– Entonces, ¿por qué la Antártida? -interrogó ella.
– No estoy seguro.
– ¿Una suposición, tal vez? -apuntó Turcotte-. Seguro que usted tiene algunas ideas.
– Creo que los dejaron allí porque es, probablemente, el lugar más inaccesible de la Tierra.
– ¿Así que quien fuera que los dejó allí no quería que los encontraran? -preguntó Turcotte.
– Así parece. O, al menos, quería que los que los encontraran tuvieran la tecnología adecuada para afrontar las condiciones del Antártico -dijo Von Seeckt.
– Sin embargo, dejaron la nave nodriza y dos agitadores en Nevada -señaló Kelly-, que es un lugar más accesible que la Antártida.
– El terreno y el clima de Nevada son más accesibles para el hombre -corroboró Von Seeckt-, pero la caverna donde se escondía la nave nodriza no lo era. Tuvieron mucha suerte en tropezar con ellos, y hubo que hacer un gran esfuerzo para entrar en el lugar. No; yo creo que las naves estaban escondidas con la intención de que no se encontraran.
– ¿Por qué siete en la Antártida y dos en Nevada? -se preguntó en voz alta Kelly.
– No lo sé -dijo Von Seeckt-. Eso deberíamos preguntárselo a quien los dejó allí.
– Continúe explicando lo que ocurrió en la Antártida -instó Turcotte.
– Tardaron tres años en subir los agitadores. Primero los ingenieros tuvieron que ampliar el orificio a doce metros de circunferencia. Recuerden que sólo podían trabajar seis meses del año. Luego tuvieron que perforar ocho puntos intermedios de parada en el camino, para así levantarlos por fases. Después fue necesario llevar los agitadores a la costa y cargarlos en un barco de la Armada para transportarlos a los Estados Unidos. Todo aquello fue un fabuloso trabajo de ingeniería. A continuación empezó la verdadera tarea en el Área 51, esto es, intentar descubrir cómo volaban. Habíamos estado trabajando en los dos primeros, pero al tener nueve, nos podíamos permitir desmontar alguno. Al cabo de todos estos años, ahora podemos volar con ellos, pero todavía no sabemos cómo funcionan los motores. Y a pesar de que efectivamente es posible pilotarlos, no creo que podamos emplearlos más que al mínimo de su capacidad. Todavía hay instrumental a bordo de la nave que no sabemos cómo funciona ni para qué sirve.
Von Seeckt contó luego a Kelly la historia del accidente del motor del agitador. Opinó que era una historia fabulosa. Si no hubiera sido por Johnny, ya habría telefoneado para hacer pública la historia. Pero sabía que, si ella hubiera desaparecido, Johnny también lo haría por ella.
– ¿Qué más decían las tablas? -preguntó Turcotte.
– Algunos otros lugares. Otros símbolos. Todo era muy incompleto -dijo Von Seeckt.
– ¿Por ejemplo? -preguntó Kelly
– No me acuerdo de todo. El trabajo se compartimentó muy pronto. No se me permitió tener acceso completo a las tablas, las cuales al principio del proyecto fueron trasladadas a la instalación de Dulce. Tampoco tenía autorización para ver los resultados de la investigación en Dulce. La última vez que estuve ahí fue en el cuarenta y seis. No me acuerdo muy bien. No creo que tuvieran mucha suerte con las tablas, si no, los del Área 51 habríamos visto los resultados.
Kelly pensó que todo aquello era muy extraño. Su instinto periodístico se agitaba. ¿Acaso habían excluido a Von Seeckt del círculo más estrecho hacía años? ¿O Von Seeckt escondía algo más?
– Por eso es preciso contactar con ese Nabinger -prosiguió Von Seeckt-. Si él sabe descifrar la runa superior, entonces se resolverá el misterio no sólo de cómo funciona el equipo, sino también de quién lo dejó ahí y por qué.
Kelly tuvo que contenerse para que las palabras no se le escaparan de la boca. Eso no era lo que Von Seeckt había dicho en la habitación del hotel. Unas horas antes su principal preocupación era parar la nave nodriza. Maldito Johnny. Estaba metida en ese coche con esos dos por culpa de él. Kelly se hundió en el asiento de copiloto y los kilómetros transcurrieron en silencio.
Capítulo 16
MIAMI, FLORIDA.207 horas, 15 minutos.
A sólo quince minutos de su vuelo, Peter Nabinger se debatía entre comprobar o no su buzón de voz; su impaciencia lo venció. Marcó el código de larga distancia y luego, su número. Al cabo de dos llamadas, el aparato se activó. Tras oír el saludo, introdujo su código de acceso y activó la recuperación de mensajes. «Profesor Nabinger, le habla Werner von Seeckt en respuesta a su llamada. Su mensaje me resulta muy interesante. Sé algo sobre el poder del sol pero necesito saber más sobre el resto del mensaje. Tanto lo que usted tiene como lo que yo tengo. Voy a ir a un lugar donde hay más runas. Acompáñeme. Estaré en Phoenix. Calle veintisiete, sesenta y cinco veinticuatro. Apartamento B doce. El día doce por la mañana.»
Allí acababa el mensaje. Nabinger se quedó mirando el auricular por un momento y luego se encaminó hacia la puerta con aire satisfecho.
LAS VEGAS, NEVADA.
Lisa Duncan se encontraba en una habitación de hotel de Las Vegas. El motivo aducido por Gullick sobre su alojamiento fue que no había habitaciones adecuadas para ella en el Área 51. Lisa creía que aquello era una mentira asquerosa, como mucho de lo que había visto y oído sobre Majestic12, conocido más popularmente como Majic12.
Lisa Duncan tenía toda la información disponible sobre Majestic12 en los archivos oficiales y era una carpeta bastante delgada y fácil de leer. Majestic12 se había iniciado en 1942, cuando el presidente Roosvelt firmó una orden presidencial secreta que puso en marcha el proyecto. Al principio nadie entendió por completo los extraños sucesos que quedaron al descubierto cuando a finales de 1942 los británicos traspasaron a un físico alemán, Werner von Seeckt, y una pieza de una maquinaria sofisticada escondida en una caja negra.
Como no podían abrirla, los británicos nunca supieron exactamente qué contenía aquella caja, sólo sabían que era radiactiva. En aquellos días del Proyecto Manhattan, las cuestiones atómicas eran competencia de los Estados Unidos, razón por la cual Von Seeckt y la caja fueron enviados al otro lado del océano.
Al principio se creía que la caja había sido desarrollada por los alemanes. Pero era evidente que Von Seeckt lo desconocía, y el contenido de la caja, una vez abierta, levantó una serie de nuevos interrogantes. Si hubieran sido de los alemanes, ciertamente éstos habrían ganado la guerra. En el interior de la caja había unos símbolos, que ahora se sabía correspondían a un lenguaje llamado runa superior, que confundieron por completo a los científicos. Sin embargo, algo estaba claro: había un mapa que esbozaba América del Norte y en él había un punto marcado, que situaron en algún lugar del sur de Nevada.
Se envió hacia allí una expedición provista de un equipo de detección y, tras varios meses de búsqueda, descubrieron la caverna de la nave nodriza. Los hombres de Majestic12 identificaron rápidamente el metal oscuro de la caja con el metal empleado en la nave nodriza. Ahora tenían más información, pero distaban mucho de saber quién había dejado ese equipo y por qué la caja se había encontrado en la pirámide, y las naves, abandonadas en el desierto. Los demás agitadores se descubrieron en la Antártida gracias a los mapas que se encontraron en el hangar dos. De ese modo pudieron concluir que los alemanes probablemente habían llegado a la cámara inferior de la gran pirámide gracias a mapas hallados en algún otro lugar.
El programa Magic12 continuó siendo el proyecto más secreto de los Estados Unidos durante los últimos cincuenta y cinco años, sobre todo a causa de la información atómica. Después de que los soviéticos hicieran estallar su propia bomba, gracias a la información robada a Estados Unidos, la existencia de la nave nodriza y de los agitadores se mantuvo en secreto por varias razones.