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– Von Seeckt estuvo en el aeropuerto de Tinian cuando el Enola Gay despegó con aquella bomba, ¿no es así? -intervino Kennedy.

– Sí, señor. Von Seeckt estuvo allí -respondió Quinn.

– Y todavía no sabemos nada sobre esos cazas Fu, ¿no es verdad?

– Así es, señor.

– ¿Los rusos? -preguntó Kennedy.

– ¿Cómo dice, señor? -preguntó Quinn, mirándolo sorprendido.

– ¿No podían ser los rusos? Esos hijos de puta nos vencieron con el Sputnik. Tal vez ellos construyeron esas cosas.

– ¡Oh, no, señor! No creo que hubiera ningún signo de que fueran los rusos -respondió Quinn-. Cuando la guerra terminó, durante un tiempo dejaron de producirse informaciones sobre cazas Fu.

– ¿Durante un tiempo? -repitió Kennedy.

– En mil novecientos ochenta y seis un control espacial captó un duende en la atmósfera y se le siguió la pista -informó Quinn-. El objeto no se ajustaba a ningún parámetro de nave conocida.

Quinn pulsó una tecla y en la pantalla apareció una nueva imagen. Parecía el dibujo de garabatos de un niño alocado con un rotulador verde. Había una línea que zigzagueaba por la pantalla y giraba sobre sí misma varias veces.

– Es la ruta de vuelo del duende captada en el ochenta y seis que volaba a unas alturas que oscilaban entre uno y cincuenta y cinco mil metros. -Quinn pulsó otro botón-. Éste es el patrón de vuelo de nuestro duende de anoche superpuesto al del ochenta y seis. -Ambos eran muy similares-. Hay algo más, señor.

– ¿De qué se trata? – preguntó Gullick.

– Poco después hubo otra serie de avistamientos inexplicables. La Marina, y el departamento de inteligencia llevaron a cabo una operación llamada Proyecto Aquarius. Se trataba, humm…, bueno, lo que estaban haciendo…

– Suéltelo ya, hombre -ordenó Gullick.

– Estaban experimentando la utilización de personas con poderes extrasensoriales para intentar localizar submarinos.

– ¡Dios mío! -murmuró Gullick-. ¿Y? -preguntó en tono de hastío.

– Aquellas personas lo estaban haciendo bastante bien. Una tasa de aproximadamente el sesenta por ciento de aciertos al indicar la longitud y la latitud aproximadas de submarinos sumergidos, sentados sin más en una sala del Pentágono y utilizando la imagen mental de una fotografía de un submarino concreto. Sin embargo, de vez en cuando ocurría algo inesperado. Alguna de esas personas con poderes extrasensoriales captaba la imagen de algo distinto en las mismas coordenadas que los submarinos. Había algo que se encontraba situado sobre el emplazamiento del submarino.

– Permítame que lo adivine -lo interrumpió Gullick-. No sabemos qué cosa era ésa. ¿Estoy en lo cierto?

– La vigilancia espacial captó… -Quinn escribió en el teclado y dejó que un esquema de ruta de vuelo hablara por sí mismo: otro patrón extraño de vuelo.

– ¿Alguien logró explicar alguno de estos avistamientos? -preguntó Gullick.

– No, señor.

– Así que ahora tenemos un ovni de verdad en nuestras manos, ¿no? -dijo Gullick.

– Uhmm…, sí, señor

– Bueno, esto está jodidamente bien -dijo Gullick con brusquedad-. Es todo lo que necesito por ahora. -Escrutó al admirante Coakley-. Quiero recuperar esa cosa y averiguar qué demonios es.

Cuando los hombres abandonaron la sala, Kennedy se paró ante el general Gullick y se sentó junto a él.

– Tal vez deberíamos consultar con Hemstadt en Dulce sobre estos cazas Fu -dijo-. Es posible que haya alguna información sobre ellos en la Máquina.

Gullick levantó la vista por encima de la mesa y miró fijamente los ojos de Kennedy.

– ¿Quieres ir a Dulce y conectarte a la Máquina?

Kennedy tragó saliva.

– Pensé que simplemente podríamos llamar y preguntar. Es posible que la Máquina esté controlando…

– Piensas demasiado -lo cortó Gullick poniendo fin a la conversación.

Capítulo 11

CERCANÍAS DE DULCE, NUEVO MÉXICO. 223 horas, 30 minutos.

Johnny Simmons se despertó en la oscuridad. Por lo menos, creyó estar despierto. No podía ver nada ni oír nada. Al intentar moverse el pánico se apoderó de él. Sus extremidades no le respondían. Tenía la terrible sensación de estar despierto pero dormido, incapaz de conectar su mente consciente con el sistema nervioso para moverse. Se sentía desprendido de su cuerpo y de la realidad. Era una mente flotando en un vacío oscuro.

Luego le sobrevino el dolor. Al no ver ni oír, el dolor estalló en su cerebro y le ocupó todo su pensamiento y todo su mundo. Surgía de cada uno de sus nervios y desembocaba en unos pinchazos hirientes como garfios, que le provocaban un dolor más allá de cualquier cosa que hubiera considerado posible.

Johnny chillaba y lo peor de todo era que no podía oír su propia voz.

Capítulo 12

LAS VEGAS, NEVADA. 122 horas, 30 minutos.

A las cinco y media de la mañana Las Vegas se detenía levemente. Las luces de neón brillaban todavía y había gente por las calles, la mayoría de camino hacia sus habitaciones para unas pocas horas de sueño antes de reemprender el juego. Kelly Reynolds hacía lo contrario: empezaba el día tras tres horas de sueño en la habitación de un motel. Lo primero que hizo cuando sonó la alarma fue llamar al apartamento de Johnny con la leve esperanza de que estuviera allí o hubiera cambiado el mensaje.

Miró cómo alzaba el vuelo hacia el horizonte un avión de los que cubren grandes distancias. «Camina hacia el rugir de los aviones», se dijo parafraseando a Napoleón. Había alquilado un coche en el aeropuerto. Ahora necesitaba aire fresco y tiempo para pensar.

«Esto es lo que papá hubiera hecho: buscar la conexión más fuerte.» Ese pensamiento le dibujó una sonrisa triste en el rostro. Su padre y sus historias. La mejor época de su vida pasó para él antes de cumplir veinte años. Kelly pensó que era un modo terrible de pasar el resto de la vida.

La Segunda Guerra Mundial. La última gran guerra. Su padre había servido en la OSS, la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora de la CÍA. Durante el último año de la guerra se había infiltrado en Italia y colaborado con los partisanos. Corría por las laderas de las montañas con una banda de renegados con licencia para matar alemanes y tomar por la fuerza todo lo que necesitasen. Luego, al acabar la guerra, había trabajado en Europa, ayudando en los procesos por crímenes de guerra. Mucho de lo que había visto allí le hizo detestar el género humano.

La paz nunca volvió a ser la misma. Se dejó matar lentamente por la bebida y vivió para sus recuerdos y sus pesadillas. La madre de Kelly se refugió en su mente y se cerró al mundo exterior. Todo aquello hizo que Kelly madurase. Se preguntaba cómo habría acabado el asunto de Nellis si su padre aún hubiera estado vivo, si su hígado hubiera aguantado un poco más. Posiblemente ella le habría pedido consejo. Por lo menos, habría tenido en cuenta su opinión en lugar de crearse ella misma su vía de destrucción. Seguramente, él no habría caído tan fácilmente en las redes de Prague. Le habría aconsejado acercarse al cebo muy lentamente y vigilar el anzuelo.

El único legado que tenía de su padre eran sus historias. Pero ella misma era también su legado, algo más de lo que ella, a sus cuarenta y dos años, podía decir de sí misma. No tenía hijos y tampoco una carrera profesional que lo compensara. Mientras se dirigía hacia el aeropuerto, Kelly se sintió algo deprimida. La única cosa que la hacía continuar era Johnny. Él la necesitaba.