– No hubo informes sobre civiles. Nada de nada -dijo Gullick-. Interrogué personalmente a Turcotte sobre lo ocurrido y no mencionó nada sobre aquello. -Se quedó perplejo-. Me mintió.
– No sabemos quiénes eran los civiles, pero no ha habido ningún informe de las autoridades locales sobre las actividades de la noche -dijo Brown.
– Claro que no -dijo Gullick-. Turcotte les diría que mantuvieran la boca cerrada. -Volvió a mirar la pantalla del ordenador-. ¿Qué sabemos sobre su pasado?
– Infantería, luego el cuerpo de élite. Lo reclutamos al salir de DETA en Berlín.
– Ahora le recuerdo. -Gullick dio un golpe sobre la mesa de reuniones-. Estuvo implicado en aquel incidente en Dusseldorf con el IRA. Nunca lo vi. Nos encargaron la investigación después de la acción por conexión telefónica segura, pero ahora reconozco el nombre. Estuvo ahí. ¿Por qué nos está mintiendo y colaborando en la huida de Von Seeckt? ¿Es un infiltrado?
– No lo sé, señor -repuso el general Brown moviendo la cabeza.
– Podría serlo -intervino Kennedy. Las demás personas de la mesa volvieron sus miradas hacia el hombre de la CÍA.
– Explíquese – ordenó Gullick.
– Al hacer nuestras investigaciones sobre el pasado de la doctora Duncan, mi gente tuvo noticias de que estaba trabajando con alguien de nuestra organización o bien que iba a enviar a alguien para infiltrarse entre nosotros. La NSA le proporcionó una conexión telefónica para hablar con ese agente. Hace cuarenta minutos, esa línea se activó. Mis hombres ya la han desconectado.
– ¿Sabe quién llamaba?
– No sin atraer la atención de la NSA -dijo Kennedy-. Pero quien fuera que estaba llamando por esa línea, y, en vista de lo ocurrido, estoy convencido de que era Turcotte, no logró contactar.
– ¿Por qué no fui informado? -quiso saber Gullick.
– Pensé que podía encargarme de ello -repuso Kennedy-. Avisé al mayor Prague para que estuviera atento y examinara con cautela a todo el personal nuevo.
– ¡Está claro que todo funcionó perfectamente! -explotó Gullick, tirando por el aire una carpeta llena de papeles-. ¿Hay alguien aquí que me informe de lo que pasa antes de que continuemos jodiendo más asuntos?
Los hombres del círculo de Majic12 se intercambiaron miradas interrogantes, sin estar seguros de qué hacer ante aquella pregunta. Con la misma brusquedad con que había explotado, Gullick se calmó.
– Quiero todo lo que tengan sobre Turcotte. -Comprobó la pantalla del ordenador-. ¿Quién es la mujer del coche alquilado?
– Hemos comprobado el número de matrícula que copiaron los guardas. La mujer que alquiló el coche es Kelly Reynolds. Una periodista independiente.
– Fabuloso -Gullick levantó los brazos-. Justo lo que necesitábamos.
– Estoy intentando obtener una fotografía de ella así como su pasado.
– Localícelos. Ponga un aviso confidencial por los canales de la CÍA a las redes de policía. Que nadie se les acerque. Debemos atraparlos nosotros. ¡Rápido!
– También tenemos un informe de Jarvis -prosiguió Kennedy-. Esa mujer, Reynolds, lo entrevistó ayer por la tarde. Jarvis le contó la historia habitual pero resultó estar mejor preparada y consiguió quebrar su tapadera. Preguntó específicamente por el periodista que capturamos la pasada noche en la Whites Sides Mountain.
– Me pregunto por qué habrá ayudado a Turcotte y Von Seeckt -dijo Quinn.
– Encuéntrela -dijo Gullick poniéndose en pie-. Entonces lo sabrá. Mientras tanto localicen a Turcotte y a Von Seeckt y acaben con ellos. Luego ya no tendremos que preocuparnos de los porqués.
Capítulo 14
LAS VEGAS, NEVADA. 109 horas, 20 minutos.
– ¿A quién ha llamado? -preguntó Turcotte secándose el cabello con una toalla.
Mientras Von Seeckt telefoneaba, Turcotte se había dado una ducha y se había aseado. Entretanto, Kelly había salido a la calle a comprarle unos pantalones y una camiseta que sustituyeran al mono desgarrado y cubierto de hollín. Ahora se sentía más humano. Los puntos que el doctor Cruise le había cosido aguantaban bien.
– He dejado un mensaje al profesor Nabinger. -Von Seeckt mostró un trozo de papel arrugado que tenía en la mano-. Es posible que él tenga la clave para entender la nave nodriza.
– ¿Quién es Nabinger? -preguntó Kelly.
– Un arqueólogo del museo de Brooklyn.
– Bueno, ¡ya está bien! -exclamó Turcote-. Creía que empezaba a entender todo este asunto. Ahora vuelvo a estar perdido.
– Cuando descubrieron la nave nodriza -explicó Von Seeckt-, encontraron también unas tablas escritas en lo que se conoce como runa superior. Nunca logramos descifrarlas, pero parece que el profesor Nabinger, sí. -Los dedos de Von Seeckt se deslizaron por el puño de su bastón-. El único problema es que tenemos que llegar a las tablas para poder enseñárselas al profesor.
– No vamos a regresar al Área 51 -aseguró Turcotte en tono terminante-. Si regresamos allí, Gullick nos atrapará. Y seguramente pronto nos localizarán aquí.
– Las tablas no están ahí -repuso Von Seeckt-. Están guardadas en las instalaciones de Majic12 en Dulce, Nuevo México. Por eso he dicho que tenemos que ir allí.
Turcotte se sentó en una silla y se frotó la frente.
– Así que usted está de acuerdo con Kelly y dice que tenemos que ir a Dulce. Me imagino que se trata de una instalación totalmente secreta. Sólo tenemos que introducirnos en ella, rescatar a ese periodista llamado Johnny Simmons, coger las tablas, descifrarlas, y después, ¿qué más?
– Anunciar el peligro -dijo Von Seeckt. Miró a Kelly.
– Ésa será tu tarea.
– ¡Oh! ¿Me contrata?
– No; creo que, como yo, te has prestado voluntaria -dijo Turcotte con una risa sarcástica-, como durante la Primera Guerra Mundial, cuando se empleaba a voluntarios para cruzar la tierra de nadie. ¿Nunca te dijo tu madre que no recogieras autoestopistas?
La voz de Von Seeckt fue grave.
– Nadie en esta habitación tiene otra elección. O nos exponemos a lo que intentan hacer en el Área 51 de aquí a cuatro días y lo paramos o nosotros, como tantos otros, moriremos.
– No estoy convencido del peligro que entraña esa nave nodriza -replicó Turcotte.
– Esto confirma mis suposiciones -dijo Von Seeckt blandiendo el papel que contenía el mensaje de Nabinger.
Turcotte miró a Kelly y ella le devolvió la mirada. Por lo que sabían, Von Seeckt podía ser un chiflado. La única razón por la que Turcotte empezó a creer en el anciano fue el que el doctor Cruise hubiera intentado asesinarlo. Eso significaba que alguien se lo tomaba suficientemente en serio para querer librarse de él. También era posible que intentaran matarlo por ser un chiflado, pero Turcotte pensó que era mejor guardar esa idea para sí mismo. No se sentía en suelo firme; al fin y al cabo, su llamada de teléfono había sido a un número desactivado, así que su historia no tenía más solidez que las de las otras dos personas de la habitación.
Von Seeckt le dijo que la doctora Duncan estaba en el Cubo. Podía estar legitimada o no. La experiencia de Turcotte le indicaba que cuando no se disponía de suficiente información, había que tomar la mejor opción posible. Ir a Dulce le pareció un buen modo de, por lo menos, acumular más información, tanto de Von Seeckt como de Kelly.
– Muy bien -aceptó Mike Turcotte-. Basta de cháchara. Vámonos.
BIMINI, LAS BAHAMAS. 208 horas, 50 minutos.
Situadas a menos de ciento sesenta kilómetros al este de Miami, las islas que configuraban las Bimini se desparramaban por el océano en forma de pequeños puntos verdes. Fue en aquellas aguas azules y brillantes que rodeaban esos puntitos donde se habían encontrado grandes bloques de piedra que dispararon las conjeturas acerca de que la Atlántida se hubiera encontrado allí.