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– Un brazo roto. Creo que sufre una conmoción cerebral. No le he quitado el casco para mantener la presión en caso de que se haya fracturado el cráneo.

El hombre hizo una señal para que el piloto fuera colocado a bordo del Blackhawk. Hizo un gesto hacia Turcotte.

– Tú vienes conmigo. Te quieren ver de vuelta en el Cubo.

EL CUBO.

– Señor, el Aurora ya tiene una fotografía del duende -dijo Quinn-. ¿Qué quiere que hagan cuando lo atrapen?

El Aurora era un simple avión de reconocimiento. Montar cualquier tipo de sistema de armamento, incluso misiles, hubiera destrozado su forma aerodinámica y reducido drásticamente su velocidad.

– Quiero saber de dónde procede -dijo Gullick-. Así, luego podremos enviar otros para que resuelvan el problema.

Las dos señales de la pantalla indicaban el principio oriental del océano Pacífico.

Gullick escuchó la voz del oficial de reconocimiento en su oído.

– Cubo Seis, aquí Aurora. Solicitamos que preparen combustible para nuestro vuelo de regreso. En quince minutos habremos superado el punto de no retorno. Cambio.

– Aquí Cubo Seis. Roger. Enviamos de forma urgente algunos aviones cisterna hacia ustedes. Prosigan la persecución. Corto. -Gullick hizo una señal a Quinn que también estaba controlando la radio.

– Me encargaré de ello, señor -dijo Quinn.

Ya hacía rato que habían dejado atrás la línea de la costa mexicana. Gullick sabía que el océano Pacífico, en la parte alejada de la costa de América central y del Sur, al contrario que la zona del canal, era un lugar muy solitario. Continuaban en dirección sur.

– Estamos cerca -anunció el piloto-. Se encuentra a unos trescientos kilómetros delante de nosotros. Voy a reducir la marcha para ponerme encima de él con cuidado.

Gullick observaba el control telemétrico. Recordó cuando, siendo piloto de pruebas, había estado en soporte en tierra. Podía leer los mismos indicadores que el piloto pero no tenía las manos sobre los controles. Cuando el avión llegó al Mach dos punto cinco, el oficial de reconocimiento amplió la cápsula de vigilancia y activó sus sistema de televisión de bajo nivel de luz. Inmediatamente Gullick obtuvo ante sí la imagen en pantalla emitida vía satélite. Aquélla no era una televisión normal. La cámara ampliaba tanto la luz como la imagen de forma que permitía mostrar una imagen incluso de noche y, a la vez, con un aumento superior a cien veces. El oficial de reconocimiento empezó a rastrear hacia adelante; para localizar exactamente el duende se servía de la información que le facilitaban los satélites.

– Ciento veintiocho kilómetros -anunció el piloto.

– Noventa y siete

– ¡Lo tengo! -exclamó el oficial de reconocimiento.

En la pantalla pequeña de televisión Gullick vio un punto diminuto. Entonces, el punto se desplazó de repente hacia la derecha, se levantó una gran ola de agua y desapareció.

Gullick se reclinó en su asiento y cerró los ojos mientras sentía en su frente un intenso dolor.

– Cubo Seis, aquí Aurora. El duende se ha hundido. Repito. El duende se ha hundido. Transmitiendo coordenadas.

Capítulo 10

EL CUBO, ÁREA 51. 224 horas.

El general Gullick se sirvió una taza de café y ocupó su butaca en la presidencia de la mesa de reuniones. Sacó de su bolsillo un par de pastillas analgésicas y se las tragó ahogándolas con un sorbo de café muy caliente. Poco a poco empezaron a llegar informes.

– El Aurora regresa -informó Quinn-. Tiempo previsto de llegada, veintidós minutos. Tenemos el punto exacto en que el duende se hundió en el océano.

Gullick recorrió con la mirada el estrecho círculo de Majic12 que se encontraba en la sala. Cada hombre conocía su área de responsabilidad y, mientras se emitían las órdenes, cada uno ejecutaba la acción correspondiente

– Almirante Coakley, el duende se encuentra ahora dentro de su área de operaciones. Quiero que cualquier cosa que tenga flotando cerca de ahí se desplace exactamente encima de ese punto ya. Esté listo para una inmersión y para recuperar esa cosa.

– Señor Davis, transmita toda la información recogida por Aurora al mayor Quinn. Quiero saber qué era eso.

– Ya estamos trabajando en la transmisión digital -respondió Davis-. Tendré una copia de la grabación obtenida por la cápsula en cuanto el avión aterrice.

Gullick estaba enojado por todo lo que había pasado, pero le resultaba muy difícil pensar con claridad.

– ¿Cuál es la situación del lugar del accidente?

Quinn llevaba un audífono en el oído derecho que le proporcionaba información directa del hombre al mando en el suelo de Nebraska.

– El fuego está extinguido. El equipo de salvamento está de camino y llegará a la base en veinte minutos. Los presentes en la escena de Nightscape están haciendo tareas de desescombro y seguridad. Todavía no se ha producido una respuesta de los locales. Creo que lo limpiaremos bien.

Gullick asintió con la cabeza. Si conseguían eliminar todos los restos del helicóptero antes de que despuntara el día sin ser descubiertos, la misión de Nightscape habría sido un éxito. El duende era una cuestión totalmente distinta que él deseaba resolver en breve.

– ¿Qué hay de los supervivientes del accidente del helicóptero? ¿Están ya aquí? -preguntó el general Gullick.

– Al piloto lo están operando en el hospital de Las Vegas -repuso Quinn tras obtener la información en su ordenador-. El mayor Prague falleció en el accidente. El tercer hombre, un tal capitán Mike Turcotte, sufrió heridas leves pero está aquí, señor.

– Hágalo pasar.

Unos quinientos metros más arriba, Turcotte, sucio y magullado, llevaba media hora esperando. Su chaqueta de GoreTex estaba parcialmente rota, y él estaba negro de hollín y suciedad. El vendaje de urgencia que se había aplicado en el brazo en Nebraska estaba empapado de sangre, pero la hemorragia parecía haberse detenido. No estaba dispuesto a sacarse el vendaje para comprobarlo hasta que estuviera en un lugar donde tuviera una adecuada asistencia médica.

El helicóptero había aterrizado en la pista exterior, lo había depositado ahí y luego había continuado con el piloto hacia Las Vegas, donde el programa tenía un hospital, situado cerca de las instalaciones sanitarias de la base aérea de Nellis. Dos hombres de seguridad habían recibido a Turcotte y lo habían conducido hasta el interior del hangar.

Las puertas interiores estaban cerradas, pero cerca de la puerta del ascensor había un agitador. Turcotte estudió la nave y la reconoció como hermana de la que había visto volar antes en Nebraska, pensó incluso que podía tratarse de la misma. No hacía falta ser un genio para relacionar las mutilaciones de ganado, la firma falsa de aterrizaje grabada en láser en el maizal y esas naves para advertir que allí se estaba llevando a cabo una operación de camuflaje de grandes proporciones. Sin embargo, Turcotte no comprendía cómo encajaban las piezas. La misión que acababa de ver en Nebraska parecía de muy alto riesgo y no adivinaba un objetivo claro para ella. A no ser que se tratara de atraer la atención fuera de ese lugar, pero eso no acababa de encajar.

Una cosa era cierta. Ahora sí tenía algo de que informar. Encajar las piezas sería tarea de otro. Estaba contento de haber salido de todo aquello de una sola pieza. Miró su mano derecha. Los dedos le temblaban. Aunque no era la primera vez que mataba, matar a Prague le pesaba tremendamente. Volvió la mano y contempló por un momento la cicatriz.

Turcotte tuvo que hacer un gran esfuerzo para dirigir su atención de nuevo a la situación actual. Todavía no lo veía claro. Estaba seguro de que el cuerpo quemado de Prague no suscitaría preguntas. Sabía que las demás tripulaciones de los helicópteros regresarían más tarde, por la mañana o incluso al día siguiente, en cuanto hubieran finalizado de limpiar por completo el lugar del accidente en Nebraska. En cuanto se hicieran los informes, saldría a la luz la detección de los dos civiles por parte de la otra tripulación del AH6. Entonces se harían muchas preguntas que él no podría contestar de forma adecuada. La marcha atrás de su carrera profesional ya se había activado; sin embargo, al contemplar la nave alienígena, Turcotte supo que en aquel asunto había implicadas cuestiones más importantes que la pensión. Sabía también que la reacción de los mandos cuando supieran que había soltado a los dos civiles podría significar algo peor que una carta de reprimenda en sus informes oficinales. Aquella gente jugaba muy fuerte y, al matar a Prague, él había entrado en el terreno de juego. Sólo deseaba poder salir de ahí y que luego Duncan le cubriera las espaldas.