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– Son antenas para los sensores, -explicó-. El mes pasado descubrí los sensores. Me preguntaba por qué los camuflados me descubrían tan rápidamente. Aparecían a los veinte minutos de tomar este camino. Luego llamaban al sheriff y había problemas.

– ¿Cómo encontró los detectores? -preguntó Simmons mientras se aseguraba de que la micrograbadora de activación por la voz del bolsillo de su chaqueta se activaba.

– Utilicé un receptor que registra frecuencias de banda. Conduje por la zona y me paré cuando capté que algo estaba transmitiendo, -dijo Franklin-. Exactamente a cuatrocientos noventa y cinco con cuarenta y cinco megaherzios.

– ¿Para qué cuatro antenas?, -preguntó Simmons- ¿No bastaría con dos?

– Están desplegadas en pares a cada lado del camino, -repuso Franklin negando con la cabeza-. De este modo pueden saber en qué dirección vas según el orden en que se activan. -Franklin hablaba rápido, tenía ganas de impresionar a Simmons con sus conocimientos.

Esta simple lógica tranquilizó a Simmons por un momento. Por primera vez se preguntó si no se estaría excediendo en sus posibilidades. Al constatar que el Área 51 no se encontraba en ningún mapa topográfico y que todos los caminos que llevaban a la reserva de Nellis estaban señalizados con postes de acceso prohibido y advertencias en rojo, Simmons había buscado ayuda. Conoció a Franklin en Rachel, una localidad situada en la carretera 375 que circulaba por el noreste de la reserva de Nellis. Los expertos en ovnis habían coincidido en que Franklin era la persona capaz de llevarlo a echar un vistazo al Área 51, el lugar que el piloto de las Fuerzas Aéreas estaba sobrevolando cuando fue abordado por el control Dreamland y por aquel objeto desconocido que el piloto vio.

A Simmons no le sorprendió que Franklin fuera un joven con barba que más parecía estudiar poesía en la universidad que conducir a la gente a visitar instalaciones secretas del gobierno. Trabajaba en una pequeña casa destartalada desde la que publicaba un folleto informativo para aficionados a los ovnis. Se emocionó al ver las credenciales y el historial de publicaciones de Simmons. Por lo menos, alguien con cierta credibilidad y prestigio se ponía en el camino que había trazado, y prometió a Simmons llevarlo tan cerca como le fuera posible del Área 51, el nombre en clave con que se conocía el complejo de Groom Lake.

Simmons se preguntó si tal vez Franklin era el «Capitán» que le había enviado la cinta y la carta pero no lo creía. No parecía haber ninguna necesidad de subterfugios y Franklin parecía verdaderamente sorprendido de verlo. Veinte minutos antes habían pasado ante el Buzón del camino de tierra, donde había dos coches y una furgoneta aparcados. Los avistadores de ovnis saludaron cuando el Bronco pasó. El Buzón, un pequeño y desvencijado buzón metálico situado al lado del camino, era el último lugar seguro para observar el cielo del complejo de Groom Lake/Área 51. A Johnny le pareció que los avistadores no se sorprendían al ver pasar la furgoneta de Franklin. Éste puso de nuevo en marcha el vehículo y avanzó unos treinta metros.

– Los sensores captan vibraciones de los vehículos que pasan, pero no de las personas andando o los animales. Luego, transmiten la información a quienquiera que esté encargado de la seguridad del lugar. Sin las antenas no pueden transmitir. Ahora estamos fuera de cobertura. Vuelvo en un segundo

Bajó del vehículo y volvió a desaparecer durante unos minutos para atornillar de nuevo las antenas en los sensores.

Avanzaron unos tres kilómetros por el camino, luego Franklin salió de la carretera y aparcó al abrigo de una gran sierra que se erigía hacia el oeste como un muro negro, sólido e inclinado: la White Sides Mountain. Simmons descendió del vehículo siguiendo el ejemplo de Franklin.

– Va a hacer frío, -dijo Franklin en voz baja mientras sacaba una pequeña mochila que se hallaba en la parte trasera de la furgoneta.

Simmons se alegró de haber cogido un jersey de más. Se lo puso y luego volvió a colocarse la chaqueta encima. En Rachel había hecho una temperatura agradable, pero tras la puesta de sol la temperatura se había desplomado.

Los dos se giraron al oír un gran estruendo procedente del este. El ruido era cada vez más fuerte. Franklin señaló el cielo con el dedo.

– Allí. ¿Ve esas luces que se mueven? -dijo mientras con la nariz hacía un ruido en señal de mofa-. Algunos de los que acampan por la zona del Buzón confunden las luces en movimiento de los aviones con ovnis. Cuando un avión está en su ruta final de vuelo, las luces parecen estar suspendidas en el aire, sobre todo cuando entra directamente por encima del Buzón.

– ¿Es el 737 que me comentó? -preguntó Simmons.

Franklin se rió nervioso.

– No, no lo es.

El avión giró sobre sus cabezas y a continuación desapareció por encima de la White Sides Mountain para ir a aterrizar al otro lado. Al cabo de unos treinta segundos llegó otro avión igual al primero.

– Son aviones de transporte de las Fuerzas Aéreas, del tipo mediano, seguramente Hércules C130. Se oyen los motores de turbopropulsión. Deben de estar transportando algo. Todo el equipo y las provisiones se llevan al Área 51 en avión.

El ruido de los motores aumentó, se prolongó durante unos minutos y luego volvió a reinar el silencio.

Franklin tendió la mano.

– La cámara.

Simmons dudó. La Minolta con teleobjetivo de largo alcance que colgaba de su cuello era parte de su indumentaria, como su jersey.

– Ése fue el trato, -dijo Franklin-. Si el sheriff aparece, habrá muchos menos problemas. En mi oficina ya vio los negativos y las fotos que he tomado del complejo. Las tomé a la luz del día y con una cámara mejor que ésta. Son mejores que las que podría conseguir de noche incluso con una película especial y con una gran exposición.

Simmons se quitó la cámara, la pérdida del peso alrededor de su cuello le incomodó. No le gustaba la idea de tener que pagar a Franklin unas fotografías que podía tomar él mismo. Además, ¿qué pasaría si descubrían algo? Antes de partir había visto que Franklin ponía una cámara en la mochila. Simmons vio el truco: si ocurría algo, Franklin quería tener fotos en exclusiva y ganarse un sobresueldo vendiendo fotografías propias. Entregó la cámara al joven y éste la cerró en la parte trasera de la camioneta. Franklin sonrió y sus dientes brillaron con la luz de la luna que resplandecía sobre sus cabezas.

– ¿Listo?

– Listo, -dijo Simmons.

– Vamos allá.

Franklin tomó aire varias veces, luego se encaminó hacia un atajo situado en la escarpada falda de la montaña y empezó a avanzar de forma resuelta. Simmons lo seguía. El ruido de sus botas contra el terreno poco firme y pedregoso resultaba sorprendentemente fuerte en la oscuridad a medida que iba ascendiendo.

– ¿Cree que nos habrán descubierto? -preguntó Simmons.

Franklin se encogió de hombros y su gesto se perdió en la oscuridad.

– Bueno, sabemos que los sensores no nos han captado. Si alguno de los vigilantes camuflados en la oscuridad ha visto avanzar mi furgoneta por la carretera, el sheriff estará aquí en media hora. Veremos las luces desde arriba. Los camuflados, que son los encargados de la seguridad del perímetro externo del complejo, vienen en coche por este lado de la montaña. Si ven que llevamos cámaras, es posible que vengan antes. Otra razón por la que no hay que llevarlas. El hecho de que no hayamos visto a nadie significa que es muy probable que no nos hayan descubierto. Si es así, podremos pasar toda la noche aquí arriba sin ser molestados.

– ¿Las Fuerzas Aéreas no se cabrean con usted por inmiscuirse en sus instalaciones? -preguntó Simmons cuando Franklin reemprendió la marcha.

– No lo sé. -Franklin se rió de nuevo. El sonido era irritante para Simmons-. Imagino que sí, si supiesen que soy yo. Pero, como no lo saben, que se jodan. Todavía estamos en territorio civil y así nos mantendremos durante todo el camino, -explicó Franklin deteniéndose un poco al ver que el paso de su invitado era más lento-. Pero si el sheriff aparece, confiscará de todos modos el carrete, así que es mejor no echar más leña al fuego. Además, tenemos una especie de acuerdo entre caballeros. Desde que el pasado año las Fuerzas Aéreas compraron la mayor parte de la sección noreste, éste es el único lugar dentro del territorio civil desde el que puede verse la pista. Muchos se quedan en el Buzón porque no quieren líos, pero no estamos haciendo nada ilegal subiendo esta montaña.