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Entonces todo se vino abajo. La puerta delantera se abrió y salió el otro guarda, disparando, con los ojos desencajados de furia.

Turcotte abrió la puerta del conductor con un golpe.

– ¡Fuera! -gritó a Von Seeckt. Hizo tres disparos rápidos, a una altura expresamente alta de forma que los dos guardas se echaron al suelo.

– ¡Dios mío! -Kelly tiró el cigarrillo por la ventana y puso en marcha el motor.

El hombre que acababa de disparar se giró y la miró, su vista se le clavó desde unos seis metros, luego se dio la vuelta y volvió a disparar contra los hombres de las cazadoras negras. «Demasiado alto», pensó Kelly. Eso la decidió.

Salió del aparcamiento con un chasquido de neumáticos. Se colocó junto a la camioneta, frenó bruscamente y se paró.

– ¡Suban! -exclamó mientras se inclinaba para abrir la puerta de los pasajeros.

El hombre del arma ayudó al anciano a subir al coche e inmediatamente lo hizo él.

– ¡Vamos! ¡Vamos! -le dijo a la mujer.

Kelly no necesitaba el consejo. Salió derrapando de la zona de aparcamiento. Los dos hombres salieron a la calzada disparando. Un grupo de pilotos apostados fuera de la clínica dental corrieron a refugiarse.

Cuando las balas hicieron impacto en el maletero se oyeron varios chasquidos. Kelly giró en la esquina siguiente, sin levantar el pie del acelerador. Estaban ya fuera del alcance de los dos hombres armados. La puerta principal de la base se hallaba sólo a cuatro manzanas.

– Pasa por la puerta tranquilamente -dijo el hombre de la pistola-. No queremos llamar la atención.

– No me fastidies, Sherlock -respondió Kelly.

Capítulo 13

LAS VEGAS, NEVADA. 220 horas, 30 minutos.

– Díganme, señor Mike Turcotte y profesor Werner von Seeckt, ¿son ustedes los buenos o los malos? -preguntó Kelly. Fue a encender un cigarrillo-. No les importa ¿verdad? -preguntó señalando el cigarrillo.

– Si fuera joven, me fumaría uno -dijo Von Seeckt. Estaban sentados en la habitación del hotel de ella, haciendo las presentaciones.

– ¿Por qué nos seguías? -preguntó Turcotte-. No irás a decir que simplemente estabas en aquel aparcamiento.

– No os diré nada hasta que me digáis quiénes sois y por qué esos tipos os disparaban -repuso Kelly.

Von Seeckt sacó un trozo de papel de su abrigo y lo observó.

– Para responder a la primera pregunta, como dicen ustedes los norteamericanos, nosotros somos los buenos.

– Y los tipos de Nellis -dijo Kelly-. ¿Son ésos los malos? ¿Quiénes son?

– El gobierno -intervino Turcotte-. Mejor dicho, una parte de nuestro gobierno.

– Lo intentaremos de nuevo -dijo Kelly-. ¿Por qué les han disparado?

Turcotte dio una breve explicación de los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas, del Área 51 al Nido del Diablo, pasando por el Cubo, el edificio anexo al hospital y el intento de asesinato de Von Seeckt a manos del doctor Cruise.

– ¡Venga ya! -dijo Kelly cuando él finalizó- ¿Esperas que me trague eso?

– Me importa una mierda lo que tú te creas -repuso Turcotte.

– Oye, no te pongas chulo conmigo -advirtió Kelly-. Te acabo de salvar el pellejo.

– Eso es tan cierto como lo que acabo de contarte -repuso Turcotte.

Para su sorpresa Kelly se echó a reír.

– Bien dicho.

– Bueno, ya te he explicado nuestra historia -dijo Turcotte-. ¿Qué hacías ahí?

– Estoy buscando a un amigo que desapareció cuando intentaba infiltrarse en el Área 51, y vosotros acabáis de salir del avión transportador que viene de aquel sitio. No tenía la intención de meterme en un tiroteo. ¿Habéis oído algo de un periodista llamado Johnny Simmons, que fue descubierto al intentar entrar en el Área 51 hace dos noches?

– Aquella noche hubo mucho movimiento -dijo Turcotte. Miró a Von Seeckt.

– Si ha desaparecido intentando entrar en el Área 51, o está muerto o ha sido conducido a las instalaciones del gobierno en Dulce, Nuevo México -afirmó Von Seeckt.

Turcotte recordó que Prague había mencionado ese lugar.

– No creo que esté muerto -dijo Kelly-. El hombre que iba con él, un tipo llamado Franklin, se dijo que había muerto en un accidente de tráfico aquella noche. Si quisieran asesinar a Johnny les habría resultado muy fácil colocarlo en el coche con Franklin. Creo que todavía está con vida. Esto significa que tenemos que ir a Nuevo México.

– Un momento… -empezó a decir Turcotte mientras Von Seeckt asentía con la cabeza.

– Sí, tenemos que ir a Nuevo México. En Dulce hay algo que todos necesitamos. ¿Podría conducirnos allí con el coche?

– Sí. Conozco un sitio en Phoenix donde podemos hacer un alto en el camino -dijo Kelly.

Turcotte se sentó en el sofá y se restregó la frente. Tenía mucho dolor de cabeza y notó que iba empeorando. Su costado le dolía y se sentía cansado.

– No. No iremos a ningún sitio -dijo.

– Puedes quedarte aquí -repuso Kelly-. Yo voy a buscar a Johnny.

– Tenemos que estar juntos -dijo Von Seeckt en alemán.

– ¿Por qué? -le respondió Turcotte en el mismo idioma.

– ¡Oye! -exclamó Kelly-. Nada de alemán en mi presencia.

– Le decía a mi amigo que tenemos que estar juntos -explicó Von Seeckt.

– No. Estoy harto de todo esto -se opuso Turcotte-. Yo ya he cumplido con mi deber y ahora es el momento de que alguien se encargue de nosotros. -Descolgó el teléfono.

– ¿A quién vas a llamar?

– No es asunto tuyo -dijo Turcotte. Empezó a marcar el número de teléfono que la doctora Duncan le había dado. Al marcar el octavo número, la línea se cortó. Al levantar la vista vio a Kelly con el cable en la mano; lo había desenchufado de la pared.

– Es mi teléfono -dijo.

– ¡Esto no es un juego! -exclamó Turcotte colgando el teléfono con brusquedad.

– ¡Ya sé que no es un juego! -respondió Kelly también en voz alta-. Me acaban de disparar. Mi mejor amigo ha desaparecido. Él, -señaló a Von Seeckt,- estuvo a punto de ser asesinado. ¡No creo que nadie en esta habitación piense que esto es un juego!

– Vuelve a enchufar el teléfono -dijo Turcotte muy lentamente.

– No.

Cuando Turcotte empezaba a incorporarse, Kelly levantó una mano.

– Escucha. Antes de que alguien de nosotros haga algo vamos a ponernos al día.

– De acuerdo -dijo Von Seeckt.

– ¿Quién dijo que íbamos a votar? -preguntó Turcotte. Cruzó la habitación y abrió la puerta.

«Que se jodan», pensó. Estaba cansado y herido y no quería hacer otra cosa que olvidarse del Área 51 y de todo aquel embrollo. Había cumplido con su tarea y eso casi le cuesta la vida. No podían pedirle más.

Bajó a la recepción y entró en la primera cabina de teléfonos. Llamó al número de la doctora Duncan con su tarjeta telefónica. Sonó tres veces y luego descolgaron, pero la respuesta no fue la que esperaba.

Se oyó una voz pregrabada. «El número marcado ha sido dado de baja. Compruebe el número y vuelva a marcar.»

Turcotte volvió a marcar los diez números. Estaba seguro de que eran los correctos. Y obtuvo la misma respuesta.

– ¡Mierda! -exclamó mientras colgaba furioso el aparato. Una mujer que telefoneaba dos cabinas más atrás lo miró con reprobación.

Fue al ascensor. ¿Acaso el número era falso? ¿Le habían colgado cuando entró la llamada? ¿Qué estaba ocurriendo?

Abrió la puerta. Kelly apenas levantó la vista. La tenía clavada en Von Seeckt.

– Pero ¿cómo consiguió el gobierno esos agitadores? ¿Por qué los esconden y esparcen esta mierda de engaños? ¿Qué era aquella pequeña esfera que provocó el accidente en el helicóptero de Turcotte? ¿Por qué intentan matarlo si usted es uno de ellos, uno de Majic12?