo sé, pero yo me largo. -Billy activó el contacto y el motor del Ford se puso en marcha.

– He detectado un punto de calor en los árboles que hay al suroeste -anunció el piloto del otro helicóptero-. Es el motor de un vehículo.

– ¡Mierda! -exclamó Prague.

Un haz de luz brillante procedente del sur se asomó en el horizonte; Turcotte jamás había visto algo moverse tan rápidamente. Avanzaba majestuosamente y en silencio, seguido de cerca por otro punto más pequeño y brillante.

– ¿Qué hay detrás del agitador número tres? -preguntó a gritos Prague, perdiendo la compostura por primera vez desde que Turcotte lo conocía. Turcotte estaba sorprendido ante las dos naves que avanzaban. Cada segundo que pasaba, el escenario era más raro.

Turcotte observó cómo el gran disco, que Prague había denominado agitador número tres, hacía un movimiento brusco hacia la derecha y, en una fracción de segundo, cambiaba de dirección a menos de 180 grados de modo que, antes de dirigirse al suroeste, cruzó la pequeña ciudad de Bloomfield.

– ¡Lléveme a ese punto de calor! -ordenó Prague. El piloto del AH6 cumplió la orden apuntando el morro hacia el grupo de árboles. Luego añadió-: Los demás, regresen de nuevo al PAM.

El Blackhawk cambió de dirección y regresó al norte, al área de seguridad del Nido del Diablo, seguido por el otro AH16. Turcotte levantó el seguro de la Calicó mientras se dirigían a la línea de árboles. Fuera lo que fuese que estaba ocurriendo, Turcotte tenía claro que las cosas no marchaban según los planes de Prague.

EL CUBO, ÁREA 51.

– Pase completo, el número Tres regresa a casa, -anunció Quinn.

Todos los ojos estaban fijos en la pantalla. El duende todavía iba detrás del número tres. Prosiguió así durante un minuto y luego, de repente, el segundo punto se separó en dirección hacia el noreste, por donde había venido.

– ¡Que el Aurora persiga al duende! -ordenó Gullick.

CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA.

– Tenemos que atrapar a esa gente -ordenó Prague mientras el helicóptero se acercaba a la camioneta, que avanzaba a gran velocidad.

– Son civiles -protestó Turcotte, sacando el cuerpo por la puerta y observando la camioneta.

– Han visto demasiado. No podemos permitir que cuenten que han visto helicópteros volando por ahí. Dispare a la parte delantera de la furgoneta -ordenó Prague al piloto. Éste volvió el helicóptero sobre un lado de modo que el morro, y también el arma prendida al patín, apuntaron contra el vehículo.

Una ráfaga de balas cruzó por delante de los faros de la camioneta y las luces de los frenos se iluminaron.

– ¡Maldita sea! -exclamó Turcotte- ¿Se ha vuelto loco?

– Situémonos sobre la carretera, frente a ellos -ordenó Prague haciendo caso omiso de Turcotte.

– ¿Quiénes son, Billy? -chillaba Susie-. ¿Por qué nos disparan?

Billy no perdió el tiempo en explicaciones. Dio un golpe brusco al volante para cambiar la dirección en cuanto el helicóptero se posó delante de ellos, cegándolos con la luz de los focos y con el polvo y los escombros que levantaba.

Los neumáticos traseros de la furgoneta se deslizaron por la cuneta de drenaje de la carretera. Cuando Billy intentó poner la primera marcha, se levantó una gran polvareda, pero no consiguió mover el vehículo.

Cuando los patines del helicóptero tocaron tierra, Prague se apeó, esta vez sin el rifle, pero con la Calicó. Turcotte descendió inmediatamente después. Su mente intentaba entender lo que había ocurrido y lo que estaba ocurriendo. -Manos arriba y fuera de la camioneta -ordenó Prague. Las puertas se abrieron y bajó un hombre, luego una mujer, que intentaba esconderse detrás de aquél.