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Por esta razón el disco volaba tan lentamente, pues intentaba llevar al duende en la zona de peligro a una velocidad lo bastante lenta como para ser alcanzado por un avión convencional. Gullick estaba muy familiarizado con el armamento de los F16, tenía buena información sobre esas naves. Podían mantener aquella velocidad.

– Seis, aquí Wolfhound Uno. El objetivo estará a nuestro alcance en diez segundos. Solicito autorización final. Cambio.

– Aquí Seis. Disparen en cuanto el objetivo esté al alcance. Cambio.

El piloto tomó aire profundamente.

– ¿Este tipo va en serio? -preguntó su compañero de escuadrilla.

– No hay tiempo de preguntas -repuso bruscamente el piloto. Su indicador le decía que el objetivo estaba a su alcance-. ¡Fuego! -exclamó.

Un misil SideWinder salió por debajo de las alas de los dos aviones.

Aunque, en teoría, sabían de qué eran capaces los agitadores y, por consiguiente, también qué podían hacer los cazas Fu, la sorpresa fue mayúscula cuando el duende abandonó sin más el cuadrado naranja y, en el momento en que los Sidewinders recorrieron los tres kilómetros que había entre los F16 y el duende, éste ya se había alejado unos ochenta kilómetros.

– ¿Qué cono ha sido eso? -dijo por segunda vez en menos de dos minutos el piloto del F16. En su visor todo estaba despejado. Los Sidewinder que acababa de disparar formaban un arco que desaparecía más allá de la base, mientras perdía carburante y descendía. Fuera lo que fuese contra lo que había disparado, había desaparecido.

Gullick fue el primero en reaccionar.

– Que el Aurora lo persiga. Lanzamiento del agitador número ocho -tecleó sobre su radio-. Agitador número tres, aquí Seis. En dirección a zona de peligro Bravo. Cambio.

– Aquí Tres, Roger.

Gullick cambió la frecuencia.

– Wolfhound Uno, aquí Seis. Regresen a la base para informar. Corto.

Cuando los dos F16 regresaban a Salt Lake City y a la base aérea de Hill, el piloto de la nave delantera miró en el cielo a su compañero.

– Será una noche muy larga -dijo por el canal de seguridad-. No sé exactamente qué es lo que acabamos de ver, o no ver, pero hay algo claro, esos idiotas de seguridad nos caerán encima en cuanto aterricemos.

El mayor Terrent alineó el agitador número tres en una coordenada que los llevaría directamente hacia las cuatro esquinas, allí donde Colorado, Utah, Arizona y Nuevo México confluyen, el único lugar en los Estados Unidos en que se juntan cuatro estados.

La zona de peligro Bravo se hallaba a varios cientos de kilómetros por delante en aquella misma dirección. La zona de misiles de White Sands.

– ¿Dónde está el duende? -preguntó Terrent.

– Se mantiene a unos ochenta kilómetros detrás de nosotros -notificó Scheuler.

– Esperemos que en Bravo estén mejor preparados.

El general Gullick dirigía la situación para asegurarse justamente de ello. Tenía al Aurora y al agitador número ocho de camino hacia la zona de peligro. En cuatro minutos alcanzarían al número tres.

Cuatro F15 de la escuadrilla táctica de cazas 49 de la base aérea de Holloman ya estaban en el aire. No confiaba en que tuvieran más suerte que los dos F16; la única diferencia es que ahora tenían la sorpresa de contar con el platillo ocho en el aire. Gullick planeaba emplear éste y el agitador número tres para acorralar el duende en una posición donde los F15 pudieran disparar bien. El Aurora debía estar en alerta por si volvía a escaparse de nuevo y se movía fuera de los Estados Unidos. Era una norma que ni siquiera el general Gullick podía saltarse por iniciativa propia: los agitadores no podían cruzar el océano o pasar sobre un territorio extranjero por la remota posibilidad de que se hundieran en las aguas.

La imagen de la pared estaba ahora muy concurrida. El agitador número tres se dirigía del lago Salado directamente a White Sands con el duende detrás. El agitador número ocho y Aurora volaban en línea desde Nevada. Las cuatro siluetas de avión estaban a la espera sobre White Sands.

– Amber Teal tiene al duende -anunció Quinn-. Estamos recibiendo algunas imágenes.

A Gullick ni le impresionaron ni le interesaron. Ya tenían fotografías de los cazas Fu. El quería el objeto real. Tecleó en su enlace SATCOM con el comandante de los F15.

– Eagle Leader, aquí Cubo Seis. Hora de llegada al blanco, cinco minutos y veinte segundos. Sólo dispone de un disparo contra él. Hágalo bien. Corto.

– Aquí Eagle Leader. Roger. Cambio. -El oficial al mando de la escuadrilla, el Eagle Leader, miró desde su cabina los otros tres aviones-. Escuadrilla Eagle, tomen posiciones. Tomen posición de la primera nave en cuanto pase. Se detendrá en un extremo de la zona de peligro. Una segunda nave muy similar a la primera está también en ruta procedente del oeste y se detendrá también en el lado oeste de la zona de peligro. Disparen al duende en cuanto cruce la fase Línea Feliz. Cambio.

Los cuatro aviones se desplegaron en formación de hoja de trébol; en cuanto activaron los radares de detección, el cielo de la zona de peligro se convirtió en una gran bolsa de aire vacía atravesada por energía electrónica.

Desde el agitador número tres, el capitán Scheuler podía ver los F15 vigilantes en su pantalla.

– Tiempo previsto de llegada, treinta segundos -dijo.

– Reduciendo. -El mayor Terrent soltó levemente el mando.

– Éste es el primero -exclamó el jefe de escuadrilla de los Eagle cuando el agitador número tres pasó ante ellos reduciendo la marcha.

Sus hombres eran disciplinados. Nadie preguntó qué era aquello. Para eso había que esperar al vestuario, después de la misión. Incluso entonces todos sabían que nadie podría hablar abiertamente de aquella misión nocturna.

– Listos para disparar -confirmó el jefe de escuadrilla de los Eagle.

– Listos -repitieron Eagle Dos y los otros dos pilotos.

– ¡Fuego!

En la pantalla frontal del Cubo el caza Fu parecía haberse quedado de repente sin movimiento mientras una fina línea roja salía de cada uno de los cazas hacia el punto verde.

– ¡Dios mío! -exclamó el jefe de escuadrilla de los Eagle. El duende había desaparecido ¡hacia arriba! Entonces la realidad se impuso.

– ¡Maniobras de evasión! -gritó el jefe de escuadrilla cuando el misil Sidewinder lanzado por el F15 opuesto a él le iba a dar caza.

Durante cuatro segundos reinó la confusión más absoluta mientras los pilotos y los aviones se abrían paso para escapar del fuego amigo.

El general Gullick no miró siquiera la refriega autoinducida.

– ¡Agitador número tres! ¡Fuera! Directo el ángulo de interceptación. Corto. Ocho, diríjase hacia el sur y atrápelo si va en la misma dirección que el otro. Aurora, indique altura. ¡Muévanse, gente, muévanse! Cambio.

– Veinte mil metros y subiendo -informó Quinn-. Veintitrés mil.

– ¡Te lo ruego, Dios mío! -dijo para sí el jefe de escuadrilla de los Eagle mientras salía del vuelo en picado en el que se había metido. Un Sidewinder pasó ruidoso por la izquierda. Tecleó en la radio.

– Escuadrilla Eagle, informen. Cambio.

– Uno, Roger. Cambio.

– Dos, Roger. Cambio.

– Tres. Me dio un mordisco, pero todavía estoy vivo. Cambio.

El jefe de escuadrilla de los Eagle miró el cielo hacia arriba, más allá del punto de donde se había marchado el duende.

– Gracias, Señor.

– Veintiocho mil y todavía ascendiendo -informó Scheuler al mayor Terrent. Sus dedos golpeaban el teclado que tenía delante, mientras sus brazos se debatían contra las fuerzas de la gravedad que lo obligaban a estar dentro del asiento.

– Treinta mil y todavía en ascenso -dijo el mayor Quinn-. Los F15 están todos a salvo y de regreso a Holloman -agregó-. Treinta y seis mil.

Había subido más de treinta kilómetros hacia arriba y todavía iba en vertical.