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Las puertas del ascensor se abrieron y el guarda que había dentro hizo un gesto para que entrara. Turcotte así lo hizo. El suelo parecía desplomarse mientras ambos descendían rápidamente. Las puertas se abrieron de nuevo y Turcotte entró en la sala de controles del Cubo. Echó un vistazo, pero los guardas los condujeron por aquella sala a un pasillo que había detrás. Luego entró en una sala de reuniones iluminada con luces muy tenues. Había varias personas sentadas en la sombra, cerca del extremo de la mesa. Turcotte se acercó al general de mayor rango.

No hizo siquiera el gesto de querer saludar; su brazo no se lo permitía.

– Capitán Turcotte a sus órdenes, señor. -Leyó el nombre que llevaba prendido en el pecho «Gullick».

– ¿Qué ha ocurrido? -preguntó Gullick, tras devolver el saludo rápidamente.

Esa voz… Era la misma que le había dado órdenes a Prague por la radio. Entonces Turcotte recordó dónde la había oído antes: el grupo de interrogadores que habían investigado lo ocurrido en Alemania. Esa voz era una de las seis que le habían interrogado a través de un altavoz en la zona de seguridad de Berlín. Turcotte tomó aire y vació su mente de todo menos de la historia que tenía que contar. Más adelante ya habría tiempo para tratar otras cuestiones.

Turcotte procedió a describir los hechos ocurridos la noche anterior obviando, naturalmente, momentos decisivos como la interceptación de la camioneta con dos civiles y el asesinato de Prague. A Gullick le interesaba sobre todo el ataque por parte de aquella esfera pequeña, pero Turcotte no tenía mucho que decir al respecto puesto que cuando chocó contra el helicóptero él no estaba mirando hacia adelante.

Gullick oyó la historia y luego señaló hacia los ascensores.

– Irá al hospital por la mañana. Queda destituido.

«De nada», se dijo Turcotte al abandonar la sala. Gullick había sido el más franco al alabar su actuación en Alemania, una alabanza que había confundido y molestado a Turcotte. Pero, evidentemente, los acontecimientos de la pasada noche no eran del mismo tipo. Turcotte no tenía duda alguna de que si hubiera matado a aquellos dos civiles y hubiera presentado sus cuerpos como trofeos, habría recibido un palmarazo afectuoso en la espalda.

Las puertas del ascensor cerraron la sala de control de la vista de Turcotte mientras iniciaba su regreso a la superficie. Ahora ya podía escapar de todo aquello.

El mayor Gullick esperó a que las puertas del ascensor se hubieran cerrado tras el capitán del ejército. Luego dirigió su atención de nuevo al mayor Quinn.

– Eso no ha servido de nada. Quiero informes completos de todo el personal cuando regresen del PAM. ¿Ha analizado ya los datos del Aurora?

– Sí, señor. Tenemos algunas buenas tomas del duende.

– Ponga una en pantalla -ordenó el general Gullick.

La pantalla del ordenador de Gullick mostró una pequeña bola brillante.

– ¿Escala? -preguntó Gullick

Alrededor de los extremos de la pantalla aparecieron unas reglas.

– Mide aproximadamente un metro, señor -dijo Quinn.

– ¿Sistema de propulsión?

– Desconocido.

– ¿Análisis espectral?

– La composición de su recubrimiento ha resistido todas las pruebas de…

– Por lo tanto, desconocido. -Gullick dio un golpe sobre la mesa, escrutando la fotografía como si pudiera penetrarla-. ¿Qué cono sabemos de eso?

– Mmm… -Quinn se paró y tomó aire-. Bueno, señor, hemos constatado lo siguiente.

– ¿Qué?

Como respuesta Quinn dividió la pantalla; a la izquierda se veía una fotografía del duende tomada por el Aurora y, a la derecha, en blanco y negro, un objeto idéntico.

– Dígame, Quinn -refunfuñó Gullick-. Dígame.

– La fotografía de la derecha se… -Quinn se detuvo de nuevo y se aclaró la garganta con una tos nerviosa-. La foto de la derecha se tomó en un Thunderbolt P47 el día veintitrés de febrero de mil novecientos cuarenta y cinco, sobre el río Rhin en Alemania.

Los hombres de Majic1 2 sentados alrededor de la mesa se movieron nerviosos.

– ¿Un caza Fu? -preguntó Gullick.

– Sí, señor.

– ¿Qué es un caza Fu? -quiso saber Kennedy.

Gullick se quedó en silencio, mientras digería aquella revelación. Con la mirada puesta en la información que había mostrado en su pantalla del ordenador, Quinn prosiguió la explicación para los demás de la sala que desconocían su historia de la aviación.

– El objeto de la derecha recibió el nombre de «caza Fu». Durante la Segunda Guerra Mundial hubo numerosos avistamientos de estos objetos por parte de las tripulaciones. Como al principio se creyeron armas secretas niponas y germanas, toda la información referente a ello se consideró confidencial. Los informes sobre los cazas Fu se remontan a finales de mil novecientos cuarenta y cuatro. Se describen como esferas metálicas o bolas de fuego de un metro aproximado de diámetro. La información se tomó en consideración porque las tripulaciones de los bombarderos que informaron de ello eran habitualmente veteranos y, en ocasiones, las cámaras de los cazas de escolta lograron registrarlos, lo cual dio un soporte táctico a aquellas suposiciones.

Quinn estaba en su elemento. Antes de ser asignado al proyecto había colaborado en el Proyecto Libro Azul, un grupo de estudio de las Fuerzas Aéreas sobre ovnis, informes de naves no identificadas distintas a las que se guardaban en el Área 51. El Libro Azul había sido también una cortina de humo para el proyecto del Área 51 y un proveedor de desinformación para llevar a error a investigadores serios. Los cazas Fu se encontraban consignados en los archivos del Libro Azul y muchos aviadores habían oído hablar de ellos.

– La cantidad de avistamientos y los reportajes sobre cazas Fu en la prensa -prosiguió Quinn- impidieron ocultarlo por más tiempo; se llegaron a mencionar incluso en algunos libros sobre ovnis. Sin embargo, lo que no llegó a trascender fue que con los cazas Fu perdimos doce aparatos. Cada vez que uno de nuestros cazas o bombarderos intentaba acercarse a uno de ellos o dispararle, al fin y al cabo eran enemigos, los cazas Fu se volvían y chocaban contra el atacante, dejando el aparato indefenso ante la colisión. Es lo mismo que le ocurrió a Nightscape Seis. A causa de esos encuentros, la comandancia superior de las Fuerzas Aéreas emitió una orden confidencial para dejar de lado los cazas Fu. Al parecer, la medida funcionó pues dejaron de emitirse informes sobre ataques.

«Después de la guerra, cuando el servicio de espionaje pudo examinar la información de los japoneses y los alemanes, descubrió que también ellos habían chocado contra cazas Fu y experimentado los mismos resultados. Por lo que encontramos, sabemos que no eran de ellos. De hecho, por la información recogida, ellos pensaban que aquellas esferas eran nuestras armas secretas. Merece especial atención un incidente que todavía está clasificado como confidencial en grado Q, nivel cinco. -Quinn dudó, pero Gullick le hizo un gesto para que prosiguiera-. El día seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, cuando el Enola Gay volaba en su primera misión atómica contra Hiroshima, fue acompañado durante todo el camino por tres cazas Fu. La misión estuvo a punto de ser abortada, pero el comandante en tierra en el aeropuerto de despegue de Tinian decidió proseguir. No hubo ninguna acción hostil por parte de los cazas Fu; al cabo de unos días, durante la misión contra Nagasaki, aquella situación se repitió.