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– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó el hombre.

– Ponles las esposas -ordenó Prague a Turcotte.

– Son civiles. -Y se quedó quieto.

– Ponles las esposas -repitió Prague apuntando con el cañón de su Calicó a Turcotte.

Turcotte miró el arma y a Prague, luego sacó dos esposas de su chaqueta y ató las manos de aquella gente por detrás de la espalda.

– ¡Déjeme ver su identificación! -exigió el hombre-. Ustedes no pueden hacer esto. No estábamos haciendo nada malo. Ustedes no son policías.

– Subid al helicóptero -ordenó Prague dirigiéndose hacia el AH6.

– ¿Adonde nos llevan? -preguntó el hombre un poco antes de llegar al helicóptero, parándose testarudo en el centro de la carretera con la chica protegiéndose a su lado.

Turcotte miró a Prague. Observó la posición de su cuerpo y vio cómo ponía su dedo en el gatillo, un signo inequívoco de que iba a disparar. Turcotte había sido entrenado igual que Prague: la única seguridad era el dedo fuera del gatillo.

Turcotte se colocó rápidamente en medio.

– Limitaos a hacer lo que se os dice. Ya solucionaremos esto cuando lleguemos a la base. Ha habido un accidente -añadió poco convincente-. Soy Mike -dijo dando una palmadita en el hombro del hombre y señalando al helicóptero, un repentino gesto humano que confundió por un momento a la pareja.

El hombre miró a Turcotte.

– Billy. Ésta es Susie.

– Bueno, Billy y Susie -dijo Turcotte, empujándolos con suavidad hacia el helicóptero-, parece que este señor quiere llevaros de paseo.

– Cállate, carnaza -gruñó Prague, haciendo un gesto con el arma.

Subieron al helicóptero y el piloto emprendió vuelo.

EL CUBO, ÁREA 51.

En la pantalla aparecía un tercer punto al este de Nevada, que se dirigía casi frontalmente contra el agitador número tres, que estaba regresando a la base. Gullick sabía que se trataba del Aurora, que se dirigía a interceptar el duende.

– El duende va a zafarse de la persecución, señor -notificó Quinn. El duende estaba dando la vuelta y se dirigía al objetivo de Nightscape.

– Redirecciona el Aurora hacia Nebraska -ordenó Gullick. Quinn cumplió la orden-. ¿Tiempo previsto de llegada del Aurora al objetivo?

– Diez minutos -anunció Quinn.

No era un mal tiempo considerando la distancia que debía recorrer, pero en este caso podría llegar nueve minutos demasiado tarde, reflexionó Gullick al ver el símbolo que representaba el duende próximo al punto de destino. Consideró brevemente ordenar el regreso del agitador número tres, pero eso excedía el alcance de su autoridad. Gullick golpeó con el puño la mesa que tenía delante, dejando atónitos a los demás en el Cubo.

CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA.

El AH16 agitó las ramas de los árboles situados en el límite de un campo y regresó hacia el norte. Turcotte había sujetado al hombre y a la mujer en el asiento trasero y se había colocado junto a ellos. Prague estaba vuelto sobre el asiento delantero derecho y apuntaba hacia atrás con el cañón de su Calicó, aunque mantenía el dedo fuera del seguro del gatillo.

Turcotte miró la boca del cañón y luego a Prague.

– Le agradecería que no apuntara esa cosa contra mí -le dijo a través del micrófono.

Turcotte estaba asustado. No tanto porque el arma apuntara hacia él, aunque eso era ciertamente un problema, sino porque el hombre que sostenía el arma estaba actuando de un modo irracional. ¿Qué pensaba Prague hacer con aquellos dos civiles?

– Me importa una mierda lo que tú me agradezcas -respondió Prague por el intercomunicador-. Me has cuestionado durante una misión. Eso está prohibido, carnaza. Voy a joderte vivo.

– Son civiles -volvió a decir Turcotte. La pareja asistía ignorante a la conversación, pues no llevaba cascos.

– Para mí ahora sólo son carne muerta -repuso Prague-. Han visto demasiado. Tendrán que ser trasladados a la instalación de Dulce y allí serán sometidos.

– No sé qué mierda está haciendo, ni de lo que habla -replicó Turcotte-, pero ellos… -Se detuvo en cuanto el helicóptero maniobró bruscamente hacia la derecha y luego empezó a perder altura.

– ¿Qué estás haciendo? -gritó Prague al piloto mientras mantenía su atención en el asiento trasero.

– ¡Tenemos compañía! -respondió, también a gritos, el piloto. Una esfera brillante, de aproximadamente un metro de diámetro, apareció en el centro del parabrisas. El piloto hizo un descenso rápido y apretó hacia adelante el mando a modo de maniobra de evasión, pero la esfera bajó con ellos y fue a estrellarse contra la parte frontal del helicóptero. El plexiglás se rompió y Turcotte agachó la cabeza.

– ¡Prepárense para una colisión! -dijo el piloto por el intercomunicador-. Vamos a…

La frase se interrumpió cuando el morro del helicóptero chocó contra el suelo. Las hojas siguieron girando en la tierra blanda y se soltaron, milagrosamente hacia fuera, sin atravesar el fuselaje.

Turcotte sintió un dolor agudo en su costado derecho, luego todo quedó en silencio. Levantó la cabeza. Susie tenía la boca completamente abierta y emitía algún sonido. Billy tenía los ojos abiertos y parpadeaba, intentando ver en la oscuridad.

Turcotte hurgó por debajo y desabrochó el cinturón del asiento de Billy, luego sacó su machete y les liberó las manos.

– Salid -les dijo, empujándolos hacia la puerta izquierda antes de dirigir su atención al asiento delantero.

El piloto colgaba de su arnés, con el brazo derecho doblado en un ángulo poco natural. Prague empezaba a moverse. Su Calicó había desaparecido con el impacto de la nave.

El olor del combustible del helicóptero se expandía con rapidez. En cuanto topara con una superficie metálica caliente, como el tubo de escape del motor, el helicóptero ardería como en un infierno.

Sujeto por el cinturón del asiento, Prague se movía con torpeza. Turcotte se inclinó hacia adelante, entre los dos asientos delanteros, sin hacer caso del agudo dolor que ese movimiento causaba en su costado derecho. Con la mano derecha, Prague abrió la tapa de la funda de su pistola.

– Que no escapen -dijo a Turcotte. Ya había sacado el arma y apuntaba hacia Billy, el cual estaba ayudando a Susie a salir por la puerta.

Turcotte reaccionó cogiendo a Prague por el cuello con su mano izquierda; sintió cómo la garganta cedía bajo la presión de sus dedos. Con su mano derecha asestó un golpe en la mano con que Prague sostenía el arma y oyó el crujido de los huesos del antebrazo al romperse contra el borde del asiento. Los ojos de Prague se abrieron de dolor e intentó decir algo con su garganta destrozada.

Turcotte siguió a Billy y Susie por la puerta izquierda trasera del helicóptero.

– ¡No os paréis! -les ordenó mientras los empujaba.

En algún punto de la parte trasera del helicóptero se encendió una llama. Turcotte se dirigió hacia el asiento delantero y desató al piloto. De repente la mano de Prague se movió y rasgó el cuerpo de Turcotte con una navaja. El filo le cortó la chaqueta de GoreTex y le causó una herida en el brazo derecho.

Turcotte sujetó con la mano derecha la izquierda de Prague, se inclinó sobre el piloto y cogió a Prague de nuevo por el cuello con la mano izquierda. Esta vez no se detuvo y apretó con todas sus fuerzas. La garganta se rompió por completo y Prague dejó de respirar.

Turcotte se echó el piloto a la espalda y se alejó corriendo del helicóptero en cuanto éste estalló en llamas.